Fracaso de la UE

Un Viejo (y lento) Continente para las vacunaciones

Muy por detrás de Reino Unido o EE UU, toreados por las farmacéuticas y ahogados por las normas regulatorias, los europeos comunitarios estamos a la cola en dosis inoculadas

Vacunación en Cardiff, Reino Unido
Vacunación en Cardiff, Reino UnidoBen Birchal / POOLAgencia EFE

Cuando la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, declaró la semana pasada que, en cuestión de vacunación, «no estamos en el lugar en el que nos gustaría» estaba poniendo palabras al sentimiento de muchos europeos. Y es que en la carrera por la vacunación masiva de sus ciudadanos la vieja Europa va perdiendo de largo. La Unión Europea arrojaba un triste 5,25% de individuos vacunados con una primera dosis frente al 79,48% de Israel, el 53,43% de Emiratos Árabes, el 24,30% del Reino Unido, el 17% de Estados Unidos o incluso el 12,3% de Chile. El dato resulta paradójico si tenemos en cuenta que una buena parte de la tecnología, la ciencia básica y la financiación previa de algunas de las vacunas de más éxito han tenido su origen en la Europa pre y post-Brexit.

Desde que empezaron a anunciarse los primeros avances en la investigación de una inmunización (con buenos resultados en fases II y III de Pfizer, Moderna, Oxford…) la Unión Europea optó por una política de unidad impulsada fundamentalmente por el gobierno alemán. Todos los países acudirían al mercado como un solo bloque y se produciría la distribución de las dosis en función de criterios demográficos. Algunos expertos consideran que eso fue un error. Con un solo comprador para toda la región se perdió capacidad de reacción rápida (demasiados intereses cruzados por cada paso a dar). El Reino Unido, liberado de la obligación de acompañar a sus exsocios, se movió más deprisa y negoció mejor. ¿O no?

La presidenta de la Comisión Europea sigue insistiendo en que la decisión de moverse en bloque fue correcta: «No quiero ni imaginar lo que hubiera pasado si un puñado de países más grandes hubiera acudido con toda su potencia al mercado dejando al resto de países miembros con las manos vacías», declaró.

Para colmo, las noticias desveladas este jueves sobre la firma del contrato con la compañía AstraZeneca demuestran que el problema de Europa no fue el tiempo. Según reveló la CNN, Europa firmó su contrato con la farmacéutica en las mismas condiciones del que firmó el Reino Unido e, incluso, un día antes. Londres compró sus vacunas el 28 de agosto. Bruselas, el 27.

Además, la falta de cumplimiento de sus obligaciones contractuales por parte de AstraZeneca ha conducido a una auténtica guerra subterránea entre la empresa y Bruselas. En enero, la compañía confesó que no podría satisfacer la entrega de los lotes prometidos a Europa. Y Europa reacción con furia. Se impusieron controles a las exportaciones de vacunas desde el Viejo Continente, se inspeccionaron instalaciones de fabricación para investigar si los «problemas técnicos de producción» aducidos eran reales y se procedió a un intercambio de declaraciones sobre el riesgo de un exacerbado «nacionalismo de la vacuna». Todas las medidas y el griterío apuntaban, soterradamente, a Londres. ¿Por qué ellos no sufrían recortes en las entregas y nosotros sí?

Al desvelarse parte del contrato firmado por Europa con AstraZeneca se ha demostrado que las condiciones son muy similares. En ambos casos, la empresa incluye una salvaguarda a que «hará el mayor de los esfuerzos razonables para cumplir los compromisos de entrega». El CEO de la farmacéutica, Pascal Soriot, ha declarado en más de una ocasión que, efectivamente, los acuerdos no le obligan a ir más allá de «el mayor esfuerzo posible».

Pero el argumento empieza a hacer agua. Si los contratos con Londres y Bruselas son iguales y en ambos casos se invoca como máximo compromiso la buena voluntad y el esfuerzo de la productora, ¿por qué ha habido tanta diferencia de trato entre los dos clientes?

Las autoridades europeas no hacen declaraciones al respecto y los responsables de AstraZeneca se remiten a las palabras de su jefe. Solo algunos expertos en legislación internacional se atreven a juzgar. David Green, socio principal de la firma Edwin Coe declaró a The London Economic que «los contratos británico y europeo son básicamente idénticos, lo que no extraña ya que se firmaron al mismo tiempo». El término «mayor esfuerzo posible» parece una cláusula exculpatoria para ofrecer cierta protección legal a la empresa fabricante en caso de no cumplir el calendario de entrega. Tiene su lógica en el contexto de inmensa celeridad en el que se ha visto obligada a desarrollar y producir la vacuna. El riesgo era prácticamente inasumible por cualquier fabricante. «Lo que no puede hacer AstraZeneca –ha declarado Coe– es priorizar un contrato sobre otro amparándose solo en esta razón».

Las tensiones no se han producido solo con AstraZeneca. Pfizer también se ha visto obligada a desairar a Bruselas cambiando algunos de los compromisos de entrega pactados. Y es que Europa se ha mostrado más cauta y más rácana a la hora de salir al mercado. El ambicioso proyecto de vacunar en bloque a 450 millones de personas se inició en las peores condiciones posibles, con un continente que se enfrentaba a una tercera ola con los peores datos de contagios desde el inicio de la pandemia.

Aún así, la Unión no quiso abandonar su veterana política regulatoria. En un esfuerzo de solidaridad regional, se impuso la idea de aguardar en bloque a las autorizaciones de un solo órgano regulador (la Agencia Europea del Medicamento) antes de iniciar ningún plan de vacunación. Reino Unido y Estados Unidos autorizaron antes las terapias que iban ofreciendo buenos resultados en las fases III de los ensayos clínicos. China y Rusia siguieron caminos de autorización no homologables en nuestros lares pero más rápidos.

Pero a la hora de la verdad, bajar al terreno los planes de vacunación, ha sido una decisión meramente local. Cada país de la unión tiene sus propios sistemas de salud, sus herramientas y sus dificultades. Las campañas de vacunación han llegado a Europa en mal momento. Países como Bulgaria o Rumanía debían planificar las dosis mientras sus hospitales colapsaban por el azote de la tercera ola. Francia compaginó la campaña con uno de los más severos confinamientos en el mundo. Portugal dejaba de ser el país con mejores datos de la zona justo al tiempo que la UE negociaba las partidas de dosis a recibir.

Además, Europa fue más tacaña a la hora de negociar. La filtración por error de los precios acordados indicaba que los europeos pagaríamos cerca de 5 dólares menos por dosis. ¿Pudo eso determinar el orden de prioridades de las compañías, tentadas de servir antes a los mejores pagadores?

Lo cierto es que Europa ha acudido al mercado lastrada por varios problemas. La lentitud a la hora de autorizar las terapias, las exigencias burocráticas y regulatorias, la presión sobre el precio, la dificultad de trasladar una estrategia única a la diversidad de naciones y el azote de la tercera ola no han jugado a favor del Viejo (y lento) Continente.