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Apagón

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Se están acabando los camping-gas, las linternas, las pilas, las palas… Dicen que lo mejor es que nos hagamos con una radio sin enchufe, porque para qué queremos enchufe si no hay electricidad. La radio sería para que las autoridades nos fueran informando de cómo va todo y de qué hacer. Así que casi mejor no comprar la radio. Después de la experiencia con el Covid que, según nos comunicaban, no iba a ser nada, la gente ha dejado de creer a sus mandamases. Están ahí, sí, se supone que saben más que nosotros porque tienen expertos en todas la materias. Se supone. Además, mienten como bellacos y padecen aires de grandeza. Creen que sus deseos se van a cumplir por gracia divina. De modo que ahora, cuando nos amagan con el apagón energético, y ellos le quitan importancia, todos andamos muy a la contra. A ver, yo el infiernillo de gas me lo voy a comprar. Al menos, por si el «Caníbal» llega en invierno comer sopas calientes. La pala y la radio no me parecen imprescindibles. Linternas todas las que encuentre, que no ver es muy canalla.

No sé lo que está pasando, parece que la naturaleza furiosa quiere darnos una lección de humildad. Nos avisa de que somos dioses de pacotilla y que o bajamos los humos o nos vamos al garete. Y nosotros, dale que te dale al conmigo no podrá. Y en vez de estar exigiendo a los fanfarrones de las G-20 que pongan fecha al desaguisado planetario, estamos en el sálvese quien pueda. Pero queridos, es que no existe ya esa posibilidad, es que o nos unimos o nos vamos en fila y sin nombre al otro barrio. No valdrá de mucho el dinero entonces, ni el uniforme, ni el título. No vale de nada todo eso cuando se nos descompone la tierra bajo nuestros pies.

Vamos, agarrémonos ya de la mano unos con otros. ¡Vamos!