Sorteo

La suerte no existe: debemos aprender a decidir

La valentía, la sensatez y la flexibilidad son las claves para tomar decisiones afortunadas

Llegada de los bombos del Sorteo de Navidad al Teatro Real
Llegada de los bombos del Sorteo de Navidad al Teatro RealEFE/JUAN CARLOS HIDALGOAgencia EFE

Solemos entender la suerte como un elemento desconocido que escapa de nuestro control y que explica un suceso a través de causas separadas de la lógica y la racionalidad, como un factor “mágico” ajeno a nuestra voluntad que determina caprichosamente los hechos y las circunstancias dotando a algunas personas de una cierta virtud para que le salgan las cosas bien. Esta concepción de la suerte relacionada con fuerzas que el ser humano no puede vislumbrar o controlar tiene su origen en lo religioso y lo divino. De ahí surge también el aspecto supersticioso de la suerte, su vinculación con la posibilidad de atraer la buena suerte y alejar la mala a través de rituales o amuletos. Algunos de los ritos más típicos de las fechas próximas al Sorteo Nacional de la Lotería de Navidad que realizamos con el ánimo de inclinar la suerte a nuestro favor son pasar el décimo por la barriga de una embarazada o llevar nuestras participaciones cerca de una estampita de San Pancracio. Sin embargo, por mucho que nos empeñemos en restregar el boleto por las curvas de una gestante o en encomendarnos al santo, la causa de que seamos uno de los agraciados no tendrá nada que ver con estas acciones. Y es que, en realidad, la suerte no existe.

Siendo menos drásticos, se puede decir que la suerte existe, pero “como creencias o explicaciones que mantiene una persona o un grupo sobre la relación entre sucesos independientes; y, como tal, estas creencias pueden ejercer una indudable influencia en las decisiones, acciones, costumbres y relaciones”. Así lo explica José Antonio Tamayo, psicólogo sanitario en Activa Psicología (Madrid). El especialista indica que el término tiene una definición muy subjetiva -pues incluye la valoración que cada persona hace sobre lo deseable o indeseable que le resulta el resultado de un hecho- y arbitraria -ya que sólo se hablaría de suerte para explicar acontecimientos que son personalmente favorables o desfavorables-.

Además, expone que “el énfasis del término recae en la creencia de que existen factores desconocidos de naturaleza irracional o sobrenatural que propician ese resultado (el karma me ha recompensado o el número 13 es gafe) en vez de recaer sobre el reconocimiento del desconocimiento de los factores causales (no sé por qué ha ocurrido, pero tiene que haber una explicación racional)”, indica. Y añade: “Entender así la suerte permite albergar la creencia (ilusoria) de que se puede ejercer alguna influencia en esos factores y, de esta manera, controlar el resultado”.

Así, cuando hablamos de “suerte” quizá nos estemos refiriendo, más bien, al “azar”. Los equívocos están justificados cuando miramos la definición que realiza la Real Academia Española de la Lengua Española sobre ambas palabras, pues no existe una distinción significativa. Define azar como “casualidad, caso fortuito” y suerte como “encadenamiento de los sucesos, considerado como fortuito o causal”. Ha sido la Psicología la que se ha encargado de hacer tan necesaria diferenciación. Para la ciencia que estudia la mente, el azar es la casualidad (o desconocimiento de las causas físicas) mientras que la suerte es la creencia de la influencia de factores que no han sido demostrados como causales. Por ejemplo, creer que jugar a la lotería con el número de su fecha de nacimiento puede hacer que salga premiado.

Según los psicólogos, si hubiera alguien con suerte de verdad, destruiría las leyes de la probabilidad. “Donde existe suerte no puede existir azar, y viceversa. El azar lo sería en tanto en cuanto los resultados se producen por casualidad y, en el caso de los juegos de azar, todos tienen la misma probabilidad de ocurrencia. De no ser así, el juego estaría trucado o existirían factores causales que no se están teniendo en cuenta”, comenta Tamayo.

