La renuncia de Benedicto XVI

Ventana al mundo: El Pontífice que se abrió a las redes sociales

Su estilo comunicativo ha sido diferente por talante humano y por opción personal al de Juan Pablo II y ha llevado a cabo en los órganos comunicativos de la Santa Sede una clara opción por las nuevas tecnologías de la comunicación

Un policía lee «L'Osservartore Romano» en un quiosco en Roma
Un policía lee «L'Osservartore Romano» en un quiosco en Romalarazon

Para sorpresa de todos, el Papa Benedicto XVI anunciaba ayer en el marco institucional de un consistorio ordinario de cardenales su decisión libre y ponderada de renunciar al ministerio de Obispo de Roma, es decir al Papado. Para ello alegaba el peso de los años y su cansancio físico que le hace especialmente costoso la dura carga de guiar a la Iglesia en el siglo XXI. Ciertamente nadie lo esperaba, pero tras la impresión inicial y al recorrer la trayectoria tanto intelectual y teológica como humana y eclesial de Benedicto XVI, esta trascendental decisión tiene, además de un innegable amor a la Iglesia, todos los rasgos de la coherencia y honestidad que siempre le ha caracterizado. Así es sencillamente el verdadero Joseph Ratzinger, a quien los prejuicios y los tópicos artificiales, promovidos desde tribunas ideológicas nada inocentes, han impedido en no pocas ocasiones que sea percibido en toda la grandeza de su taya humana y espiritual que su actuar y magisterio iban mostrando a cada paso.

Tanto en su enseñanza más importante, como han sido sus encíclicas, como en su investigación y docencia, el Papa teólogo no ha dejado de regalarnos la luz maravillosa de la sabiduría cristiana que alumbra nuestro tiempo y que él ha atesorado con su larga dedicación y estudio, y ha repartido con generosidad, incluso ha hecho de ello la mejor manera de gobernar la Iglesia –iluminándola con la firmeza amable de la verdad– en una época de pensamiento débil y descreimiento generalizado.

Pero sobre todo, Benedicto XVI ha ido a lo esencial de la fe, a lo fundante, a las cuestiones que hacen cimiento en el edificio del creer personal y eclesial: Dios, Cristo, el Espíritu Santo, la fe, la caridad, la esperanza, la verdad, la Iglesia, la Eucaristía, la Sagrada Escritura, María, el misterio de la Liturgia, el sacerdocio, la verdad del hombre, etc. Por eso ha atraído tanto este Papa. Sus palabras han dado las adecuadas respuestas de la fe a los anhelos y carencias profundas del ser humano y del creyente, presentándolas actuales para la vida concreta de los hombres y mujeres de hoy con la luz de la tradición cristiana y los logros de la reflexión humana.

Así lo ha hecho también con respecto al influyente campo de la comunicación social. Su estilo comunicativo ha sido diferente por talante humano y por opción personal al del admirable Juan Pablo II, el gran Papa comunicador. Benedicto XVI ha tratado en primer lugar de hacer en las propias filas eclesiales un gran esfuerzo de transparencia, que nace de la sinceridad de reconocer las propias lacras o debilidades, como ha sido su ejemplar gestión de los dolorosos casos de pederastia del clero, a la par que ha llevado a cabo en los órganos comunicativos de la Santa Sede una clara opción por las nuevas tecnologías de la comunicación, sobre todo en las redes sociales en Internet, como los nuevos caminos o escenarios donde los cristianos han de anunciar el Evangelio.

Pero a la vez, y en esto se muestra de nuevo la preferencia del Papa Ratzinger por lo esencial, no ha dejado de llamar la atención a lo largo de estos años de pontificado de que en la comunicación moderna se está jugando la propia suerte del hombre, ya que toda gran innovación tecnológica a lo largo de la historia ha supuesto al mismo tiempo un cambio de valores, de cultura y de modelo antropológico. Por esto mismo, Benedicto XVI siempre ha animado a recuperar desde la fe la propia humanidad –la «humanitas»– de la comunicación social, constituyéndose en este terreno también la Iglesia, como lo hace en el de la defensa de la vida humana, del matrimonio y la familia, en valedora de la causa del hombre, en la salvaguarda de su plena dignidad y plenitud que sólo está en Dios.

El Papa Ratzinger no ha hecho, en definitiva, otra cosa que ser fiel al lema «colaborador de la verdad» que eligió cuando fue nombrado en 1977 arzobispo de Múnich-Frisinga, y que viene a ser como la síntesis de su programa de vida. Él confesaba entonces en su autobiografía «Mi Vida» («Aus meinen Leben. Enrinnerungen 1927-1977») que este lema obedecía a la continuidad entre su tarea anterior de teólogo y la de obispo: «Porque con todas las diferencias que se quieran –decía– se trataba y se trata siempre de lo mismo: seguir la verdad, ponerse a su servicio. En el mundo de hoy, el argumento de la verdad casi ha desaparecido, porque parece demasiado grande para el hombre. Sin embargo, si no existe la verdad todo se hunde». Ojalá todos aprendamos, dentro y fuera de la Iglesia, de esta última y ejemplar lección de Benedicto XVI. Es cuestión de coherencia.