Inmunización

El dilema de donar las vacunas

El mundo rico se dispone a inmunizar a la población infantil mientras los países pobres carecen de dosis para los más mayores

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Uno de los anuncios estrella del presidente Sánchez antes de este verano ha sido la idea de vacunar a toda la población escolar antes de que comience el curso. Con ello, España se une a la lista de países que pretenden inmunizar lo antes posible a la población infantil. Francia y Alemania, por ejemplo tienen también fechas para que sus menores puedan acceder a la vacunación. Pero la idea de inmunizar a los más jóvenes se enfrenta a la oposición de expertos y organizaciones no gubernamentales, que preferirían que las vacunas de las que dispone el mundo rico pudieran destinarse a países en vías de desarrollo antes de inmunizar a la población infantil.

El dilema moral está servido: vacunamos a nuestros niños o nos mostramos solidarios con aquellos países en los que la vacunación aún no ha llegado ni siquiera a las poblaciones más vulnerables y cedemos parte de nuestro excedente de vacunas.

Lo cierto es que la Unión Europea, Estados Unidos e Israel, entre otros países, van a ver logrado su objetivo de vacunar a más del 70 por 100 de su población apenas año y medio después de iniciada una de las peores pandemias de la historia de la humanidad. Pero en otros lares las cosas son muy diferentes. El país africano con una vacunación más avanzada es Marruecos, que a día de hoy solo tiene vacunada con pauta completa al 16 por 100 de su población. La media del resto de los países de África no supera el 3% de inmunidad. En América Latina, el único país que se plantea alcanzar porcentajes similares a los europeos y estadounidenses es Chile.

Colombia, por ejemplo, no llegaba al 5 por 100 de la población vacunada cuando en España ya teníamos inmunizada a un cuarto de los ciudadanos. De hecho, en el mundo rico sobran vacunas: durante los últimos meses se ha hecho acopio de cerca de 5 dosis por cada ciudadano. En este contexto algunos opinan que es mucho más lógico tratar de enviar cuanto antes vacunas a las regiones del planeta más necesitadas, aunque eso suponga dilatar en parte la inmunización de los segmentos de población locales que menos riesgo de sufrir la enfermedad tienen, los niños y los adolescentes.

La donación no es la única solución para intentar reducir las diferencias que han empezado a aparecer entre países con suficientes vacunas y países con insuficientes dosis. La Organización Mundial de la salud y algunas ONG han insistido durante los últimos meses en arbitrar otro tipo de iniciativas como la cesión de licencias de producción o las ayudas a la financiación de la compra de dosis directamente a las farmacéuticas. Sin embargo, es evidente que los países más ricos han contado con una potencia de compra inmensamente superior y eso ha producido uno de las mayores desequilibrios en la lucha contra la pandemia. Los defensores de la donación aducen que los países ricos han podido ya detener la principal amenaza de la enfermedad: el aumento incontrolado de las hospitalizaciones y de la mortalidad entre las poblaciones más vulnerables, los ancianos y los enfermos crónicos.

Mientras tanto, en extensísimas regiones de África Asia y Latinoamérica, grandes grupos de personas en edad sensible siguen sin vacunar. Atajar la mortalidad de estos grupos debería convertirse en una prioridad internacional.

No solo por pura solidaridad sino por que mientras el virus siga circulando masivamente en esas áreas y, por ende, produciendo el drama de la mortalidad avanzada, el riesgo de que la epidemia vuelva acrecentada a los países que ya están cerca de encontrar su inmunidad es mayor. En otras palabras. la donación no es solo un acto solidario sino que debería ser interpretado como una estrategia de contención global del virus.

El problema es que no existe un consenso científico sobre cuáles deben ser los objetivos de vacunación fuera de las primeras fases en el mundo desarrollado. En la actualidad, la principal herramienta para poner en marcha las donaciones es el programa COVAX, una plataforma de la ONU que depende de los Estados miembros y que permite que muchos países empobrecidos estén ya recibiendo vacunas. Pero el sistema está lejos de ser perfecto. Sin ir más lejos, Estados Unidos tiene designadas 50 millones de dosis de la vacuna de Pfizer para inocular a todos los niños menores de 12 años de su país, pero en todo el continente africano solo se han puesto 33 millones a lo largo de todas las franjas de edad.

Informes recientes de la Universidad de Duke han demostrado que en la fabricación de las vacunas se está concentrando sistemáticamente en los 18 países de mayores ingresos del planeta.

Duras críticas

Incluso cuando se producen donaciones éstas no terminan de ser del todo aplaudidas. Un reciente editorial publicado por la revista The Lancet criticaba que buena parte de los suministros solidarios de vacunas desde el mundo rico al mundo menos desarrollado no se están produciendo bajo criterios estrictamente sanitarios sino como moneda de cambio geopolítica. Las naciones más poderosas donan de manera unilateral parte de sus dosis de vacuna más con la intención de cimentar esferas de influencia que con la idea de avanzar en la lucha equitativa contra la pandemia», advertía. Los ejemplos son esclarecedores: India dirige la mayor parte de sus donaciones a los mismos países a los que dona China, compitiendo con el gigante asiático por la influencia en la región Asia Pacífico.Rusia ha puesto en marcha algunos programas de donación que parecen más promoción indiscriminada de su propia vacuna. La cantidad de vacunas donadas a asociaciones de atletas que van a participar en los Juegos Olímpicos de Tokio es mayor que la recibida en los últimos cinco meses en naciones como Perú o Ucrania.

Así las cosas, ¿tiene sentido seguir manteniendo los calendarios de vacunación del mundo desarrollado, basados fundamentalmente en la inmunización por tramos de edad y que ya están llegando a edades donde el riesgo es mínimo? El presidente del Comité de Bioética de España, Federico de Montalvo, ha sido recientemente muy tajante al advertir que si no donamos por solidaridad al menos deberíamos hacerlo por egoísmo. Y es que el riesgo de que surjan nuevas variantes peligrosas en países donde la vacunación sigue siendo minoritaria es grande. Sin embargo los datos epidemiológicos en países como España y otros estados del mundo rico demuestran que la población joven empieza a ser también vulnerable. Las hospitalizaciones crecen lentamente entre los grupos de menor edad. Eso debería hacernos replantear el calendario de vacunación e introducir de manera definitiva a los adolescentes y quizás a los niños en los planes inmunizadores. El mundo desarrollado tiene vacunas suficientes para ello, pero la decisión no es sencilla. Todos somos conscientes de que el riesgo en los más pequeños es inmensamente menor que el que sufren hoy en día a millones de ciudadanos de avanzada edad en todo el planeta que no tienen opción de alcanzar lo que para nosotros ya comienza a ser un lujo permisible: una vacuna.