Opinión

Envejecimiento: la obligación de revisar los conceptos de edad y fragilidad

«Se pueden tener 80 años y un índice de fragilidad inferior a alguien de 40, lo que tiene gran trascendencia social y sanitaria»

La palabra viejo/vieja, debería desaparecer de la jerga médica y social porque no indica nada y es discriminativa
La palabra viejo/vieja, debería desaparecer de la jerga médica y social porque no indica nada y es discriminativaDREAMSTIMELA RAZÓN

Que la sociedad que nos ha tocado vivir es cambiante a todos los niveles resulta una evidencia científica difícilmente discutible. Que esto tiene repercusión en todas las facetas de la vida de toda la ciudadanía también es una evidencia muy clara y que los cambios son continuos y rápidos.

Por todo lo anterior, los conceptos que hasta ahora se están utilizando para medir ciertas constantes deben revisarse y adaptarse a las circunstancias, y todo esto en movimiento. Nos referimos concretamente a la edad y a la fragilidad. La fisiopatología de la fragilidad determina el desarrollo de la misma y son múltiples los mecanismos que implican la disfunción o el desarreglo de varios de los sistemas orgánicos del individuo, antes llamado anciano, y que nosotros proponemos que sea denominado de edad avanzada. Estos desarreglos vienen a sumarse al resto de cambios relacionados con el proceso normal de envejecimiento (inestabilidad del genoma, procesos oxidativos, disfunción de las mitocondrias, acortamiento telomérico, etc.). La alteración en el funcionamiento normal de dichos sistemas fisiológicos conlleva la dificultad para mantener la homeostasis cuando se presenta un acontecimiento estresor como la infección, un traumatismo o una intervención quirúrgica. De todo lo anterior, se pueden ver implicados los sistemas relacionados con el desarrollo de la llamada fragilidad: sistema musculoesquelético, el sistema inmunológico o el sistema neuroendocrino.

El obligado cambio de paradigma que nosotros ya hemos explicado en la Cámara Alta y publicado en varios artículos, y que la ciencia ratifica, tiene una trascendencia social importante, como es que no se puede jubilar al talento por obligación (siempre mantener el derecho a jubilarse), que le hemos ganado 17 años a la vida en los últimos 40 en nuestro país y en la Unión Europea, con lo cual los criterios de valía y jubilación obligada tienen que ser corregidos de manera inmediata (coste cero) porque se está haciendo un daño irreversible sin ningún tipo de justificación que lo mantenga.

Hoy, en nuestro país, cuya expectativa de vida en el hombre es de media 83,60 años y la mujer 86,23, no se puede «masacrar» a ciudadanos absolutamente competentes con criterios antiguos y en un momento donde la demografía resulta negativa (mueren más ciudadanos de los que nacen). Resulta una aberración científica y social mantener criterios que no se sustentan en nada serio. Tenemos la obligación de crear los factores correctores ya para no seguir perjudicando a generaciones enteras con talento, preparación y fragilidad muy baja que está produciendo vacíos laborales insustituibles y patologías neuropsicológicas no justificables.

El porqué de estos conceptos de la edad y la fragilidad es porque la unidad de medida del tiempo resulta también hoy totalmente distinta y que además el cambio de paradigma no es ya una opción sino una realidad totalmente incuestionable.

Además, coincide todo con que la era analógica está en sus últimas bocanadas, aunque se presenta una brecha digital ineludible que hay que corregir de forma paulatina. Hoy estamos ya en la era digital total, más concretamente en la era de la inteligencia artificial (IA). No como una moda sino como una necesidad objetiva del sistema social y sanitario.

Pero yendo al «meollo» de los que nos trae hoy a esta colaboración, es que la unidad de medida del tiempo, como ya hemos dicho, no es solo la edad. Es indudable lo que mide este ítem, pero no es lo suficientemente potente para estar con la realidad. Hoy también tenemos que hablar de fragilidad. Porque es un coeficiente imprescindible formado por tres ítems donde la edad es uno más y que expresa mucho mejor lo que hoy se entiende por salud y sus déficits. Tenemos que hablar más de que edad y fragilidad son conceptos claves que tienen que ir siempre unidos y que en el fondo, en definitiva, es un índice llamado «de fragilidad» que se deriva de Hospital Admission Risk Profile (HARP) y que tiene tres variables: la edad, el estado cognitivo (MMSE) y la dependencia para las actividades instrumentales de la vida diaria (IADLS). A mayor puntuación (0-5), mayor riesgo de declive funcional. ¿Qué quiere decir todo esto en la práctica diaria? Quiere decir que se pueden tener 80 años y un índice de fragilidad inferior a alguien de 40, lo cual tiene una trascendencia enorme en todos los aspectos sociales y sanitarios que hay que tener en cuenta.

En la praxis, este índice viene mayoritariamente del área quirúrgica, pues estamos realizando intervenciones quirúrgicas en personas de edad muy avanzada (con una fragilidad inferior a gente con mucha menos edad) y eso es muy bueno. El 30% de los españoles tiene más de 60 años. Por todo ello, el cambio de paradigma también viene marcado por la palabra, (como decía el profesor Lázaro Carreter: detrás de las palabras hay muchísimas cosas más), por lo que la palabra viejo/vieja, debería desaparecer de la jerga médica y social porque no indica nada, siempre es discriminativo, sería de edad avanzada, que expresa mejor la realidad. No al edadismo, no a la nefasta jubilación del talento. Basta ya.