Salud

¿Qué es reducir el daño, la nueva estrategia frente al tabaquismo?

LA RAZÓN reúne en una mesa de análisis a varios expertos para profundizar sobre el reto de disminuir el número de fumadores

La pandemia del coronavirus ha eclipsado los problemas de salud tradicionales, pero no por ello han desaparecido del mapa. Todo lo contrario, pues algunas patologías han aumentado derivadas del contexto actual. Es el caso del tabaquismo, un hábito que se ha incrementado un 10% estos últimos meses como consecuencia del estrés, la incertidumbre y los confinamientos domiciliarios. Pero el problema resulta muy serio, ya que, de acuerdo con las estadísticas, en nuestro país hay diez millones de fumadores y de ellos mueren anualmente más de 50.000 personas.

El hábito de fumar está directamente relacionado con la aparición de muchas enfermedades, principalmente cardiovasculares, respiratorias y diferentes tipos de cáncer. A pesar de ello, en las unidades de tabaquismo los profesionales se encuentran con un alto porcentaje de pacientes que no son capaces o no quieren dejar de fumar. Con esta realidad como telón de fondo, LA RAZÓN ha celebrado, en colaboración con Philip Morris, un encuentro virtual con cuatro expertos para ahondar en la reducción del daño en tabaquismo, un reto aún pendiente para nuestra sanidad.

Los datos son contundentes: «España ha implementado una regulación muy restrictiva con el tabaco pero, a tenor de las cifras, ese camino ha tocado techo, ya que en los últimos años el consumo de cigarrillos apenas ha descendido dos puntos y se mantiene muy por encima del 30% de la población. Las estadísticas muestran la paradoja que hay entre la ley y su falta de eficacia, ya que no se logra reducir la tasa de fumadores drásticamente, que es el objetivo final que se persigue», asegura Josep Mª Ramón Torrell, director de la Unidad de Deshabituación Tabáquica del Hospital Bellvitge de Barcelona.

Y no sólo el número de fumadores no baja en España, a diferencia de lo que sí ocurre en otros países, sino que, además, entre aquellas personas que deciden intentarlo, la tasa de fracaso sigue siendo muy alta. «En concreto, la tasa de fumador recalcitrante está entre un 25-30%, es decir, personas que saben que fumar daña su salud, pero que no quieren o no son capaces de dejarlo. Es una cifra muy considerable y tengo pacientes que son profesionales de la recaída. Hay que buscar una salida para ellos», reconoce Ramón Torrell.

Nuevo abordaje

Esta situación es la que ha llevado a los facultativos a plantear la necesidad de nuevas vías en el abordaje al paciente fumador basadas en la reducción del daño que complementen las herramientas existentes de cesación y prevención del hábito de fumar. Las políticas dirigidas a reducir el daño, como su propio nombre indica, se basan en disminuir la nocividad al individuo y a la población, mediante una serie de productos alternativos con nicotina y sin combustión –dirigidas exclusivamente a aquellos fumadores que no logran dejar de fumar y que, por tanto, van a seguir con el hábito–.

«Cuando hablamos de las estrategias del cese del tabaquismo vemos que el éxito es muy limitado. La eficacia no pasa del 30% si no se realizan actividades complementarias, por lo que estamos ante algo muy costoso. Bajo esta premisa, en el año 2017 en Inglaterra se inició una tendencia basada en el potencial que tenían las alternativas sin combustión, pero basándose en la evidencia científica, pues cualquier nueva tecnología debe someterse a pruebas para garantizar su eficacia, seguridad y conveniencia», advierte José Mª Recalde, experto en Evaluación de Tecnología Sanitaria.

Y esa evidencia científica a la que alude Recalde ya está negro sobre blanco. En 2019, la revista «The Lancet» publicó un artículo en el que 72 expertos independientes ponían de manifiesto la necesidad de una tercera vía en el abordaje del tabaquismo en una carta al director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para «incluir la reducción del daño en tabaquismo en su estrategia para hacer frente a las enfermedades relacionadas con fumar». Sin embargo, «el informe de la OMS sobre la epidemia mundial de tabaco de 2019 continúa subestimando el potencial de bajo riesgo de las alternativas al cigarrillo».

