Coronavirus

Transmisión silenciosa: Cuando el coronavirus dejó de ser cosa de ancianos

Aumento de contagios entre los jóvenes. La mayor movilidad, la negación del riesgo o la irresponsabilidad explica su implicación en muchos de los rebrotes

«Muchos jóvenes, aparte de sus modos de socialización, con relaciones más cercanas y estrechas físicamente, piensan que el virus es cosa de ‘‘viejunos'‘, que a ellos no les afecta y que, si les da, les da sin síntomas o con síntomas leves. Y por supuesto, en algunos sectores de la juventud surge ese deseo transgresor que les caracteriza». Quien así opina es Juan Gómez Castañeda, catedrático de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid. Como él, una gran mayoría de los expertos consultados por LA RAZÓN coincide en que la mayor movilidad, la negación del riesgo, el hecho cierto de que son los adolescentes el grupo de edad que más ha intensificado la vida social tras el estado de alarma o la circunstancia de que las nuevas generaciones suelen prescindir de la razón para comprender la realidad, son algunos de los rasgos que explican el notable aumento de los contagios entre los más jóvenes: más del 60% de los nuevos positivos en los más de 120 focos activos de Covid-19 son jóvenes y asintomáticos.

«Esto es bueno porque no hay tanta gente que enferma, pero a la vez es problemático porque quiere decir que la transmisión es silenciosa», apunta Margarita del Val, viróloga e inmunóloga del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Por su parte, el catedrático Gómez Castañeda insiste en sus argumentos: «Hay también amplios sectores de la juventud que han sido educados (mejor, no educados) en una falta de responsabilidad de sus actos, como si todos los problemas fueran de la sociedad, de otros, como si fuera la familia, los padres, quienes les tuvieran que sacar las castañas del fuego siempre, o hasta los 30 años o más. Se dice que la edad va hoy con 10 años de retraso, quizá por las dificultades para obtener un trabajo estable».

Ángel Gil de Miguel, catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública en la Universidad Rey Juan Carlos (URJC), coincide con Gómez Castañeda en que la movilidad entre los jóvenes ha aumentado vertiginosamente en las últimas semanas. «La verdad es que desde que el estado de alarma termina, la gente joven ha aumentado su movilidad y la percepción del riesgo en ellos sobre el Covid-19 en particular, y sobre las enfermedades infecciosas en general, es baja, por lo que es lógico que aumenten los contagios y posiblemente aumenten más en el futuro dado su comportamiento social como grupo; era algo esperable. Ahora bien, afortunadamente, la enfermedad en este grupo de población suele ser asintomática u oligosintomática, y eso hace que el impacto sobre el sistema sanitario sea menor. Pero tenemos que hacer campañas de información para que entiendan que también entre los jóvenes hay personas con enfermedades crónicas o que afectan al sistema inmune. De hecho, un 5% las padecen y en esos casos la enfermedad puede ser más grave. Por otro lado, muchos conviven aún con sus padres y/o abuelos, y en ese caso el porcentaje de personas con riesgo va aumentando, por lo que deben ser prudentes para evitar contagios en personas vulnerables».

También la negación del riesgo destaca entre los argumentos que explican los estragos que el coronavirus empieza a causar entre los más jóvenes, razona el psiquiatra Sergio Oliveros. «El adolescente necesita dejar atrás sus necesidades infantiles de dependencia de los padres y ser apadrinado por el grupo de iguales entre los que va a desarrollar su vida. Cambia de familia y necesita la misma proximidad que antes guardaba con los padres. Por eso necesitan formar bandas, grupos diferenciales (pijos, progres, alternativos, rockeros...), y son tan sensibles al rechazo del grupo. La proximidad es imprescindible para ellos. El cerebro adolescente es diferente, no sólo porque todavía no es maduro, sino porque está preparado para la exploración de un mundo y peligros que desconocen. Esto les confiere la imprescindible necesidad de omnipotencia y negación del riesgo que les caracteriza. Antropológicamente eso es importante, porque es la etapa de la creatividad y la exploración de alternativas a lo admitido que ha facilitado el progreso de las especies. No somos muy distintos a un bonobo o a un tigre. Ahora, la culpa la suelen siempre tener ellos, los que no pertenecen a nuestra tribu (nacionalismos, partidos radicales...). Es el eje de la filosofía postmoderna que destruye estatuas de Colón o Churchill. Evidentemente, en esta cultura, el coronavirus no les afecta tanto a los jóvenes como a los ancianos; entonces no les importa, no existe en sentido funcional».

