Nueva York
Un hilo común
Ni siquiera habían pasado dos horas desde que Jorge Bergoglio se presentara como Papa Francisco desde el balcón central de la Basílica de San Pedro y ya me pregutaban si iba a invitarle a Nueva York. Fue la primera vez que me hicieron esa pregunta, que se repetiría cientos de veces. De hecho, nada más terminar la Misa que inauguró su pontificado, transmití a Francisco el entusiasmo y la alegría con que se había recibido su elección en Nueva York y Estados Unidos.
Llevamos preparando la presente visita desde hace más de un año: primero, de una manera informal, cuando nos enteramos de que participaría en el Encuentro Mundial de las Familias; luego, oficialmente, al conocer que vendría a nuestra Archidiócesis.
El hilo que ha marcado toda esta preparación y todos los proyectos fue el siguiente: cómo podemos hacer que la gente se sienta más cerca del Sucesor de Pedro y cómo podemos hacer para que Francisco experimente la alegría y espiritualidad de esta Iglesia.
Cuando fui nombrazo arzobispo de Nueva York en 2009, muchos de los amigos que tengo en mi ciudad natal, St. Louis, así como en Milwaukee, donde serví siete años como arzobispo, me advirtieron de que me encontraría una ciudad fría e impersonal, donde la fe era poco más que algo improvisado, una reliquia de un pasado lejano. Tengo que reconocer que sus palabras me condujeron a plantearme lo que tenía que hacer ante posibles dificultades.
Fue una agradable sorpresa descubrir que mis amigos, con buenas intenciones, se habían equivocado. La fe en Nueva York no sólo sigue viva, sino que también está prosperando. Experimento esta fe cada vez que voy a una de nuestras escuelas católicas y veo el compromiso de nuestros maestros, administradores y padres de familia, que trabajan para ofrecer una excelente educación académica y religiosa; o cuando visito uno sólo de los muchos programas de nuestras organizaciones caritativas, donde se atienden las necesidades de los hambrientos, de los sintecho o de los inmigrantes. Pero, sobre todo, experimento que la fe es más fuerte cuando entro en una de nuestras 300 parroquias para orar con las personas, especialmente en la oración más bella, la Eucaristía.
Ésta es la fe que queremos compartir con el Papa cuando esté aquí en Nueva York. Él ha logrado la atención del mundo al recordarnos que la Iglesia debe extender siempre el amor y la misericordia de Dios a todas las personas; que debe poner a la persona humana en primer lugar, no a las estructuras o instituciones; y está pidiendo, en esa famosa analogía, que la Iglesia sea como un hospital de campaña, curando a todos los heridos que la circundan. Muchas de las cosas de las que habla el Papa ya se están realizando en Nueva York, pero creo que su presencia nos inspirará todavía más para llevar a cabo esta misión.
Se han hecho muchas suposiciones sobre lo que el Papa va a decir en el Congreso de los Estados Unidos y en Naciones Unidas. De alguna manera, todas esas especulaciones quieren mostrar a Francisco como una extensión de la campaña presidencial, ya en apogeo: ¿Favorecerá a los demócratas o a los republicanos? ¿A qué partido beneficiará? ¿Cómo afectará a la carrera por la Casa Blanca? Todo esto es comprensible, pero el Papa es ajeno a estas cuestiones. Francisco viene como un pastor que quiere conocer mejor a su rebaño. Nos desafiará y nos inspirará, nos guiará en la oración. Sabemos que su estancia en Nueva York será breve y que habrá pocos momentos de descanso. Además de su discurso ante la ONU, dirigirá el rezo de las Vísperas en la Catedral de San Patricio, recientemente restaurada, y visitará el Memorial 11 de Septiembre, donde participará en un encuentro interreligioso. También visitará una escuela en Harlem para conocer a los alumnos y dedicará tiempo a los inmigrantes llegados a Estados Unidos que han sido apoyados por instituciones católicas. Finalmente, celebrará una Eucaristía con cerca de 27.000 personas en el Madison Square Garden. Estará muy ocupado.
La ciudad de Nueva York ha sido bendecida por las visitas de los últimos cuatro Papas: el beato Pablo VI, San Juan Pablo II, Benedicto XVI y ahora Francisco. He escuchado muchas historias de personas que recuerdan aquellas experiencias: «Yo estaba con Pablo VI en el Yankee Stadium» o «yo vi a Juan Pablo II pasar y me saludó con la mano». O también: «El Papa Benedicto XVI me besó en la frente en San Patricio». Sé que la presencia de Francisco en medio de nosotros, aunque sólo sea por unos días, tendrá un profundo impacto en el pueblo de Dios aquí en Nueva York. Ésta es nuestra esperanza más ferviente, que este pastor renueve, inspire, desafíe y estimule el corazón y el alma de los neoyorquinos.
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