En este sentido, los expertos reunidos por LA RAZÓN lo tienen claro: «Aquí no vale ampararse en las ideologías ni en las posturas preconcebidas de partida. Si la reducción del daño es una realidad hay que cuantificarlo en el laboratorio. No hay que prohibir por prohibir, sino medir los resultados y regular en función de ello», asegura Miguel de la Guardia, catedrático de Química Analítica de la Universidad de Valencia, quien recuerda que «la conclusión científica es que la nicotina genera adicción, pero a esas dosis no mata. Por ello, debemos orquestar una serie de alternativas para lograr el objetivo de reducir la cifra de fumadores. La cesación es la primera opción, pero hay que ayudar a ese fumador recalcitrante con otras alternativas menos dañinas para el organismo, pues se ha comprobado que las opciones libres de humo son un 95% menos perjudiciales que el cigarrillo tradicional, ya que no superan los 350 grados centígrados».

Esa evidencia científica es la que ayuda a los facultativos en su práctica clínica. «Ante un paciente que tiene un problema de salud bucodental la primera opción siempre es que deje de fumar, pero son muchos los que no quieren renunciar a ello. Es ahí donde entran en juego alternativas como el tabaco calentado, ya que al menos resulta mucho menos dañino y, por tanto, permite que los tratamientos bucodentales realizados tengan una mayor tasa de éxito», reconoce Luis Cuadrado, especialista en Odontología e Implantología.

El aval de la FDA

Países como Estados Unidos o Inglaterra ya han tomado el tabaco calentado como una tercera vía para luchar frente al tabaquismo, una medida que tiene el aval de la FDA, que el pasado mes de julio autorizó la comercialización de un producto de calentamiento de tabaco como producto de riesgo modificado.

«La evidencia científica acumulada ha hecho que organismos como la FDA, que no es nada sospechoso de intereses ajenos a la salud, hayan avalado productos basados en el tabaco calentado y esto supone un gran avance para emplear estos dispositivos como herramienta útil frente al tabaquismo», asegura De la Guardia, quien confía en que esta decisión suponga un antes y un después en el camino a seguir en nuestro país: «Ese aval de la FDA rompe una lanza en favor del concepto de reducción de daños, que es algo que se estaba poniendo en duda. Creo que sirve para legitimar el uso de estas alternativas de reducción de la nocividad para el fumador».

Y eso es precisamente lo que reconoce el odontólogo Cuadrado, quien confiesa además que «esa certificación de la FDA nos da un poco de certidumbre a los profesionales que tratamos a personas fumadores, pues nos permite ver estos nuevos dispositivos de tabaco calentado como una alternativa segura para nuestros pacientes».

El grave peligro de la combustión

El cigarrillo constituye la forma más dañina de consumir tabaco y nicotina. La razón reside en que el cigarrillo convencional se quema a temperaturas por encima de los 800 grados centígrados, lo que provoca a su vez una serie de cambios irreversibles en la composición química del tabaco, debido a las elevadas temperaturas generadas. De esta manera, el humo que se libera es portador de más de 7.000 sustancias diferentes para el fumador, de las cuales, alrededor de 100 resultan tóxicas y, de acuerdo con la FDA, 15 son dañinas o potencialmente dañinas y principales causantes del desarrollo posterior de enfermedades vinculadas al tabaquismo. Por ello, según los expertos, eliminar la combustión y el humo de la ecuación resulta un elemento clave para conseguir una reducción de esas sustancias nocivas y, por lo tanto, para alcanzar la reducción del daño por tabaquismo. Respecto a la nicotina, sin estar exenta de riesgos, no se trata de la principal causa de las enfermedades, sino que es la causante de la adicción. Por tanto, se ha demostrado que consumir nicotina evitando la combustión reduce la exposición a las toxinas derivadas del humo del cigarrillo, por lo que, potencialmente, se puede disminuir de manera considerable el riesgo de sufrir enfermedades propias del hábito de fumar como, por ejemplo, patologías coronarias o disfunciones pulmonares, entre otras.