Coronavirus
Virus rico, virus pobre
Manuel Franco, epidemiólogo experto en Salud Urbana: «Lo de que el SARS-CoV-2 no entiende de clases sociales es una falacia. Las peores condiciones de vida y de trabajo de las personas favorecen la expansión de la pandemia»
El primer caso de Covid-19 confirmado en España fue el de un turista y empresario alemán, que viajó a la isla canaria de La Gomera a finales de enero, después de haber estado en contacto, en su ciudad de origen, con una persona que tenía la infección. Dos características, la de turista y empresario, que suponen que podía viajar a otro país, por ocio, en unas fechas en las que la mayoría de la población no puede permitirse llegar a fin de mes. Otro de los primeros casos fue el de un hombre, también de origen alemán, que había viajado a Los Alpes a esquiar con unos amigos. La primera persona fallecida en nuestro país a causa de la infección fue un hombre de 69 años en Valencia, que había regresado recientemente de Nepal.
En los primeros meses de la pandemia, entre marzo y junio, una larga lista de empresarios españoles y personalidades de la vida social y cultural fallecieron a causa de la infección por Covid-19. Entre ellos, José Folgado, expresidente de Red Eléctrica (REE); José María Loizaga Vigurri, director ejecutivo y uno de los vicepresidentes de la constructora ACS; Carlos Falcó, Lucia Bosé, Lorenzo Sanz, Alfonso Cortina, Enrique Castelló, Esteban Yáñez, Consuelo Garrido y Enrique Múgica.
Los positivos entre políticos, deportistas de élite, jueces, presentadores y, en general, «caras conocidas» de distintos ámbitos se multiplicaban. ¿Era la Covid una especie de «enfermedad de ricos»? No exactamente, pero la «clase social» a la que pertenecían, con las particularidades que ello implica (poder adquisitivo, capacidad para viajar con frecuencia, por trabajo y ocio, vida social y/o pública activa) les predispuso, de algún modo, a un contagio que «llegó» de la mano de los negocios y el comercio internacional.
La explicación de cómo ha pasado a convertirse en una crisis sanitaria global, con especial incidencia en las áreas más desfavorecidas de las grandes ciudades del mundo, la encontramos en un concepto recientemente acuñado por Richard Horton, editor jefe de la revista científica «The Lancet»: sindemia. ¿Y qué significa esto? Etimológicamente, la palabra procede de la unión de pandemia y sinergia, y define lo que sucede cuando dos enfermedades interactúan entre sí y aumentan el daño que causarían por separado. Así, la Covid-19 sería una sindemia porque interactúa con otras enfermedades no transmisibles, como la hipertensión, la obesidad, la diabetes, las enfermedades cardiovasculares y respiratorias crónicas y el cáncer.
La mayor prevalencia de estas enfermedades se produce en los grupos de población con menos recursos. Una realidad que se manifiesta especialmente en las grandes ciudades, donde las desigualdades sociales crean y perpetúan las desigualdades en salud. Y parece que la Covid-19 nos lo ha puesto delante de nuestros ojos.
«La afirmación (que se ha escuchado mucho) de que el coronavirus no entiende de clases sociales y que nos afecta a todos por igual es una falacia. La evidencia científica la desmiente rotundamente. Sabe de clases sociales, de barrios y de distribución de los recursos. Las peores condiciones de vida y de trabajo de las personas favorecen la Covid-19», explica el epidemiólogo Manuel Franco, investigador de la Universidad de Alcalá (Madrid) y de la Johns Hopkins (Baltimore, EE UU) y uno de los expertos más reputados en salud urbana. Franco forma parte del grupo de 20 científicos que consiguieron reunirse con el ministro de Sanidad, Salvador Illa, a principios de este mes para reclamar que se lleve a cabo un análisis de evaluación profunda e interdisciplinar de la pandemia. «Las poblaciones más desfavorecidas son los grupos más afectados, y eso es algo que se basa en un concepto universal que es el de «gradiente social», que muestra que los más pobres entre los pobres, en todo el mundo, son también los que tienen peor salud. El «gradiente social» de la transmisión del coronavirus y sus consecuencias está determinado por factores como el tipo de trabajo, el tipo y uso de la vivienda y por el estado basal de salud de las poblaciones», añade.
