Tribuna

Un plan europeo contra el cáncer que no se atreve a frenar el tabaquismo

El plan presentado hace unos días fija el muy ambicioso objetivo de reducir a menos del 5% de la población la incidencia de cáncer entre los europeos en menos de 20 años
El plan presentado hace unos días fija el muy ambicioso objetivo de reducir a menos del 5% de la población la incidencia de cáncer entre los europeos en menos de 20 añosjesus g. feriaLa Razón

Resulta del todo descorazonador observar cómo, a estas alturas del siglo XXI, seguimos sin ser capaces de hacer frente de forma decidida y efectiva a una de las mayores amenazas a la Salud Pública mundial: el cáncer. Las evidencias científicas sobre el origen, las causas y las terribles consecuencias de esta enfermedad son abrumadoras.

A estas alturas nadie duda del impacto que el cáncer tiene sobre quienes lo sufren, pero también sobre el conjunto de la sociedad, en forma de impacto personal, familiar y, por qué no decirlo, socioeconómico. La consciencia sobre el problema es total. Hasta el punto de que la Unión Europea hace tiempo que decidió tomar cartas en el asunto en un movimiento que resultó muy esperanzador y que muchos vimos como un posible principio del fin: la elaboración y ejecución de un Plan Europeo de Lucha contra el Cáncer.

El tiempo ha hecho que la planificación y el diseño de dicho plan haya coincidido con la pandemia del Covid-19. Sin embargo, lejos de que esto haya azuzado la necesidad de atajar de forma directa el problema y enfrentarlo con decisión –qué poco se está aprendiendo de esta pandemia–, el resultado, tras meses de debates y consultas con expertos, solo puede calificarse de decepción. Una decepción que augura un fracaso del plan antes siquiera de haber nacido.

El plan presentado hace unos días fija el muy ambicioso objetivo de reducir a menos del 5% de la población la incidencia de cáncer entre los europeos en menos de 20 años. Un objetivo loable cuya ambición responde a la urgencia de atajar una enfermedad por la que mueren al año 700.000 personas en Europa sólo en cánceres relacionados con el tabaquismo.

Existe una máxima en lo que a la lucha contra el cáncer se refiere. La forma más efectiva de atajarlo es prevenirlo. De acuerdo con este axioma, nadie puede poner en duda que cualquier medida dirigida a reducir al máximo el riesgo de desarrollo de esta enfermedad debe de ser implementada de inmediato. Sólo así podrá lograrse ese ambicioso –y necesario– objetivo de reducir a menos del 5% la incidencia del cáncer en Europa en menos de 15 años. Por ello, resulta muy difícil de comprender, por no decir imposible, que las autoridades europeas hayan terminado cayendo en el error garrafal de eludir los últimos avances en la lucha contra esta terrible enfermedad.

El plan que se presentó el pasado 3 de febrero no alude en ningún momento a la reducción de daños por tabaquismo, una herramienta que, sumada a la prevención y la cesación en el marco de una estrategia global contra el tabaquismo, podría permitir reducir de forma casi inmediata el riesgo de cáncer en un parte importante de la población europea en los próximos años. La Comisión Europea no ha tenido en cuenta la experiencia de algunos de los países más avanzados en materia antitabáquica del mundo, como Reino Unido, Estados Unidos, Suecia, Francia, Islandia o Nueva Zelanda, que ya aplican con muy buenos resultados estrategias de reducción del daño en sus políticas de Salud Pública o han decidido empezar a apostar por ellas como vía complementaria en la lucha contra el tabaquismo.

Como ejemplo de evidencia científica sobre la efectividad de estas herramientas, entre los miles de trabajos publicados existen estudios clínicos realizados con productos de reducción del daño que han demostrado beneficios significativos a largo plazo para la salud en fumadores asmáticos si los comparamos con los que continuaron con el cigarrillo de «siempre». Aún más importante, debido a la ausencia de combustión, los usuarios de estas herramientas tienen niveles de exposición a carcinógenos notablemente inferiores a los que se tienen consumiendo un cigarrillo habitual.

En este sentido, el pasado mes de julio, la FDA dio un gran paso al autorizar la comercialización de uno de los productos de tabaco sin combustión como producto perteneciente a la categoría MRTP (Producto de Tabaco de Riesgo Modificado). Esta autorización se debe sobre todo a la reducción de dicho producto sin combustión de la exposición a sustancias tóxicas (en comparación con el cigarrillo convencional). Además, ensayos controlados aleatorios han demostrado que, tras un año de uso, estas herramientas son más efectivas que las terapias de reemplazo de nicotina aprobadas para dejar de fumar.

Si las evidencias demuestran que estas herramientas permiten reducir de forma casi inmediata el riesgo de cáncer ligado al consumo de nicotina, ¿por qué no implementarlas de forma complementaria a las políticas de cesación y prevención? Es una pregunta sin respuesta que, lamentablemente, los profesionales sanitarios volvemos a hacernos al observar que las autoridades no apuestan de forma decidida por afrontar un problema de tanta magnitud como es el cáncer. Una vez más, un plan que nace muerto antes de morir por cobardía.