Coronavirus
Pablo Gugel, 26 años y un mes con el coronavirus
Este joven periodista se contagió en una fiesta y ha pasado cinco días ingresado: «No podía ir al baño sin ahogarme»
Existe un cierto sentimiento de inmunidad entre los jóvenes. No es un asunto de ahora, siempre ha sido así. Es un pensamiento de imbatibilidad, de estar de alguna manera bajo la protección que otorga un organismo en su mejor momento. Por eso, una parte importante del mensaje que las autoridades transmitieron para que la población se concienciase de la crisis sanitaria que está atravesando no solo España, sino el mundo entero, iba dirigida a ellos. «No es un virus de viejos», alertaban expertos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). «Esto no son vacaciones, sino una crisis. Sé que los jóvenes de Madrid van a saber estar a la altura de nuestra ciudad. Es el momento de que demuestren su coraje, su civismo, su compromiso con ella», dijo el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, en un discurso que cosechó el aplauso unánime de toda la sociedad. Es más, ya ha quedado sobradamente demostrado que el virus no pasa de largo frente a los jóvenes. Bien lo sabe Pablo Gugel, que después de un mes desde que aparecieron los primeros síntomas aún sigue luchando contra los últimos coletazos del coronavirus. Y no llega a los 30 años.
Cansancio extremo
«Estoy bastante mejor, los últimos síntomas fueron cansancio muscular, que se ha aliviado bastante, y me duele un poco el pecho, pero no sé si está relacionado con la enfermedad, con el tratamiento o con qué. También tengo algo de tos todavía, lo que pasa es que se me está juntando con la alergia... Pero, vamos, estoy bastante mejor, casi recuperado del todo», cuenta Pablo Gugel en una entrevista con LA RAZÓN el día en el que, como recuerda, se cumple un mes desde que aparecieron los primeros síntomas. Todo comenzó un sábado, el 29 de febrero, en un cumpleaños. Pablo está seguro de que ése fue el foco de contagio, entre otras cosas, porque no fue el primero de esa fiesta que enfermó. «A nadie le dio tan fuerte como a mí, pero 12 personas tuvimos síntomas la semana posterior. Fiebre, cansancio, tos, diarrea... Variaban según cada uno», recuerda. Este joven dice que él fue el peor parado porque resultó ser el único que requirió ingreso hospitalario.
El primer signo fue un cansancio extremo. Un día después vino la fiebre. «A partir de ahí, cuesta abajo y sin frenos», indica. La fiebre llegó a rondar los 39 grados, el dolor de músculos y huesos se incrementó y se sumó un bombardeo constante en la cabeza, además de diarrea. Pablo, periodista, no era ajeno a las recomendaciones de las autoridades: no acudir a centros de salud ni hospitales a menos que sea estrictamente necesario. Así, permaneció en casa todo lo que pudo.
«Como el teléfono que habían habilitado para atender consultas sobre coronavirus estaba colapsado, el 6 de marzo decidí ir al centro de salud de mi barrio», subraya. Recuerda que, tras explicar detalladamente sus síntomas, los facultativos contactaron directamente con Salud Pública. A su vez, estos, después de considerar que no reunía todos los síntomas típicos del Covid-19, le mandaron a su domicilio para que se recuperase. Pero, lejos de ir a mejor, la situación empeoró: «El fin de semana, a todos los síntomas se añadió la tos, y la fiebre me subió hasta los 39,5 grados. Tomaba paracetamol y me bajaba, pero cuando se acababa el efecto me volvía a subir». Él mismo dice que, llegado a ese punto, se empezó a preocupar, ya que no suele tener fiebre, y menos tan alta.
Primera visita a Urgencias
Ante eso, fue a las Urgencias de la Fundación Jiménez Díaz. «Allí me hicieron las pruebas, pero como no tenía fiebre me mandaron para casa con el diagnóstico de un síndrome vírico», cuenta. De medicamentos, paracetamol y un antihistamínico. Volvió tres días más tarde, ya con una neumonía incipiente que a los médicos no les costó detectar: «Me catalogaron como posible caso de coronavirus y me mandaron a casa de nuevo», ahora con la orden de regresar a Urgencias en el caso de empeorar.
Y le pasó. «A los dos días comenzó la disnea. No podía ir al baño sin ahogarme y tenía más tos», dice. El sábado decidió ir a Urgencias otra vez. «Me metieron en un box y me hicieron la prueba del Covid-19. Mientras esperaba el resultado me mantuvieron conectado al oxígeno», recuerda. Efectivamente, dio positivo, y quedó ingresado.
«Comencé con un tratamiento consistente en unas pastillas contra la malaria, otras contra el VIH y otra contra la neumonía. El cóctel explosivo me provocó una fuerte diarrea y una pérdida completa del apetito», relata. Por fortuna, funcionó: «Fui mejorando y a los dos días me quitaron el oxígeno porque me encontraba mejor y ya no me ahogaba tanto».
El 18 de marzo, con el país en estado de alarma, recibió el alta con la orden de continuar la recuperación y, por descontado, la cuarentena en su casa. Hoy recibe llamadas de control cada dos o tres días por parte tanto de los médicos de la Fundación Jiménez Díaz como de los sanitarios de su centro de salud, en el distrito madrileño de Arganzuela.
Pablo Gugel vive con sus padres, que también han presentado síntomas. «Mi padre llegó a ir a Urgencias, pero como no tenía neumonía le mandaron para casa, donde empezó un tratamiento y se le fue pasando. Mi madre nunca fue más allá de síntomas leves como fiebre y algo de cansancio la primera semana que yo enfermé», cuenta. Pese a que las estadísticas no dejan dudas de que era el que debería haber sufrido el virus de Wuhan con menos virulencia, la realidad deja demostrado que con esta enfermedad no vale confiarse. Y, por supuesto, que los jóvenes no son inmunes.
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