Rumores de cónclave
Micro abierto a los cardenales disidentes
Francisco apuntala su liderazgo papal en una cumbre extraordinaria, en la que presenta su gestión económica y su reforma estructural como aval frente a los críticos ideológicos
No es ni mucho menos habitual que el Papa convoque a los líderes de la Iglesia universal en una cumbre. De hecho, es la primera reunión de estas características en el pontificado de Francisco. Por eso no es de extrañar que las sospechas de una inminente renuncia y la convocatoria de un cónclave se dispararan cuando el pasado mes de mayo citó a los cardenales de todo el mundo para este lunes y martes, no solo para dar la bienvenida a una veintena de nuevos miembros, como es habitual, sino para poner sobre la mesa el conjunto de reformas que viene acometiendo desde que fue elegido hace algo más de nueve años.
Prácticamente todos han llegado hoy a ciegas al aula sinodal donde les reunió el pontífice argentino. Más allá de la hora de inicio de las jornadas –en torno a las nueve–, la Santa Sede no compartió con ellos ningún detalle más. Un respiro para comer y para la siesta –si se alojan en el entorno del Vaticano– y vuelta al trabajo a las cuatro. Pase lo que pase, el encuentro culminará mañana con ellos a las cinco y media con una misa en la basílica de San Pedro. En total, 197 «príncipes» confirmaron su asistencia a la cita, de los 226 del colegio cardenalicio, un respaldo unánime, teniendo en cuenta que de estos 132 son electores y el resto cuentan con más de 80 años y estarían fuera de un futurible cónclave.
Francisco ha abierto fuego a primera hora con un breve saludo de bienvenida y ha dado paso a una exposición de los puntos clave de la reforma eclesial recogida en la constitución apostólica «Praedicate Evangelium» –Predicar el Evangelio– que entró en vigor en junio. A partir de ahí, el Papa abrió la veda para un primer diálogo en grupos lingüísticos al que siguió un debate en una asamblea general.
«Hay un clima sinodal», ha expuesto en uno de los recesos el cardenal Juan José Omella. El presidente del Episcopado español y arzobispo de Barcelona ha subrayado con diplomacia vaticana, sin entrar en detalles que el tema central del diálogo fue la evangelización. «Todos los bautizados deben ser evangelizados. ¿Cómo? Con palabras, pero sobre todo con hechos: caridad, cercanía, escucha, ternura», ha comentado el purpurado, alineado con las tesis bergoglianas que pasan por reducir los decibelios dentro y fuera de la Iglesia.
En cualquier caso, cuando Francisco lanzó esta convocatoria, lo hizo con el convencimiento de generar un «feedback», con un turno de palabra para que unos y otros propongan. Pero también para que se quejen. Porque este Papa no solo huye de los aduladores, sino que disfruta de escuchar a los disidentes, que podrán quejarse de aperturismo social y doctrinal de Francisco. Los principales bloques de la oposición más o menos latente se encuentran en un ala de conservadores ideológicos que no comprenden sus guiños a divorciados y homosexuales, pero tampoco el diálogo con el mundo musulmán o con los políticos que no comulgan con la agenda provida católica. Cuentan con su motor en EE UU. A ellos se suma una resistencia curial con apellido italiano, que ve esfumarse una hegemonía histórica en aras de la universalidad.
A unos y a otros les ha dejado el micro abierto estos días, aunque lo tienen complicado para ponerle peros ante el principal aval con el que se presentó ayer Jorge Mario Bergoglio: su gestión. Cuando irrumpió en marzo de 2013, se topó con una entidad global a la deriva en lo económico, amén de una pérdida de fuelle en un Occidente secularizado. Lo de menos eran los números rojos de las arcas vaticanas, sino las manos que propiciaron el desfalco en el cepillo. Esta corrupción que el pontífice argentino denunciaba una y otra vez en sus primeras alocuciones no se detenía en lo financiero, sino también en lo estructural, replicando los vicios del Estado italiano. La mayoría de estos cambios, de una u otra manera están recogidos en la Carta Magna que pone patas arriba la Curia, con una reorganización sin precedentes. Entre sus principales novedades, la creación de su «súper ministerio» para la evangelización, que desbancaría en importancia por primera vez a Doctrina de la Fe –la antigua Inquisición–, o lo que es lo mismo, el anuncio antes que la norma. A la par, la constitución aterriza en cuestiones higiénicas y prácticas tales como los mandatos temporales de cinco años en los altos cargos.
En estos días, se comenta que con esta cumbre Francisco cierra ciclo y abre precónclave. Lo cierto es que quienes conocen de lejos al que definen como «un estratega de Dios», saben que Bergoglio lleva cocinando lentamente el futuro desde que salió de blanco de la Sixtina. Los 20 nuevos cardenales de este sábado solo fueron un pasito más. No en vano, uno de los libros de cabecera del Papa desde hace años es «Estrategia», el manual militar del británico Basil Liddel Hart que plantea la victoria, no a través de una confrontación frontal, sino desde la aproximación indirecta, en términos bergoglianos, la periferia. «Lo de menos es el nombre de quién le sucederá ni tan siquiera el matiz de si más o menos progresista. Francisco está poniendo las bases de la Iglesia de 2050, lo que le hace todavía más profeta», expone uno de los curiales cercanos al actual Papa, que no ve ni una inminente renuncia ni cambios copernicanos. «No es un revolucionario a corto plazo, sino a largo». Así reza las máximas del Papa jesuita que prepara un legado más allá de un cónclave: «El tiempo es superior al espacio».
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