Empecemos por el trabajo. Del tercio de población que más gana en España, entre el 60 y el 70% puede teletrabajar, mientras que, del tercio que menos gana, los que pueden hacerlo no llegan al 10%. «El tipo de trabajo y situación de empleo que tengamos nos va a permitir afrontar los posibles confinamientos o restricciones de movilidad de maneras muy diferentes. Por ejemplo, si no puedo teletrabajar es probable que tenga que desplazarme en transporte público, por lo que mis posibilidades de contagio serán mayores que las de una persona que sí puede hacerlo», explica Franco. «Pasa lo mismo con una medida tan básica como el distanciamiento físico, que nuestra capacidad de asumirlo dependerá de si tenemos o no un buen trabajo, la seguridad de no perderlo, una pensión digna, una buena vivienda y una red de apoyo que nos escuche y ayude si algo va mal o muy mal», añade.
La vivienda es otro tema clave en lo que respecta al desigual avance de la enfermedad en cada rincón de España. La mayor densidad de viviendas sobreocupadas, compartidas y con condiciones de habitabilidad peores en los distritos más afectados se sitúa frente a la disponibilidad de segundas residencias fuera de la ciudad como un factor determinante a la hora de analizar los bajos datos de incidencia registrados en los distritos con más ingresos de la ciudad.
Una investigación reciente realizada por investigadores del Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas (IMIM) y de la Fundación Instituto Universitario para la Investigación en Atención Primaria de Salud Jordi Gol i Gurina muestra cómo, en la ciudad de Barcelona, el distrito con la media de renta más baja, Nou Barris, registró durante el pico más álgido de la epidemia una incidencia de casos 2,5 veces más alta que el distrito con la renta más alta, Sarrià-Sant Gervasi.
En la otra gran urbe, Madrid, epicentro de la pandemia en Europa desde principios de agosto, los barrios del sur (Puente de Vallecas, Usera, Orcasitas, Carabanchel) hiperpoblados, con una renta per cápita baja y que dependen de desplazarse a otras zonas de Madrid para poder trabajar, encabezan la clasificación de los más afectados y van de confinamiento en confinamiento. Sin embargo, Chamberí, Chamartín/Nueva España y Barajas, áreas en las que la mayoría de la población puede ejercer el teletrabajo, tienen el menor número de casos.
«Los esfuerzos para contener la pandemia no pueden ignorar los problemas de equidad en materia de salud», señala Franco. «Hablar de desigualdades es una verdad incómoda pero, si no las tenemos en cuenta, fallaremos estrepitosamente en hacer epidemiología y fracasaremos en el control de la crisis sanitaria. Es algo que ha quedado demostrado en el modo en el que surgieron los primeros rebrotes en el mes de julio, en lugares donde se concentró un gran número de personas en busca de trabajo (los temporeros de Lérida), excluidos del sistema, sin medidas de protección y hacinados o durmiendo en la calle», añade.
¿Cómo le explicas medidas de higiene a gente que vive en barracas sin agua corriente? Se pregunta Ana Francisca Medina, delegada de «Enfermeras para el Mundo» en Almería. «Creo que estamos cerrando los ojos a una realidad que se vive en muchas ciudades de España, y esta gente merece que se le tenga en cuenta». Personas a las que ve a diario en su periplo por los barrios y barriadas más vulnerables de la ciudad andaluza. «Es mucho más peligrosa la pérdida de esperanza que el virus. La gente está muy desmotivada con la situación, especialmente los adolescentes y adultos jóvenes. Yo trabajo con personas en riesgo de exclusión social, y es muy duro ver cómo la crisis generada por el Covid-19 les aleja más todavía de un futuro mejor. Sus expectativas están rotas, truncadas, y es muy difícil volver a motivarles para que luchen por sus derechos y puedan sentirse integrados de nuevo en la sociedad», explica. Ana cuenta como tanto a la asociación para la que ella trabaja como muchas otras que ayudan a estas personas (como Cáritas o Almería acoge) están teniendo que esforzarse mucho por «rehacer» todo lo que habían construido antes del confinamiento. «El cierre de los colegios, la pérdida del trabajo, de rutinas de contacto social y actividades formativas pueden romper el equilibrio de cualquier familia pero, en casos de personas en una situación tan delicada como esta, suponen dejarles completamente al margen de la normalidad», concluye.
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