Sociedad

De la desescalada al descalabro

Los errores en el desconfinamiento impiden estar bien preparados para los rebrotes

El director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES), Fernando Simón (d), durante una comparecencia en Moncloa, acompañado por el ministro de Sanidad, Salvador Illa, en una imagen de archivo
El director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES), Fernando Simón (d), durante una comparecencia en Moncloa, acompañado por el ministro de Sanidad, Salvador Illa, en una imagen de archivoEUROPA PRESS/E. Parra. POOLEuropa Press

Prueba y error. Ese fue el concepto que pareció presidir el comienzo de la desescalada. Tras meses de confinamiento y estado de alarma, España se disponía a volver a las calles en un proceso de descompresión por fases en el que habría que estar atentos a los errores cometidos y reaccionar con prontitud. Prueba y error, se nos repitió. Habrá momentos en los que surjan nuevos contagios, nuevos brotes, y tendremos que dar pasos atrás. Lo «fácil» había sido tener a toda la población metida en casa. Lo «difícil» venía luego, volver a la normalidad. El 22 de mayo Margarita del Val, experta del CSIC, lo dejaba claro: «Igual que nunca habíamos tenido una pandemia tan potente, hay que entender que tampoco hemos tenido nunca una desescalada. Todos estamos haciendo prueba y error, y ojalá acertemos». Ella misma había recordado poco antes que «la desescalada no es el final, tendremos años de pandemia».

Todos esperábamos que los errores fueran mínimos y las pruebas, superadas. Pero a la luz de los acontecimientos parece que la estrategia terminó convirtiéndose en «error y error». De la desescalada hemos salido convirtiéndonos otra vez en el país de Europa con más preocupantes datos. ¿Por qué?

El principal problema al que se enfrentó nuestro sistema de fases es que carecía de un criterio sólido. El 28 de abril, el presidente Sánchez aseguró que todos los españoles podrían tener acceso a los criterios que cada territorio tendría que cumplir para pasar de fase. Pero lo cierto es que tales criterios no eran una hoja de ruta bien definida y, como es sabido, tampoco respondían a un documento transparente, público y firmado por expertos.

Tras desvelarse que no existía una cosa tal como un «comité asesor de desescalada» el Ministerio de Sanidad ha confirmado que las decisiones sobre el cambio de fase las tomaba «como no podría ser de otro modo» (en palabras del ministro Illa) el propio titular de la cartera sanitaria. Los supuestos criterios de desescalada ya se evidenció a principio de mayo que no eran más que dos requisitos generales y una serie de factores que eran objeto de análisis entre el ministro y los funcionarios que lo asisten en la pandemia. Criterios como tales, solo hemos podido conocer dos (publicados en el BOE). Para el tránsito a la nueva normalidad era necesario que las comunidades autónomas demostraran su capacidad de instalar en un determinado plazo entre 1,5 y 2 camas de UCI por cada 10.000 habitantes y entre 37 y 49 camas de enfermos agudos para la misma población.

El resto de requisitos planteados no eran fácilmente tasables, no existía una fórmula matemática clara que permitiera definir sin lugar a dudas si se estaban cumpliendo. Se hablaba de certificar la capacidad de aislamiento y control de las fuentes de contagio, de reforzar sistemas de alerta precoz, de mejorar la atención primaria, de articular mecanismos de contención rápida…

Lo cierto es que bajo estos criterios, algunos de ellos más laxos que otros, la desescalada se produjo de manera asimétrica y, por qué no decirlo, en algunos casos incomprensible. Fernando Simón trató de explicarlo cuando, en una de sus ruedas de prensa al comienzo de la desescalada, advirtió que «un territorio puede tener más casos que otro, pero una gran capacidad de detección y rastreo y por lo tanto pasará antes de fas».

Con los criterios de selección poco claros, los expertos asesores inexistentes u ocultos tras el organigrama funcionarial del ministerio y la pandemia galopando fuera de nuestras fronteras, la estrategia de ensayo y error terminó siendo demasiado arriesgada. Pero el plan de cambio de fases ya estaba en marcha y las disparidades de evolución entre territorios evitaron una desescalada unitaria.

Todos los expertos que contemplaron el inicio de las fases en España coincidieron entonces en algo: el riesgo cero es imposible.

Gabriel Leung, epidemiólogo y decano de Medicina en la Universidad de Hong Kong, afirma que mientras no haya vacuna «todos debemos prepararnos para varios ciclos de idas y venidas durante los cuales se aplican y relajan restricciones, se aplican nuevamente y se relajan de nuevo. Hay que estar preparados para volver a imponer restricciones drásticas».

No ocurre así en todos los sitios. En la provincia china de Hubei se ha utilizado la estrategia del 14-0 (esperar a pasar 14 días con cero contagios antes de relajar las medidas). Se trata de una apuesta radical que tampoco priva a los territorios de posibles rebrotes, pero que permite estar mucho mejor preparado para ellos. Claro que, como dijo en su día, Margarita del Val, «allí tienen el apoyo de todo el resto de China». En España no es posible sostener a una comunidad que permanezca cerrada mucho más tiempo mientras el resto del país evoluciona.

Con una desescalada asimétrica, unos criterios poco definidos y un mando único diluido que fue cediendo el trabajo a las comunidades autónomas, España no estuvo en condiciones de afrontar los posibles rebrotes con todos los medios necesarios. Ejemplos para demostrarlo no faltan. A pesar de que la OMS alertó hace meses de la necesidad de invertir en rastreadores, nuestro país está a años luz todavía de contar con la red necesaria para rastrear contactos. Aunque parezca mentira, después de evidenciadas las deficiencias de recursos en atención primaria, de nuevo los rebrotes han vuelto a desvelar la vulnerabilidad de esa parte fundamental de la cadena de la sanidad pública. Durante demasiadas semanas se ha ofrecido un mensaje demasiado centrado en la recuperación económica que ha transmitido una falsa sensación de que habíamos superado la pandemia. Se han perdido meses cruciales para apuntalar en la ciudadanía (sobre todo entre los más jóvenes) la idea de que la autoprotección es fundamental todavía hoy. No es comprensible que no haya habido una mayor movilización de recursos en campañas muy potentes de concienciación al estilo de las que se hicieron, por ejemplo, con el SIDA.

En ese escenario, el Gobierno levantó el pie del acelerador (Simón de vacaciones, delegación de responsabilidades en las Comunidades Autónomas, foco en la reconstrucción económica). Y se desatendieron algunas reivindicaciones muy razonables (como la de controlar mejor los accesos en los aeropuertos). Por si fuera poco, la supuesta aplicación informática para el rastreo de casos sigue siendo una eterna candidata en fase de proyecto y las reuniones para debatir la vuelta a las aulas en septiembre se han fijado para finales de agosto (sin tiempo material de reacción).

Cada uno de esos errores por sí solo parece minúsculo. La acumulación de todos ellos puede suponer la diferencia entre una desescalada y un descalabro.