Dos meses del volcán
«Es una muerte lenta, una espera agónica a ver si la colada entierra tu plantación»
El sector del plátano en La Palma se ahoga entre la falta de agua y la ceniza que tratan de limpiar con máquinas sopladoras y mangueras
En el valle de Aridane es casi imposible dar con alguien que no esté de luto. El volcán lleva dos meses rugiendo y aquí todo el mundo ha perdido algo. El duelo se les junta con la incertidumbre de no saber cuándo terminará la erupción y el resultado es una ansiedad teñida de melancolía. Desde el 19 de septiembre, el Cumbre Vieja ha dejado a 2120 palmeros sin hogar. Un total de 1182 casas han quedado sepultadas, 529 de las cuales constituían la única vivienda. Las plataneras no han corrido mejor suerte. Se calcula que hasta 550 hectáreas están afectadas;150 desaparecieron directamente bajo la lava. Más de mil familias descansan su economía en las plantaciones, desde el trabajo directo en el campo al empaquetado y el transporte. Y muchas están heridas por partida doble: la casa y los plátanos.
Julio lleva toda su vida dedicado al campo. Los plátanos han dado de comer a su familia desde hace varias generaciones y ahora, por primera vez, ve peligrar su medio de vida. Aunque no ha perdido la casa, parte de su tierra en Tazacorte ha quedado dentro de la zona de exclusión. Esas plataneras las da por perdidas porque no hay manera de regarlas de forma constante. «El agua llega con cuentagotas, las desaladoras y el buque fondeado en Puerto Naos no solucionan nada», asegura. Y las plantaciones a las que sí tiene acceso, en las que se puede trabajar, «no están en condiciones por la ceniza. La fruta ha quedado terriblemente dañada».
El peso del hollín negro también ha tumbado los invernaderos y ha echado a perder la cosecha. Como Julio, hay otros agricultores que siguen fajándose y acuden a trabajar en condiciones penosas. Tratan de limpiar la piña con una máquina solpladora o con agua antes de embolsarla para transportarla al empaquetado. Pero saben que la mayoría de las veces la labor es en balde: «Aunque el sabor no cambia, la ceniza araña el plátano y estropea la presentación. Es casi imposible acceder al hueco entre las piezas. Al final se desecha muchísima cantidad». Julio admite que «yo prácticamente no he recogido nada, no merece la pena. Los daños son tan grandes que no compensa».
El nerviosismo cunde ante la falta de concreción de las ayudas prometidas. Se calcula que, al menos hasta dentro de tres años, el sector no empezará a levantar cabeza. «La incertidumbre es elevadísima. Nos dijeron que iban a pagar los kilos de fruta y la verdad es que aún no se sabe cómo ni cuándo. Aquí no sabe nadie qué hacer. No hay nada garantizado. Hubo muchas promesas, pero los días siguen pasando. La gente empieza a tener miedo».
Lo cierto es que todavía no se sabe a ciencia cierta la dimensión final de la debacle económica porque el Cumbre Vieja sigue activo. De momento, las pérdidas del campo se calculan en unos 100 millones de euros entre los invernaderos sepultados y los afectados por la ceniza negra. Julio afirma que el tema de las conversaciones es el mismo desde hace dos meses. Cada persona con la que se cruza tiene una desgracia personal que contar. Muchos están tan enfadados que ya ni miran hacia el volcán. Otros, en cambio, no le quitan ojo porque sus fincas siguen en peligro: «Muchos compañeros llevan 60 días de agonía. Es una muerte lenta porque nunca se sabe cuándo le va a tocar a uno. La tensión es constante. Ayer mismo la colada se metió en la zona de Las Hoyas. Los dueños de esas plantaciones llevaban en vilo desde el 19 de septiembre. La lava, de pronto, entra donde se pensó que nunca iba a llegar».
Muchos de los que perdieron la casa en Las Manchas al principio de la erupción tienen la finca en la zona de la costa, en Todoque, y han terminado perdiéndolo todo. Familias completas de hermanos que compartían el terreno de sus casas en la zona más alta y las plataneras en la parte baja del valle. Juan Vicente Rodríguez es uno de esos palmeros con luto doble. A los 29 días de que el «bicho» despertara, una colada terminó con su esperanza de volver a casa. «Perdí la vivienda, mi bodega, todo. Estaba a 700 metros de la cara norte del cono. Ahora estoy con mi mujer y mis dos hijos en casa de la suegra. Hasta 20 familiares se han quedado sin casa», explica por teléfono.
Presidente de la Cooperativa Covalle, Juan Vicente también ha perdido un tercio de sus plataneras en El Paraíso. Hace solo unas horas se ha enterado de que la colada de Las Hoyas ha terminado engullendo las que aún resistían cerca del mar. Asegura que, a día de hoy, la única ayuda que está garantizada es la que viene de la Unión Europea, 34 céntimos por cada kilo de plátanos cosechados. Es la misma subvención que recibían antes de la erupción volcánica, pero su principal preocupación ahora que es que el «histórico» se mantenga al menos los próximos cinco años teniendo en cuenta que la producción se va a desplomar. Sobre la inyección directa del Gobierno de España, dice que «con 20 millones anuales durante tres años salvábamos el plátano. Sé que hay buena predisposición, otra cosa es de dónde saquen esa cantidad que no estaba presupuestada».
Este cooperativista no cree que limpiar las piñas sirva de nada. Reconoce que él no ha cortado ni una y tienen a sus dos trabajadores en ERTE: «Es un disparate trabajar en esas condiciones, a costa de nuestra salud». También se queja de la inutilidad de las desaladoras y el barco, «un gasto de once millones de euros tirados por la borda. Hay zonas que no se han podido regar nunca. Una planta necesita de 20 a 30 litros diarios, imagínate lo que significan solo 15 en 40 días. ¡Y luego dicen que no van a poner luces de Navidad en Los Llanos porque no hay dinero! Este pueblo necesita justo lo contrario, de pena ya tuvimos bastante».
Jorge no ha faltado un solo día a trabajar desde hace dos meses. De lunes a sábado, de siete de la mañana a tres de la tarde, hace esa labor «disparatada» de la que habla Juan Vicente pertrechado de chubasquero, gorra y guantes. A sus 38 años, dice con orgullo que «en una década no he visto a nadie cargar piñas que pesen lo que pesan las que se vienen conmigo».
Es un tipo curtido, pero reconoce que la salud se resiente por la ceniza que se echan encima. «Son como cristalitos pequeños que se te meten en los ojos y la boca. Llegas a casa como con gripe, con muchos mocos y tos». Y en los invernaderos, la cosa se pone peor por la condensación del aire. Dice Jorge que hay que elegir entre gafas o mascarilla porque con las dos juntas no se ve nada. «Prefiero taparme la boca para proteger los pulmones, no para de caernos tierra, como si nos echaran veinte baldes de arena encima. Imagínate. Es muy duro».
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