Futuro desalentador

Un reciente estudio del Centre d’Estudis d’Opinió de la Generalitat de Cataluña revela que la juventud está siendo el colectivo más afectado por la pandemia tanto a nivel emocional como económico. Esta investigación analiza cómo la extensión de la Covid-19 ha afectado, y continúa haciéndolo, al estado de ánimo de las personas, y destaca que los más jóvenes vislumbran un futuro más desalentador que el resto de la población. Casi la mitad de los jóvenes considera que su situación económica y laboral ha empeorado por culpa de la pandemia, siendo el colectivo de edad entre 25 y 34 años el que se ve más perjudicado a nivel económico por el zarpazo del virus. De hecho, el 25% de estos jóvenes se encuentra en el paro o bien en un ERTE o ERE .

Para Olga Salido, profesora titular de Sociología en la UCM, «hemos vivido una situación de estrés vital que ninguna otra generación viva ha pasado con anterioridad. Nuestros abuelos vivieron una guerra, escasez, muchas penurias. La infancia y juventud de los octogenarios actuales fue mísera en nuestro país, al menos para una gran mayoría. En otro contexto, cultural, político y, también, socioeconómico, los jóvenes de mediados del siglo pasado europeos vivieron situaciones terribles. Pero todo eso quedó enterrado en el pasado, son las historias del abuelo. Sin embargo, la Covid-19 ha venido a ponernos ante una situación completamente distinta, nos ha movido el escenario. Que nos demos cuenta o no quizá sea cuestión de tiempo, pero, no ya sólo en términos sociológicos, es responsabilidad de los mayores poner los límites a los jóvenes. Podríamos decir que el virus nos ha dado una bofetada. Podemos ignorarlo, rebelarnos, o asumir que vivir duele. Los adultos suelen hacer esto último, aunque quizá los adultos de hoy tampoco estemos muy entrenados en la frustración».

Esta misma semana, Fernando Simón apuntaba que «no es que los jóvenes por ser jóvenes tengan más riesgo», sino que el incremento de contagios en este rango de edad «está asociado a las actividades que realizan». De ahí que Simón les recomendase «divertirse de otra manera: en grupos más pequeños, en fiestas más reducidas y con cuidado de no moverse con un número excesivo de grupos diferentes». Una opinión que coincide con la de Juan Carlos Rodríguez, sociólogo del gabinete de estudios Analistas Socio-Políticos: «Hay que tener en cuenta la manera que tienen los adolescentes y jóvenes de relacionarse, muchas veces en grupos de cierto tamaño, lo que puede contribuir a la difusión del virus. Si en esas relaciones se incluye la bebida, la probabilidad de que las posibles barreras al virus (mascarillas, distancias interindividuales) sean eficaces, disminuye».

«La sociedad contemporánea se define por su tremenda capacidad para olvidar, y los jóvenes tienen este atributo más desarrollado. No son egoístas, sino más bien inconscientes porque no tienen sensación de peligro o de riesgo para su salud y la de aquellos con los que se relacionan de forma directa. Además, desconfían también de la eficacia de la responsabilidad individual», afirma Joan Carles March, especialista en Salud Pública, profesor de la Escuela Andaluza de Salud y codirector de la Escuela de Pacientes. «A los más jóvenes se les ha inculcado vivir el presente. La publicidad enseña que el momento es aquí y ahora, y ese presentismo en el contexto de una pandemia se vuelve en contra de la salud pública. Sería bueno generar una conciencia nueva de que seguimos estando en peligro. Y, cuanto más brote haya, más en peligro vamos a estar. El peligro para los jóvenes no es tanto cómo les afecte el coronavirus a ellos, sino que tienen que ser conscientes de que pueden poner en riesgo a grupos vulnerables al infectarse ellos», concluye el experto.