La sucesión de Benedicto XVI
«Sus ojos azules transmiten paz»
La Plaza de San Pedro siempre se ha considerado la plaza del mundo. Ahí donde puedes encontrar una bandera polaca junto a una mexicana u otra estadounidense. Ayer, a las 12 en punto de la mañana Bendicto XVI se asomaba a su ventana del Vaticano y todas esas banderas se consumaron en un grito único: «¡Viva el Papa!». Las nacionalidades quedaron a un lado. Benedicto XVI tiene ese poder. Miles de personas se agolpaban en el centro de la Santa Sede desde primera hora de la mañana. «Llevamos aquí desde las diez y media, teníamos miedo de no poder entrar por la cantidad de gente que ha venido», dice Santiago, un español asentado en Roma por amor. Le acompaña Simoneta, su novia. Roberto, uno de los guías que enseña el Vaticano confirma el miedo de Santiago: «Los jefes nos han dicho que para hoy se esperan cerca de un millón de personas». Nadie quiere quedarse sin visitar la plaza por la que tantas veces pasó el cardenal Ratzinger antes de que el resto de cardenales le confiaran el Ministerio de Pedro. «Un amigo sacerdote vivía aquí y siempre recuerda ver pasear al hoy Papa por la Plaza. Es más –sonríe– en una ocasión vino a visitarle su familia y mientras visitaban San Pedro pasó el cardenal Ratzinger y se ofreció a hacerles una foto», relata el padre Alberto Izquierdo que lleva más de siete años de misiones en México. Acompaña a la familia Rodríguez que, en su viaje hacia Tierra Santa decidieron detenerse antes en Roma. «Comprendemos sus razones pero nos ha dejado en estado de shock. Eso sí, no nos importaría que el próximo fuera mexicano», dice Guillermo Rodríguez, el patriarca del clan.
Las palabras del Santo Padre sumen a la plaza en un silencio sereno, reflexivo. Los aplausos llegan cuando da la bendición. En este momento es cuando el guía de la Iglesia demuestra su capacidad de llegar a la gente. Tiene palabras para cada una de las banderas que ondean. «Os suplico que sigáis rezando por mí y por el próximo Papa», insiste Benedicto XVI. Se corre la cortina y su Santidad desaparece entre cánticos y gritos de «Grazie». Un grupo de Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento se agrupan alrededor de una gran pancarta: «¡Te queremos!» y comienzan a cantarle. «Es un hombre gastado por Dios», explica la hermana Berta Anaya. Cerca, un grupo de adolescentes italianos saltan con la camiseta de la última Jornada Mundial de la Juventud, la que se celebró en Madrid. «Ha sido un Papa del que hemos aprendido mucho, esperemos que el próximo sepa anunciar el Evangelio tan bien como él», reflexiona Martina.
La plaza se empieza a dispersar. Casi a la salida está sor Consuelo, de la Congregación de los Ancianos Desamparados, ondeando dos banderas españolas con mucha fuerza a pesar de su pequeña figura. «He perdido a mi hermana y espero que gracias a las banderas me encuentre». Sor Carmen aparecería minutos más tarde. «Sabéis que yo besé las manos del Santo Padre», nos cuenta. «Fue casual –prosigue– íbamos a una audiencia y pasó por delante. Nadie le dijo nada. Sólo yo, que alcé la voz: ''¡Santo Padre!'' y se me acercó para tenderme sus manos. Sus ojos azules transmiten paz».
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