XX aniversario
Hulk en tus pulmones
Los poderes públicos han de hacer lo posible para que los pacientes con asma tengan todas la opciones de tratamiento y que los criterios sean únicamente clínicos
El asma es común. Demasiado común. Todos conocemos a alguien que la sufre, quizá incluso alguno de los que me estáis leyendo. De hecho, somos más de tres millones de personas los que vivimos en nuestro país con esta enfermedad respiratoria crónica. Mujeres, hombres, niños, niñas, mayores: pocas enfermedades afectan a tantas personas y de forma tan transversal.
Pero que nos afecte a tantísimos pacientes no significa que no sea una enfermedad grave que impacta en nuestra calidad de vida, en las cosas que podemos hacer y las que no, y en cómo podemos hacerlas.
El asma forma parte de mi vida y no hay un día en el que no esté presente de una u otra forma. A pesar de la ayuda de los médicos y de los tratamientos disponibles, siempre existe el miedo a sufrir una exacerbación, que es como se denominan las crisis asmáticas, y a que se produzca un empeoramiento repentino de mi pronóstico y mi calidad de vida. Para que nos entendamos, vivir con asma se parece a vivir manteniendo a raya a Hulk en mis pulmones.
Por suerte, los avances en los tratamientos médicos logrados en los últimos años han supuesto un antes y un después para los pacientes. Hemos ganado en tranquilidad, porque los nuevos tratamientos nos permiten controlar mejor nuestra enfermedad y reducen la necesidad de acudir a la medicación de rescate, que es la que se necesita cuando Hulk se hace fuerte. Como su propio nombre indica, el rescate solo es necesario cuando las cosas no están bajo control.
Por eso, para mantener el control del asma, es fundamental hacer un llamamiento a que los pacientes cumplan minuciosamente con el tratamiento que les prescriban los especialistas. No cumplir correctamente con las pautas es lo que conocemos como falta de adherencia al tratamiento, que es, precisamente, uno de los principales retos al que nos enfrentamos en el manejo de esta enfermedad. Se trata de un problema complejo y de difícil solución, debido a la multitud de factores que lo causan y la distinta naturaleza que presentan. Como ejemplos podemos citar la falsa sensación de que, al no haber crisis, la enfermedad está superada; la dificultad de uso de algunos inhaladores, o la necesidad de utilizar varios dispositivos.
De hecho, como indica la Organización Mundial de la Salud (OMS), la pobre adherencia terapéutica representa un problema de salud pública, ya que se estima que tan solo el 50% de los pacientes con enfermedades crónicas cumple adecuadamente el tratamiento, cifra aún menor en el caso de enfermedades respiratorias que precisan de un tratamiento inhalado, como el asma. Esto repercute negativamente no solo en los pacientes, sino también en el propio sistema, porque incrementa el gasto sanitario y lo hace mucho menos sostenible.
¿Cómo podemos mejorar la adherencia? En mi opinión, decidir el tratamiento con criterios exclusivamente clínicos y atendiendo a las características y circunstancias de cada paciente, en un marco de decisiones compartidas entre este y su especialista, es clave para mejorar el grado de cumplimiento de la terapia. No quiero decir que haya tantos tipos de asma como personas que la sufren. Sería una exageración. Pero sí quiero hacer hincapié en que a cada paciente nos afecta de una forma distinta y que a cada uno de nosotros nos funciona mejor uno u otro tratamiento, uno u otro inhalador, una u otra pauta; y en que la eficacia de los tratamientos puede variar muy fácilmente en el tiempo.
Por ello, observo con preocupación que, en los últimos meses, existe cierta controversia social y científica sobre el uso de un tipo concreto de inhaladores que utilizan un gas fluorado como propelente. El motivo: su potencial de calentamiento global. Al margen ya de que el impacto real de estos inhaladores es mínimo, nuestro derecho a la salud debe primar sobre cualquier otra consideración. Los pacientes que utilizamos esos dispositivos no lo hacemos por capricho, ni es una elección relacionada con un estilo de vida, sino que se trata de una necesidad médica.
Sea este u otro tipo de inhalador el que mejor se adapte a cada paciente, los poderes públicos tienen que hacer lo posible para que tengamos todas las opciones disponibles atendiendo únicamente a criterios clínicos, como ya explicó la Federación Española de Asociaciones de Pacientes Alérgicos y con Enfermedades Respiratorias (Fenaer) en su reciente posicionamiento para la protección conjunta de los pacientes y del medio ambiente. Creo que, a estas alturas, no es necesario recordar que los pacientes respiratorios estamos entre los más afectados por el cambio climático y la mala calidad del aire. Pero estamos firmemente convencidos de que en esta cuestión no se debe recomendar, ni mucho menos obligar, a elegir entre un tratamiento u otro. Hablamos de nuestra salud y del mejor control de nuestra enfermedad, y la salud de las personas tiene que estar por encima de cualquier otra consideración.
La falta de adherencia es el enemigo público número 1 para los pacientes y para la sostenibilidad del sistema. Por eso , aprovecho esta tribuna para pedir que se tengan claras las prioridades. Solo actuando de forma coordinada y persiguiendo el mismo objetivo mejoraremos la situación de los pacientes con asma en nuestro país.
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