Reuniones ilegales
El pasado ocho de julio la gente de la noche perdió el miedo. Aquel día abrieron las discotecas en España después de cuatro meses en el dique seco y se acabó el temor a contagiarse de la Covid-19. La reapertura solo duró un mes, pero puso en marcha una maquinaria que no se ha detenido. Las fiestas se siguen celebrando, ahora son clandestinas y a escondidas, pero la juerga no para en Madrid. Después de varios intentos, una testigo de palco de lo que se cuece a puerta cerrada accede a hablar con este periódico sobre lo que el común de los mortales no podemos ver.
Valeria tiene apenas veinte años y lleva trabajando en el mundo de la noche desde 2017. Primero como chica de imagen y después como gogó en discotecas madrileñas. La pandemia la ha devuelto a la primera ocupación, aunque en este momento los reservados han sido sustituidos por sótanos de casas particulares. Para los no iniciados en la materia, esta joven extranjera (que ya se considera española porque lleva aquí más de media vida) explica que a una chica de imagen se la contrata para dar ambiente al local y beber con los clientes que reservan mesas enteras para lograr que consuman más. Ellas hacen como que beben también, que se divierten, y en cuanto pueden muchas corren al baño a tirar la copa. En principio, no tendrían que ir más allá, a no ser que se pacte otra cosa a título personal, algo que a Valeria le ha ocurrido dos o tres veces. Cobrar por mantener sexo «con alguien que me gustaba y con el que iba a hacerlo igual».
La primera fiesta ilegal a la que acudió tras el cierre oficial de agosto tuvo lugar en la planta subterránea de una discoteca. Todos los asistentes fueron convocados a través de grupos de WhatsApp y se les instruyó previamente sobre dónde dejar el coche para evitar despertar sospechas si no cogían un taxi, que era la opción recomendada. También se estableció un punto alejado de la entrada donde estas chicas serían recogidas por el promotor. Sin embargo, la gran mayoría de eventos a los que acude Valeria tiene lugar en domicilios privados.
El mismo promotor que antes reservaba la mesa al cliente VIP organiza ahora una fiesta para amigos en su casa con las “asistentes” que elija por catálogo. «No se trata de reuniones abiertas, son privadas y en ellas está el que organiza, sus amigos y nosotras. Normalmente, voy a tres a la semana y cobro un mínimo de 100 euros, aunque sé que algunos están pagando la mitad, 40 o 50 euros, porque se aprovechan de la situación», cuenta esta joven que está a pocos meses de licenciarse de una carrera superior en la Universidad Complutense.
«Nunca sabemos cuándo ni dónde tendrá lugar la próxima fiesta. A veces nos enteramos con una semana de antelación, otras con solo una hora», relata. El tiempo justo para maquillarse, vestirse y saltar al Uber. Valeria asegura que nunca ha sentido la amenaza de la Policía. Las viviendas suelen estar a las afueras de Madrid, son grandes y están bien insonorizadas. Los invitados permanecen dentro hasta que termina el toque de queda.
Todo suele estar bastante controlado para que no se vaya de madre, justo lo que le ocurrió la semana pasada a Randy Koussou, el príncipe de Benín que acabó denunciado por sus vecinos y cuya fiesta fue disuelta por la Policía. Valeria le conoce bien porque ha estado en algunos de sus «saraos». Afirma que es «un tipo muy majo, normal y corriente, con mucha pasta y al que le encanta reunir a la gente. Lo que pasa es que no sabe decir que no y es demasiado ingenuo. Invita a unas cuantos y cada uno se lleva a veinte amigos. La gente acaba yendo a de ’'after’' a su casa».
Nuestra fuente asegura que este tipo de reunión clandestina no se hace para ganar dinero pese a que, en ocasiones, el que organiza cobra 50 euros, una cantidad que las chicas de imagen no pagan. «Por lo demás, hay lo que había antes, drogas, alcohol, sisha, prostitutas...», resume durante la conversación que tiene lugar en un céntrico piso. Lo ha alquilado para estos meses porque la vivienda en la que residía antes está en un barrio confinado y necesita poder entrar y salir con libertad.
