Entrevista

Sara Codina: «Descubrir que era autista a los 41 años fue como volver a nacer»

Entrevista a Sara Codina, autora del libro «Neurodivina y punto»

Sara Codina
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A sus 41 años, a Sara Codina le empezaron a encajar las piezas del puzle de toda una vida que, hasta entonces, parecía más un relato de ciencia ficción que el de una novela al uso. El giro argumental llegó cuando en su camino se cruzó la palabra autismo, un diagnóstico tardío que le ha dado pie a escribir el libro «Neurodivina y punto. 40 años siendo autista y yo sin saberlo (Lunwerg), una obra con la que quiere visibilizar este trastorno y tranquilizar a todo aquel que se siente tan «raro» como ella.

¿Hablar del trastorno del espectro autista es un tabú?

Sí, pero sobre todo me he dado cuenta de que sigue siendo un gran desconocido, no solo por la sociedad, que en ocasiones emplea el concepto de este trastorno como un insulto, sino incluso por los sanitarios. No se trata de una enfermedad, sino de una condición del neurodesarrollo y, por tanto, naces autista y te mueres autista. Esto no se cura, así que nadie debe caer en la trampa de buscar remedios mágicos.

Suele diagnosticarse en la infancia y, sin embargo, en su caso el dictamen llegó con 41 años...

Eso es un reflejo de ese desconocimiento y de la falta de conciencia médica, porque los manuales dicen que le ocurre más a los niños. Eso nos ha dejado en un limbo muy peligroso a muchísimas mujeres. Me costó casi cuatro décadas que un especialista pusiera nombre a lo que a mí me ocurría, porque el hecho de ser mujer, de haber sido madre o de tener una carrera profesional me excluía. Mientras tanto, me han diagnosticado ansiedad, fobia social, agorafobia, hipersensibilidad auditiva, trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), endometriosis... Y siempre con la losa de la depresión encima de mí.

¿Y qué es lo que sentía usted?

De niña yo veía que era diferente a los demás, pero no entendía el por qué. Simplemente me parecía que era un bicho raro que había nacido en un mundo equivocado, así que me limitaba a imitar lo que hacían los demás, creando una especie de personaje que no era yo. Eso genera una ansiedad constante que ha convivido conmigo desde la infancia y, cuando en la edad adulta crecen las responsabilidades, esa ansiedad se torna en depresión y en agotamiento. A pesar de todo, el buen humor siempre me ha acompañado, pues aprendí que una sonrisa salvaba muchas situaciones difíciles.

¿Esa incomprensión ha llegado a poner en riesgo su salud?

De pequeña siempre estaba enferma, con bajada de defensas, y de mayor con constantes bajas laborales. Creo que era por el propio estrés al que sometía a mi cuerpo. Querer encajar en un mundo que no entiendes te pone al borde del precipicio y resulta peligroso. Luego sufrí acoso laboral y tuve ideas suicidas.

¿Qué supuso saber la verdad?

Fue como volver a nacer. Es muy duro saber que te pasa algo y no poder definirlo. Poner orden a todas las preguntas que se me agolpaban fue un alivio, aunque al principio resultó duro tomar conciencia de que mi vida había sido una farsa y me sentí muy culpable. Tras unas semanas de desconcierto, luego ha supuesto un renacer.

¿Le ha dejado heridas?

Estoy aprendiendo a soltar lastre y a reconstruir mi vida, pero siguen conmigo las contracturas provocadas por tantos años de incomprensión y eso me hace vulnerable en una sociedad como esta. La ansiedad sigue conmigo.

¿El mundo no está pensado para personas con este trastorno?

La sociedad estaría preparada si quisiera. En el mismo espectro hay varios niveles según la ayuda que requieras en tu día a día, pero la vida actual va a una velocidad que nosotros no podemos seguir. Algo tan simple como ir al supermercado a mí me estresa muchísimo, porque mi cerebro no está diseñado para ello. Bastaría con adaptar algunas cosas a nuestras necesidades, apostar por la flexibilidad laboral y aprender a explotar nuestras virtudes.

¿Es optimista con el futuro?

Sí, confío en que, como cada vez se conoce más, poco a poco todo sea más sencillo.