Urgencias pediátricas
El cirujano pediátrico que salva vidas en Senegal
El 3 de octubre Carlos Bardají operará su caso 2.000 en el país africano. A eso hay que añadir las 600 vidas de prematuros salvadas gracias a sus 20 incubadoras
Sin UCI, sin reservas de sangre... La operación más compleja que el cirujano pediátrico Carlos Bardají recuerda fue la extirpación de un tumor pulmonar que comprimía el corazón de un chiquillo de tres años. «Incluso le había abierto dos costillas para expandirse hacia el exterior. Le dije a su madre que había que operarle, no había otra opción. Hubo que quitarle casi todo el pulmón. Recuerdo que como no había tubo de drenaje pleural inventé un aparato que nos sirvió para facilitar la respiración durante y después de la cirugía».
Para asegurar que respiraba fueron turnándose para estar las 24 horas con él. «Y luego una enfermera tuvo una idea genial, darle uno de los pomperos que habíamos traído para los pequeños para ayudarle a expandir el resto de pulmón y vaciar el espacio pleural de sus secreciones. Funcionó. Aún no sé cómo lo logré», reconoce el médico pamplonés.
Aquella historia, de la que se siente más orgulloso sucedió años atrás en Gambia. Hoy, Bardají se centra en Senegal, país en el que opera y lleva incubadoras desde 2022, después de su decepción con el Sáhara por la escasa receptividad de la contraparte y «todo el famoseo haciéndose fotos con los niños saharauis».
Así lo decidió después de que un amigo odontólogo, Gabriel Navarro, le dijo que había ido a Burkina Faso el año anterior y que ese país, donde el terrorismo ha convertido este enclave en un hervidero de conflictos, empezaba entonces a ser peligroso, como resultó ser. «Quedé con él a tomar una cerveza y decidimos irnos a Senegal».
Desde entonces el fundador de la ONG Hope and Progress realiza tres expediciones al año con su equipo compuesto por 16 sanitarios. A esos tres viajes hay que sumar otros tres que realiza él para tener todo bien atado: conocer los pacientes a los que van a intervenir, «porque con las fotos que me mandan por whatsapp hago el primer análisis pero en algunos casos necesito verles para confirmar el diagnóstico», tener «el transporte, el alojamiento...».
Es decir, evitar flecos porque los días de expedición quirúrgica no puede surgir ningún problema, ya que eso haría irremediablemente que realizaran menos operaciones. Y operan a un ritmo frenético: «12 horas al día sin parar». Y para aumentar el rendimiento, «siempre operamos a dos mesas a la vez», asegura. Así, logran operar a «80 menores de media por expedición».
Ha operado malformaciones congénitas, tumores, quemaduras... Una muy habitual es la del labio leporino, una malformación que en España se opera a los tres meses de nacer y que en Senegal es común ver a adolescentes de 10, 12, 14 años pese a las graves secuelas que puede acarrear, pues impide mamar al bebé y puede causarle malnutrición extrema.
«Recuerdo el caso de un bebé que nació con 3 kilos y nos lo trajo su madre con solo 1 kilo. No podía mamar por el labio leporino bilateral». Era un caso muy grave.
Hasta operaron en una ocasión a un adulto de 18 años. «Era un chico muy introvertido que tenía labio leporino bilateral. Era más alto que yo, que mido 1,88. Le llamaban ‘‘El Endemoniado’’. Sé por un sanitario de allí que colabora con nosotros que se ha casado y ha tenido hijos», dice orgulloso.
No es para menos. En la siguiente expedición, que tendrá lugar el 3 de octubre de 2025, operará el que será su caso 2.000.
Una labor que compagina con la de llevar incubadoras al país. Porque nacer allí y hacerlo de forma prematura o con bajo peso al nacer es sinónimo de muerte segura. Y es que en Senegal, un país con alta tasa de natalidad (32,9 nacimientos por cada mil habitantes en 2021) tiene también una elevada tasa de mortalidad infantil: 48 por cada mil nacidos vivos.
