Río de Janeiro
Un sueño cubierto de barro
Salió el sol en Río de Janeiro. Pero pese al «milagroso» cambió de clima y la buena voluntad de los peregrinos, el gobierno brasileño no consigue despejar las dudas sobre la falta de organización, seguridad y sobre todo, previsión. «La gota que colmó el vaso»–nunca mejor dicho– fueron las inundaciones y el barro en el descampado de Guaratiba, que obligó a las autoridades a cambiar la localización de la misa y la vigilia de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), que finalmente se celebraran en Copacabana. Hace unas semanas el área de Lauro dos Santos Campus, ubicado frente a Fidei en Guaratiba, se convertía en un lugar privilegiado. Las grúas mastodónticas llegaban para convertir el predio abandonado en un lugar paradisiaco, donde el Papa oficiaría los principales actos de estas jornadas.
La cercanía a los peregrinos representaba para los vecinos un aumento sustancial en las ventas y la oportunidad de mejorar su calidad de vida. El jueves sin embargo, el sueño se convertía en pesadilla. El traslado de la programación para la zona de Copacabana, dejaba en bancarrota a muchos moradores, y se llevaba a sus clientes a 50 km. La cancelación de la JMJ de Guaratiba también sorprendió a cientos de trabajadores de Campus Fidei. Una mujer, que se identificó como Sise, abandonaba la zona a punto de llorar. «Es muy frustrante. Una gran decepción. Cuando llegamos, no había nada. Hemos construido todo esto, una obra faraónica que dejó de tener sentido. Ahora viene la parte más triste: desmontarlo todo» comenta está obrera, que lleva trabajando en el Campus desde el 15 de julio.
«¿Es que no saben que hay lluvia, esto era una zona de manglares, y podría tener un montón de barro? ¿No pueden mirar el tiempo por internet, como todo el mundo» añade. Y es que además del impacto ambiental y la tala de árboles, los brasileños critican sobre todo el despilfarro de dinero que supone la preparación de un área enorme, que al final no será utilizada. Por lo pronto, el gobierno de Río de Janeiro se ha negado a dar cifras pero las pérdidas se suponen millonarias.
Sacopenapã, más conocido como Copacabana, se convierte por tanto en el principal enclave de esta Jornada de la Juventud. Un hermoso barrio bañado por playas oceánicas, que se extienden por 3,2 kilómetros sobre las costas del océano Atlántico. En el horizonte, morros y favelas marcan el principio y el fin. Es sin duda la zona más popular de la Ciudad Maravilla. Un lugar hermoso que ayer estaba plagado de peregrinos en bañador y algunas cariocas ataviadas con minúsculos biquinis, pese a la recomendación del Ayuntamiento de no mostrar demasiado.
Pero cuando cae el sol la fotografía cambia y Copacabana se convierte en un embudo en el que es difícil entrar y mucho más salir. Las vallas humanas de jóvenes agarrados de sus manos para evitar que la gente se cuele son sólo una de las medidas que toman los peregrinos en reemplazo a algún tipo de organización oficial. Para poder ver el escenario o simplemente alguna de las pantallas instaladas en los diques hay que instalarse desde primeras horas de la mañana, si no es imposible. En otras palabras, el espacio es insuficiente para albergar a los dos millones de fieles.
Como el colombiano Santiago Barbosa, que reside en Carolina del Sur (Estados Unidos), quien nos dice que sólo consiguió un lugar a unos cien metros del escenario. «Vine a conocer a los demás jóvenes y encontrarme espiritualmente con el Señor. Hace casi un año comenzamos el trabajo para recolectar la plata para venir de EE UU», afirma Barbosa. La espera agota a algunos peregrinos que se echan a dormir sobre las banderas que traen, para tener un mínimo aislamiento de la arena. Mientras se desarrollan los conciertos de música católica con los que se ameniza la velada previa, los jóvenes ya empiezan a planear la salida, una odisea que puede llevar horas. «Al final sólo nos queda encomendarnos a la Virgen de Copacabana porque si dependiésemos de los organizadores para salir de aquí, nos quedábamos a dormir en la playa».
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