Valentía, sensatez y flexibilidad

Cualquier persona podría preguntarse, entonces, ¿qué hace que algunos seres humanos sean más afortunados que otros? Y es que, realmente, parece que algunas personas obtienen con mucha frecuencia las cosas que desean. Según la ciencia, aquello a lo que llamamos “suerte” tiene que ver con las decisiones, con la forma con la que resolvemos determinadas situaciones. Es decir, se trata de cómo pensamos y cómo nos comportamos. Y en esta ecuación, existen tres parámetros clave: la valentía, la sensatez y la flexibilidad. “Como no podemos controlar la aparición, cambio y desaparición de los sucesos que no dependen de nuestra acción, es materialmente imposible, por definición, manejar el azar ni poseer “la suerte”. Sí que podemos, por el contrario, influir directa o indirectamente en el resto de sucesos, aunque muchos de ellos pueden depender de múltiples causas y de complejas relaciones entre ellas. Cuando hablamos de características personales como la perseverancia, la confianza o fe, la paciencia, la valentía o la flexibilidad, nos estamos refiriendo a patrones de comportamiento que pueden tener, frente a otros, una mayor probabilidad de favorecer la ocurrencia de sucesos improbables. Valga como ejemplo el refrán el que la sigue la consigue”, apunta el psicólogo de Activa Psicología.

Entender la “suerte” como el modo a través del cual solventamos ciertas circunstancias y que, por consiguiente, existe una gran variabilidad de actuación ligada a factores que limitan o amplían nuestra forma de decidir, nos permite afirmar que la “suerte” es algo que podemos cambiar. No significa que tengamos un control sobre la “suerte”, sino que podemos contribuir a alterar la probabilidad de ocurrencia de los sucesos de acuerdo con nuestros intereses. “Hay una regla descrita por primera vez por Stephen Covey y que se denomina “regla del 90/10″. Viene a afirmar que podemos influir, aproximadamente, en el 90% de acontecimientos que nos suceden en el día, mientras que tan sólo un 10% no dependen de nosotros. A esa regla podríamos añadirle la conocida máxima del filósofo estoico Epíctecto, que decía “no son las cosas que nos pasan las que nos hacen sufrir, sino lo que nosotros nos decimos sobre esas cosas”. Quizá sería más completa si entendiéramos “lo que nos decimos” por “cómo reaccionamos o qué actitud elegimos tomar” ante esas cosas. Por tanto, podemos afrontar todo cuanto nos acontece, aunque de diferente manera, en función de si podemos controlarlo o no: cuando puede controlarse, las estrategias de control son las más útiles; en caso contrario, no hacen más que empeorar el problema y nos ayudarían más las estrategias destinadas a la aceptación”, detalla José Antonio Tamayo.

Decisiones afortunadas

Si queremos “manipular” la suerte en nuestra vida -o, mejor dicho, alterar la probabilidad de ocurrencia de los sucesos de acuerdo con nuestros intereses- tenemos que tomar decisiones haciendo gala de valentía, sensatez y flexibilidad. La valentía se desarrolla en un proceso de afrontar de manera mesurada los miedos, la sensatez implica no dejarse vencer por las pasiones, y la flexibilidad consiste en cuestionar nuestras viejas creencias.

El primer paso para conseguir tomar decisiones afortunadas consiste en aprender a decidir, una cuestión que lleva años acaparando la atención de la Psicología. Es el caso del psicólogo Daniel Kahneman, galardonado en el año 2002 con el premio Nobel de Economía gracias a sus estudios sobre la toma de decisiones en situaciones de riesgo e incertidumbre. Su principal contribución científica, relacionada con la teoría de las perspectivas, concluye que los individuos toman decisiones, en entornos de incertidumbre, que se apartan de los principios básicos de la probabilidad. A este tipo de decisiones lo denominaron atajos heurísticos. Es decir, de manera intuitiva, los seres humanos resolvemos y decidimos mal.

“Habitualmente, tomamos las mejores decisiones cuando seguimos reglas flexibles y cuanto más sensibles seamos a nuestra experiencia (es decir, que estemos más en contacto con los resultados de nuestras acciones). En estas decisiones, la Psicología hace tiempo que ha demostrado que el ser humano sigue en su razonamiento atajos o heurísticos que permiten simplificar toda la ingente cantidad de información que tendría que manejar a la vez para que las decisiones fueran completamente racionales y lógicas. En estos atajos influyen las impresiones, recuerdos, emociones, que hacen que el proceso sea más ágil, práctico y viable, aunque también más impreciso. De lo contrario, colapsaríamos o seríamos incapaces de decidir nada”, concreta el psicólogo.

Algunas de los factores que nos limitan a la hora de tomar decisiones son los prejuicios, pero no son los únicos. “Cuando tomamos decisiones, solemos estar condicionados por nuestra capacidad limitada para manejar toda la información necesaria, por las limitaciones propias de los atajos o heurísticos característico de nuestro razonamiento, por creencias o reglas rígidas que no se adecúan al funcionamiento de las cosas hacia las que se aplican, y, por supuesto, por las emociones (que, cuando son intensas, pueden bloquear o sesgar el análisis de la situación, alterar la estimación de probabilidades e influir en la motivación)”, concluye el especialista.