Desescalada
Las contradicciones de Simón: de pedir “imitar a Japón” a criticar la “sobreactuación” de Madrid
Afirma que los protectores «pueden generar problemas» y que las pruebas rápidas no son fiables aunque Sánchez dijo que eran «importantes»
Fernando Simón llega más allá en su papel de informar sobre la pandemia. «Sobreactuar en la prevención de riesgos puede estar bien ahora, pero quizá haya que incidir más en otros aspectos. La mejor mascarilla es la distancia social». Esta fue la respuesta del director del Centro de Alertas y Emergencias Sanitarias cuando se le preguntó ayer sobre la conveniencia de hacer obligatorio el uso de mascarillas en espacios públicos, una medida que se plantea la Comunidad de Madrid. En esta nueva fase de la epidemia, con los niveles de transmisión bajos y el comienzo de la desescalada, Simón considera que «quizá tengamos que sobreactuar un poco para prevenir riesgos» y en este sentido «el uso de la mascarilla es una buena medida de prevención». Eso sí, «siempre y cuando estén disponibles y se usen bien». Aunque evitó pronunciarse sobre la ideonidad de la medida que baraja el gobierno madrileño, advirtió que «hay que pensarla con cuidado porque puede generar problemas». Porque, en su opinión, «su uso es difícil para ciertos colectivos, sobre todo si es prolongado en el tiempo, por ejemplo para las personas que sufren ansiedad, enfermedades como la EPOC o para los niños».
A día de hoy, las mascarillas son obligatorias únicamente en los transportes públicos y «altamente recomendables» al salir a la calle. La estrategia que ha seguido el Gobierno de España contrasta con la de otros países como Corea, China o Japón, que han basado parte de su éxito en la lucha contra el coronavirus en el uso masivo de estos elementos de protección para evitar los contagios. Al inicio de la epidemia y siguiendo las recomendaciones de la OMS, el Ministerio de Sanidad descartó su uso generalizado debido al desabastecimiento mundial. El 3 de abril, cuando empezó a plantearse cómo encarar la desescalada, el mismo Simón animó a «utilizar los equipos de protección individual a medida que estén disponibles» y a «aprender de cómo funcionan otras sociedades como la japonesa».
Pero no fue hasta el 11 de abril, con motivo de la vuelta al trabajo, cuando el Gobierno las recomendó de forma generalizada. Ahora, cuando el 51% de la población ha entrado en fase 1, ha elaborado una guía «ad hoc» sobre la tipología apta para cada colectivo: las higiénicas para la la población sana y las quirúrgicas para los sanitarios y pacientes. Sanidad defiende este cambio de parecer argumentando que «la falta de evidencia ha provocado que, hasta ahora, no se haya recomendado que las personas que no tienen síntomas deban usar una mascarilla médica». El problema es que cuando ya por fin el Gobierno dice que sí son idóneas no puede garantizar que sean seguras. El lunes tuvo que retirar un lote de 17.000 mascarillas defectuosas que se habían repartido en varios hospitales de Aragón.
El mismo problema tuvieron con los test serológicos. Se compraron varios lotes que resultaron ser «fake» y por los que se pagó al menos 40 millones y cuando han empezado a distribuirse a gran escala se ha comprobado que no son fiables. Simón alertó de que estudios están poniendo en duda sus resultados: «Se ha visto que los anticuerpos que detectan no son específicos del coronavirus y podrían estar dando un número mayor de falsos positivos». De hecho, como informó LA RAZÓN, Sanidad desaconseja ahora su uso para el diagnóstico de posibles sospechosos y para la toma de decisiones clínicas, pese a que Pedro Sánchez dijese que eran «muy importantes» y que eran «fiables».
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