Religion

Newman, el santo que une a católicos y anglicanos

Francisco canoniza al primer británico desde hace más de 40 años: John Henry Newman, quien en 1825 fue ordenado presbítero anglicano y en 1879 nombrado cardenal por el Papa León XIII. El Pontífice destacó de él «la santidad de lo cotidiano»

Ceremonia realizada ayer en la plaza del Vaticano donde se ordenó a John Newman y a cuatro mujeres
Ceremonia realizada ayer en la plaza del Vaticano donde se ordenó a John Newman y a cuatro mujereslarazon

El Papa Francisco canonizó este domingo a John Henry Newman, una de las figuras más influyentes de la Iglesia anglicana del siglo XIX, que más tarde se convirtió al catolicismo.

Tal es la búsqueda del Papa Francisco por las periferias, que esta vez se ha ido a explorar la más cercana. Y no solo porque en tiempos del Brexit, Reino Unido haya levantado una barrera donde no la había, sino porque allí la Iglesia se dividió hace casi 500 años, con la Reforma protestante. Desde entonces Roma no había elevado a sus altares a ninguna figura de este país que no fuera perseguida o asesinada. Tampoco había reconocido como santo a ningún inglés desde John Ogilvie en 1976. Ayer, todas esas fronteras se rompieron con la canonización de John Henry Newman, el hombre que ya sirvió de puente hace más de un siglo entre católicos y anglicanos.

Newman nació en Londres en 1801 en el seno una familia acomodada. Dedicó su vida a la religión y en 1825 fue ordenado presbítero anglicano. Eran tiempos de fuerte enfrentamiento con el Vaticano, al que consideró la capital de la herejía y al Papa, como su máximo representante, el «Anticristo». Hasta que algo cambió en su pensamiento. Viajó a Roma, comprobó con sus propios ojos que su visión estaba marcada por los prejuicios y tuvo el valor de retractarse. En 1843 pidió perdón por todo lo dicho y solo dos años después se convirtió al catolicismo. La Iglesia Católica ganaba así una enorme referencia intelectual, pues en su currículum hay que añadir el título de teólogo, novelista, historiador y poeta.

El nuevo sacerdote católico dedicó entonces sus esfuerzos a llevar la fe al ámbito de la educación. Estableció en Londres el Oratorio de San Felipe Neri e impulsó la Universidad Católica de Irlanda, que después tuvo una gran influencia en Argentina gracias a la congregación de los Hermanos Cristianos. Newman fue uno de los mayores exponentes del «Movimiento de Oxford», que trató de acercar posturas entre anglicanos y católicos. En 1879 fue creado cardenal por el Papa León XIII, beatificado en 2011 por Benedicto XVI y ayer canonizado por Francisco.

La importancia de John Henry Newman para los británicos es tan grande que el príncipe Carlos de Inglaterra encabezó la delegación de su país, a la que se sumaron varios diputados. El heredero al trono británico, que un día se convertirá en el líder de la Iglesia anglicana, acudió a Roma, ya que a sus 93 años la reina Isabel II no viaja en avión.

Sobre Newman, el Pontífice destacó «la santidad de lo cotidiano». De hecho, la ceremonia, en la que participaron 50.000 personas, estuvo marcada por la sobriedad pese a la presencia real británica, que contrastaba con los asistentes al Sínodo de la Amazonia, que también se celebra estos días. En su homilía, el Papa Francisco quiso recordar a los leprosos, a los que nadie, salvo Jesucristo, quiso acercarse. «Es así cómo se acortan las distancias, cómo se vence la soledad: no encerrándose en sí mismos y en las propias aflicciones, no pensando en los juicios de los otros, sino invocando al Señor, porque el Señor escucha el grito del que está solo», pronunció.

