Informe
La soledad en el final de la vida, a estudio
La Fundación Mémora, en colaboración con la Fundación “la Caixa”, analizan cómo se trata esta problemática en los medios de comunicación, y su impacto sobre la salud
Las medidas contra la pandemia, como el asilamiento o evitar la interacción social están contribuyendo a agravar la problemática relativa a la soledad no deseada, especialmente entre las personas mayores.
En este contexto, el Observatorio Ciudades que Cuidan, impulsado por la Fundación Mémora en colaboración con la Fundación «la Caixa», ha publicado el informe «Impacto de la soledad en los medios de comunicación», que analiza la repercusión de esta problemática a partir de la opinión publicada en los medios de comunicación, en el que se pone de relieve la escasez de datos oficiales sobre las personas mayores que viven y mueren en situación de soledad no deseada, porque, pese a que hay estudios que se refieren al número de personas mayores que viven en soledad, éstos solo citan porcentajes de hogares unipersonales habitados por mayores de 65 años.
En definitiva, faltan datos sobre la soledad no deseada en el envejecimiento y el final de la vida y es que, por ejemplo, en los registros judiciales de muertes no se especifica si el cadáver ha sido hallado muerto en soledad, mientras que los de policía y bomberos no recogen datos acerca de la situación de la persona fallecida.
El cualquier caso, el informe, cuyo objetivo principal es el de describir el impacto de la soledad en el envejecimiento y el final de la vida, pone de relieve que es necesario abordar esta problemática desde un punto de vista interdisciplinar, desde el ámbito social y de salud pública, y poner en marcha políticas orientadas a la población para poder llevar a cabo un cambio estructural y, en este contexto, también destaca el importante rol que juegan los medios de comunicación en la sensibilización de la ciudadanía.
En este sentido, Cristina Segura, socióloga y directora del programa para Personas Mayores de Fundación «la Caixa», señala que «empoderar a las personas y construir arquitectura comunitaria que dé apoyo al individuo son, junto a una mayor sensibilización de la ciudadanía sobre el aislamiento y la soledad, elementos clave de una intervención rigurosa».
«No se trata de ganar ninguna batalla a la soledad; se trata de aprender a gestionarla cada uno de nosotros a través de una mejora de nuestros recursos personales, juntamente con implicación y compromiso en lo común y compartido», concluye.
Hay que recordar que la soledad no deseada repercute de forma negativa en la salud del individuo y se asocia al mismo tiempo con una peor calidad de vida, un peor salud física y mental y un mayor riesgo de mortalidad.
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