Opinión

Una dosis de autoengaño

«El ejemplo más claro es el de las adicciones, pensando que controlamos»

Paloma Pedrero, dramaturga
Paloma Pedrerolarazon

Llevo un tiempo dándole vueltas a este asunto. Y no sé por qué. ¿O es que no quiero saberlo? El autoengaño es «el arte de mentirse a sí mismo». No es una mentira, ya que esta la realizamos de forma y con un fin consciente. En el autoengaño hay todo un entramado de ficciones inconscientes que nos sostienen. Es decir, que nos protegen de realidades o experiencias dolorosas. El problema es que esta tela de araña involuntaria nos hace repetir situaciones. Y suele ser la culpable de que muchas veces tengamos la sensación de no avanzar en nuestros deseos de cambio. El ejemplo más claro es el de las adicciones. Ese convencimiento general de que podemos dejarlas cuando queramos, de que controlamos.

Hay autoengaños tan intrincados en nosotros que son difíciles de sacar a la luz. Hay otros, como ciertos recuerdos de situaciones de un pasado remoto, o de seres que quisimos y nos hicieron daño, que es mejor dejarlos dormir. ¿Para qué avivar una herida? La mente es sabia y creadora, capaz de elaborar hasta la belleza de aquello que nos rompió el corazón. El asunto es que de ese mentirnos a nosotros mismos surge uno de los peores sentimientos humanos, el de la impotencia. Porque si no quiero ver mis errores, y no soporto el sufrimiento que me causan, tampoco podré ser libre para transformarme. No, me diré, la culpa de mis fracasos la tienen los otros. El infierno está afuera. Yo soy solo una víctima de la crudeza de la vida y su sistema. Y claro, si te conviertes en víctima no encontrarás esa libertad efectiva y propia que nos permite enfrentarnos al mal y al infortunio.

Por eso hay que tener cuidado, el autoengaño es necesario para sobrevivir, sin duda, pero que sea en dosis pequeñas.