No solo se refería al hombre que trató de tender puentes entre dos Iglesias que todavía no han aparcado sus diferencias, sino a las nuevas santas, cuyos rostros colgaban de la fachada de la basílica de San Pedro. De entre ellas destaca la monja brasileña Irma Dulce, la primera mujer nacida en ese país a la que el Vaticano canoniza. Nacida en 1914 en Salvador de Bahía bajo el nombre de María Rita de Sousa Brito Lopes Pontes, pasó a la historia como «la Madre Teresa brasileña». Dedicó su trabajo a los pobres y para ellos fundó en su ciudad natal varios hospitales de caridad, que dirigió hasta su muerte en 1992. Su canonización, llevada a cabo de forma muy rápida comparada con los tiempos habituales de la Iglesia, se ha visto también salpicada de polémica política. El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, que ya ha calificado de injerencia el Sínodo de los obispos sobre el Amazonas, confirmó en un primer momento su participación en un acto de homenaje que se celebrará en Salvador de Bahía dentro de una semana, aunque finalmente lo canceló de su agenda. Al Vaticano acudió ayer el vicepresidente de la República brasileña, Hamilton Martins Mourao, un cargo más institucional.

Las otras santas fueron la religiosa italiana Giuseppina Vannini, la india María Teresa Chiramel y la suiza Marguerite Bays. Esta última fue una costurera que se metió a monja y terminó cuidando a los enfermos, mientras que Vannini y Chiramel –también rodeadas siempre de los más necesitados– fundaron congregaciones religiosas en sus respectivos países. Todas ellas representan la Iglesia de Francisco, la que sale a la calle, se empapa de los problemas de la gente, se mancha con ellos sus propias manos y difunde el Evangelio. Como a los leprosos a los que se refería el Papa durante su misa, recordó que «también nosotros necesitamos ser curados, todos. Necesitamos ser sanados de la falta de confianza en nosotros mismos, en la vida, en el futuro; de tantos miedos; de los vicios que nos esclavizan; de tantas cerrazones, dependencias y apegos: al juego, al dinero, a la televisión, al teléfono, al juicio de los demás».

Un santo intelectual y cuatro mujeres que representan la avanzadilla de la Iglesia en salida fueron el último legado dejado ayer por Francisco. A los cinco homenajeados les tocó vivir otro tiempo, pero el Papa quiso que su recuerdo marque la Iglesia de nuestros días.

El sacerdote para el que el Papa era el «Anticristo»

No es que John Henry Newman tuviera nada personal contra Gregorio XVI, al que le tocó escuchar aquello de que el Papa era el «Anticristo». El calificativo ya había sido utilizado en sus escritos por Lutero o Calvino. Todos ellos consideraban que la Iglesia de Roma se había dejado algo de la palabra de Cristo en el camino, de modo que los anglicanos se definían a sí mismos como los verdaderos descendientes directos de los Apóstoles. En 1840 Newman escribió en la revista «British Critic» un ensayo titulado «La idea protestante del Anticristo», en el que no acusaba directamente al Pontífice, sino que se cuestionaba esta idea preconcebida por sus antecesores. En 1833 el sacerdote inglés ya había viajado a Roma, a la que la calificó como «el lugar más maravilloso del planeta». Su vasta formación lo empujaba hacia un acercamiento entre las dos Iglesias, que finalmente se tradujo en conversión al catolicismo. Su influencia fue determinante para que el «Movimiento de Oxford», una corriente formada por intelectuales, tratara de renovar la Iglesia anglicana virando hacia un mayor entendimiento. Newman siguió formándose en Roma y, aunque en el Vaticano le trataron como uno de sus mejores hombres, el reconocimiento pleno no le llegó hasta 1879, cuando ascendió al rango de cardenal, tres décadas después de su ordenación como sacerdote católico.Newman nació en Londres, se formó en Oxford y murió en Birmingham, en 1890. Allí no es precisamente que le guardaran ningún rencor por su conversión; de hecho, a su funeral acudieron cerca de 15.000 personas. «Podía ser amigo del primer ministro y de quien pedía limosna», dice de él Jack Valero, portavoz de la causa de su canonización. Fue enterrado en el oratorio que él mismo había fundado junto a la tumba del padre Ambrosio, también anglicano reconvertido al catolicismo y al que Newman consideraba su mejor amigo.