En cuanto a los prematuros, según los datos facilitados por Bardají, el 18,5% de los nacidos vivos en Senegal son prematuros (frente al 7% en España), es decir, que cada año nacen unos 110.000 niños con bajo peso al nacer.
Una cifra que en realidad es muy superior, porque, como explica el cirujano pediátrico, miles de nacimientos no se registran y mucho menos los de los nacidos no vivos. «Las matronas allí, cuando el bebé nace muerto o con muy poco peso al nacer o con alguna enfermedad que saben que no se puede hacer nada por él, le ponen una sábana y consuelan a la madre. No se apunta nada en ningún registro».
Es, como lo de mujeres con varios maridos, no es que hayan muerto, es que, como explica el cirujano pediátrico, desaparecen y la mujer les da por muertos, «de ahí que sea habitual ver chicas de 20 y pico casándose por tercera y cuarta vez».
El concepto de la vida y la muerte allí no es entendido como en occidente. «En África el duelo por un hijo fallecido dura un día, al día siguiente la vida continúa, las madres han de continuar por el resto de sus hijos», afirma.
Lejos del «buenismo blanco»
Una misión que hace de la mano de la ONG Medicina Abierta al Mundo. Su creador, Pablo Sánchez Bergasa, fabrica estas incubadoras, una labor por la que ha sido recientemente galardonado con el Premio Princesa de Gerona Social 2025 y en la que ahora participan alumnos de Mecánica y Electrónica del centro de FP Salesianos de Pamplona. «Están emocionados con este proyecto, tanto que hasta han incorporado una asignatura: Fabricación de incubadoras», afirma Bardají.
Incubadoras, por cierto, que no son como las de aquí. Y no solo por su precio, «cuestan 500 euros (más otros 500 de coste de transporte, permisos, persona que lleva cada máquina desmontada como los muebles de Ikea en maletones) frente a los 20.000 euros de una incubadora de gama media en occidente», detalla Bardají.
Las últimas cinco fueron llevadas al Hospital Grand Mbour el pasado junio. Una vez montadas en destino, Bergasa efectúa una verificación del correcto funcionamiento, para lo cual las reprograma en remoto en virtud de los datos que envía una tarjeta SIM instalada en el circuito electrónico. Además de la calibración, la tarjeta envía a España todos los datos de los parámetros de cada una de las unidades, siendo posible detectar precozmente disfunciones si las hubiese.
«Cuentan con control de temperatura, humedad y fototerapia (luz azul), las funciones básicas» que ha de tener una incubadora, según este experto.
Y que evitan, por ejemplo, que África se siga llenando de residuos de aparatos eléctricos y electrónicos, en este caso médicos, por el mal entendido «buenismo (o desconocimiento) blanco».
Y es que como explica este cirujano pediátrico, las incubadoras convencionales que mandamos acaban, al tiempo, abandonadas en el hospital cerca de la morgue donde no va nadie porque cuando falta un cable o se estropea no hay recambios ni técnicos que sepan arreglarlas.
Esto explica que en Senegal haya siempre incubadoras fuera de uso y que sea habitual ver incubadoras con varios niños a la vez. «En Senegal hay 14 hospitales regionales y 79 de distrito. Los primeros cuentan todos con un servicio de prematuros con al menos 3 incubadoras en funcionamiento. En el caso de los hospitales de distrito, estos tienen un servicio de recién nacidos mucho más precario. La mayoría cuenta con al menos una incubadora en funcionamiento».
Pues bien, gracias a la labor de la ONG de este médico pamplonés, ya han llevado 20 incubadoras: 5 en Mbour, otras 5 en Kolda, 4 en Saint Louis, 3 en Velingara, una en Ziguinchor, una en Thionck Essyl y una en Oussouye.
Gracias a ellas, «estimo que habremos podido salvar 600 vidas», 600 pequeños cuyo corazón hoy sigue latiendo gracias al empeño de estos profesionales, porque querer hacer algo en África no es solo cuestión de voluntad o dinero. Es necesario poner empeño y en demasiadas ocasiones lágrimas.