Interacciones
Por qué tomar los medicamentos con la comida no siempre es buena idea
Las interacciones entre fármacos y alimentos son más comunes de lo que se piensa. Aquí destacamos algunas de las más frecuentes
La RAE define interacción como «acción que se ejerce recíprocamente entre dos o más objetos, personas, agentes, fuerzas, funciones, etc.». Si hablamos de salud, son especialmente conocidos los efectos derivados de la confluencia entre medicamentos, pero no tanto los que algunos alimentos pueden producir con un fármaco.
Pero la realidad es que las interacciones entre alimento/medicamentos (IAM) son algo habitual –al ser costumbre arraigada tomar los fármacos con las comidas– y, por ende, no se detectan con tanta facilidad como las producidas entre unos medicamentos y otros. Así lo confirma Aquilino García, -vocal nacional de Alimentación del Consejo General de Farmacéuticos (Cgcof) que acaba de publicar una nueva guía sobre el tema- quien cuenta que, aunque «no hay cifras fiables, pues las IAM siguen siendo poco conocidas, está claro que son más frecuentes que las interacciones entre fármacos».
El motivo por el que se producen, continúa el experto, «sin entrar en demasiados tecnicismos, podrían ser provocadas, entre otras, por alteraciones en los mecanismos de liberación, absorción, distribución, metabolismo o excreción de los medicamentos al tomar alimentos. Estas alteraciones podrían variar la biodisponibilidad del fármaco que puede traducirse en un aumento, una disminución o un retraso en el tiempo que se tarda en alcanzar una concentración adecuada del principio activo en sangre».
Existen otros factores como las características propias de los medicamentos (margen terapéutico, formulación, vía de administración, etc.) y del propio paciente (edad, sexo, función hepática o renal, enfermedades concomitantes) que pueden agravar las posibles consecuencias de una interacción.
Las más habituales
Uno de los casos habituales de IAM es el uso de metformina, empleado con frecuencia en personas con diabetes tipo 2. En estos pacientes debe cuidarse el uso de una dieta poco grasa y calórica, puesto que lo contrario reduce la tasa de absorción e incrementa los efectos adversos gastrointestinales. Otro ejemplo es el de la levotiroxina sódica, para el tratamiento del hipotiroidismo, que siempre es recomendable administrar en ayunas y evitando alimentos ricos en fibra, soja y sus derivados, café y zumos de frutas, entre otros.
El consumo de alimentos ricos en tiramina, como los quesos curados, bebidas fermentadas y tofu, pueden provocar crisis hipertensivas conocidas como «reacción al queso» en los pacientes tratados con inhibidores de la monoaminooxidasa (IMAO). También es el caso del zumo de pomelo, el regaliz y alimentos ricos en potasio que deben consumirse de forma separada siempre de los antihipertensivos como los inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina (IECA), por ejemplo.
Las más peligrosas
Estas interacciones no siempre son importantes. Pero hay ocasiones en las que sí. Preguntados por el alimento más «problemático» en este sentido los expertos coinciden en señalar el zumo de pomelo como uno de los que causa interacciones entre alimentos y medicamentos más frecuentes y más estudiadas en los últimos tiempos. Lucrecia Bourgon, especialista en Farmacia Hospitalaria del Hospital Francesc de Borja (Gandia-Valencia), pone el ejemplo de la ciclosporina, un tratamiento empleado para evitar el rechazo al órgano trasplantado que, «si se ingiere junto a zumo de pomelo, la concentración plasmática de la ciclosporina puede aumentar hasta en un 70%, elevando con ello su toxicidad sobre todo a nivel renal».
Respecto a las IAM más peligrosas, los expertos vuelven a coincidir en que las más relevantes son los fármacos con estrecho margen terapéutico «es decir, aquellos cuya dosis está muy próxima a la tóxica, por ejemplo el litio en el tratamiento del trastorno bipolar. También aquellos fármacos que requieren una concentración plasmática sostenida para poder realizar el efecto terapéutico esperado, por ejemplo sería el caso de los antibióticos», explica Bourgon. García, por su parte señala «la fenitoína o teofilina, o en aquellos que requieren un control exhaustivo de la dosificación (como los anticoagulantes orales)».
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