A tiempo de actuar frente a la anemia renal

Vivir más años y ser capaces de convivir, con buena calidad de vida, con enfermedades que en el pasado se consideraban mortales son objetivos que en los países desarrollados se alcanzan cada vez más. Día tras día damos nuevos pasos y celebramos nuevos hitos para ayudar a los pacientes que viven con distintas patologías crónicas. Pero estos avances también llevan aparejados retos. De la misma manera que el aumento de la esperanza de vida conlleva el desafío de adaptar la sociedad actual al envejecimiento de la población, la mejora en el tratamiento de patologías complejas trae consigo el aumento de la cronicidad. En España alrededor de la mitad de la población adulta asegura presentar alguna enfermedad crónica. Y, sin embargo, nuestro sistema de salud continúa en gran parte, orientado a la atención de los problemas agudos. Quienes nos dedicamos a tratar en nuestras consultas a pacientes con trastornos crónicos, estamos convencidos de que es preciso un cambio de mentalidad que involucre a las administraciones, a los profesionales y a los propios afectados. Hemos de dar pasos en la meta compartida de vivir más y mejor, y para ello es preciso poner el foco en la prevención y la detección precoz de las enfermedades, especialmente las crónicas.

Un ejemplo poco conocido por la población general es la enfermedad renal crónica (ERC), y una de sus complicaciones más frecuentes, la anemia asociada.

La ERC es una patología que tiene una elevada prevalencia (10-15% de la población adulta española presenta algún grado de ERC según los estudios epidemiológicos), afectando hasta a una de cada siete personas en nuestro país. Según un análisis del informe internacional Global Burden of Disease, en la década del 2006-2016, la ERC fue la segunda enfermedad que más creció tras el Alzhéimer, con mayor aumento de mortalidad y discapacidad asociada, y si no hacemos nada para remediarlo se convertirá en la segunda causa de muerte en España antes de finales de siglo, de nuevo tras el Alzheimer. Según la Organización Mundial de la Salud, se espera que para 2040 la ERC se sitúe entre las cinco primeras causas de muerte en el mundo. Desde hace años, los nefrólogos advertimos de la importancia de que las autoridades sanitarias tomen conciencia del problema y actúen con planes de salud renal que mejoren la atención y asistencia sanitaria a los pacientes que sufren la ERC, así como en tareas de prevención y diagnóstico precoz, promoviendo estrategias y actuaciones dirigidas a reforzar la Atención Primaria, y a fomentar hábitos de vida saludable, desde la infancia, para así prevenir sus factores de riesgo (tabaco, obesidad, sedentarismo…) y frenar su crecimiento.

Además, se trata de una enfermedad con fuerte impacto en la calidad de vida de quienes la padecen y de sus familiares y, con frecuencia, infradiagnosticada. Esta falta de diagnóstico contribuye de manera decisiva a que se presenten complicaciones graves, como la anemia renal, que, a su vez, se encuentra a menudo subestimada y que tienen un gran impacto en la morbimortalidad de estos pacientes.

La anemia renal se presenta de forma frecuente en las personas que tienen enfermedad renal, ya que es el propio riñón el encargado de producir la hormona responsable de la formación de glóbulos rojos, la conocida eritropoyetina. Por ello, la aparición de anemia aumenta a medida que disminuye la función renal, y de manera especial a partir de estadios avanzados de la enfermedad, con una prevalencia del 60% en estadios 4-5 no dializados y del 90% en pacientes en diálisis. Los glóbulos rojos tienen la función de llevar el oxígeno a los tejidos, y por ello la anemia produce muchos e importantes síntomas que afectan de forma importante a la vida de las personas que la sufren. Se sienten cansados, fatigados ante cualquier actividad física, algunos pacientes lo describen como “que les falta la vida”, y en ocasiones va unido a síntomas como falta de concentración, pérdida de memoria y dificultades cognitivas. Todo un golpe a la calidad de vida.

Si somos capaces de adelantarnos a la anemia, ganamos no solo años de vida, también de la calidad de la misma, porque intervenir de manera precoz con un diagnóstico y tratamiento adecuados mejora el pronóstico de la enfermedad.

Conseguirlo es tarea de todos: profesionales sanitarios, administración y pacientes, entre otros. La investigación de nuevos tratamientos eficaces y de más fácil administración, así como la mejor formación en salud de la población general son elementos clave. Los profesionales sanitarios debemos dotar de herramientas a los pacientes para reconocer los síntomas de la enfermedad y a la vez proporcionarles información sobre los parámetros analíticos que la detectan, como la creatinina en la enfermedad renal o la hemoglobina en el diagnóstico de la anemia. Los pacientes no suelen preguntar por los valores de estos parámetros como lo hacen por ejemplo con el colesterol, y debemos cambiar esta realidad, porque la educación y formación a los pacientes es un instrumento fundamental de salud pública que cobra especial relevancia en las enfermedades crónicas como la ERC y la anemia asociada. La anemia renal es un criterio de derivación a Nefrología, y el tratamiento de la misma se debe individualizar y administrar precozmente.

En los últimos tres años hemos visto cómo los pacientes con patologías renales han sido uno de los colectivos más vulnerables y afectados por la pandemia de COVID-19 y, como pacientes crónicos, a menudo han sido víctimas colaterales de la misma. Es el momento de volver la vista hacia ellos y recuperar la atención integral a la cronicidad, mejorando los aspectos asistenciales y la comunicación con los pacientes para anticiparnos a las complicaciones. Empecemos por la ERC y la anemia renal.

Patricia de Sequera es la presidenta de la Sociedad Española de Nefrología (SEN) y jefa de Nefrología del Hospital Universitario Infanta Leonor de Madrid