Huelga decir que en estas fiestas al margen de la ley no se respeta medida alguna de seguridad. Ni mascarillas, ni distancia, ni ninguna precaución que aleje la amenaza del contagio del coronavirus. Según Valeria, la gente no está dispuesta a que nada les amargue la diversión. «Si hay un evento privado y me da la gana, pues voy. Cuando abrieron las discotecas el ocho de julio pensamos que todo había terminado y luego parece que nos echan la culpa de todo, cuando en los locales se incumplían las reglas igual que en cualquier otro sitio. Y es que se ha dejado tirada a mucha gente que vivía de esto, a familias enteras. No ha habido ninguna ayuda para los que se dedicaban al ocio nocturno porque, además, muchos cobraban en negro, ¿qué nos quedaba?», se lamenta.
Dice que no tiene ningún miedo a contraer la Covid-19 porque, de hecho, «ya lo he cogido dos veces y no me ha pasado nada porque soy joven. Esta es una enfermedad en la que la media de edad de los que se mueren es de 86 años, y yo quiero seguir viviendo mientras tanto». Asegura que durante el confinamiento todos se quedaron en su casa siguiendo las órdenes dictadas por el Gobierno pero que a partir del verano se abrió la veda. «Todas las medidas han ido dirigidas a acabar con el ocio de la noche, ya sea que cobren en negro, blanco o violeta. Han echado mano de lo más fácil», continúa.
Lo cierto es que el cerrojo impuesto a la vida nocturna española ha dejado sin ingresos a muchas chicas como Valeria, que ahora se buscan la vida como pueden. Una de las salidas (a la que ella no ha recurrido) ha sido darse de alta en la página «Onlyfans», que ha derivado en una aplicación con contenido erótico para adultos. «El concepto de esa web ha cambiado por completo. Se muestran imágenes sexuales, sin censura. Te das de alta y subes cosas a tu plataforma y los que te quieren ver tienen que pagar una suscripción mensual», relata. Pero en lo que se hace más «caja» es en lo que llaman «tips», peticiones especiales del abonado a alguna mujer en concreto y que se pagan aparte.
En los tiempos buenos prepandemia Valeria podía ganar, fácilmente, 600 euros en una semana. Cobraba entre 80 y 120 euros por bailar en ropa interior o con algún disfraz erótico en discotecas en las que solo tenía que hacer tres pases de unos quince minutos. El resto de las cuatro horas que permanecía en el local andaba pululando por la sala para dar «ambiente». Dice que el trabajo de «gogó» era «mil veces mejor» que el de chica de imagen, sobre todo porque no tenía que aguantar a determinados clientes. Echa pestes de los hombres españoles, que son «machistas, nada detallistas y se creen con derecho a todo». De todas formas, dice que ella no aguantaba ni media tontería porque «mi dignidad no la pagan 50 euros» y en cuanto alguno se pasaba de la raya lo ponía en su sitio sin pestañear: «Yo me hacía respetar porque soy consciente de quién soy, me estoy preparando, me pago mi vida y mis estudios, mi casa y mis cosas, y muchos de estos hombres se dedican a robar de una u otra forma». No fuma ni bebe, no se ha drogado en su vida y se machaca en el gimnasio el tiempo libre que le dejan los estudios y las fiestas. Solo tiene operado el pecho, pero está ahorrando para un viaje a Colombia donde “te marcan los abdominales con cirugía” previo pago de 8.000 euros.
Aquella época sin coronavirus en la que acudía a casas de futbolistas de primera fila y de famosos de toda condición parece como de otro siglo. Cobraba a partir de 600 euros por velada y le quitaban el móvil al entrar para que no se pudiera «filtrar» nada indeseado por el anfitrión. Su experiencia en el mundo de la noche le ha dejado mucho dinero y también un poso amargo con respecto a los hombres. Lo que ha visto y vivido solo ha reafirmado su idea de que «todos son infieles por naturaleza, no hay uno que se salve». Asegura con cierta nostalgia que «siempre me he enamorado de pobres» y ha llegado un punto en que la relación no ha funcionado porque la falta de poder adquisitivo le impedía llevar la vida que quería. Le gusta mucho el dinero, lo reconoce abiertamente, y en diez años se ve fuera de España trabajando en lo suyo, quizá en Estados Unidos, y ganando «un buen sueldo, de 4.000 euros para arriba». ¿Y si tuviera una hija? ¿Cómo la educaría?: «Que fuera lo que ella quisiera mientras no hiciera daño a nadie, pero sobre todo que fuera independiente, Una mujer empoderada».