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Un jesuita en el Vaticano

Adiós a Francisco, el Papa de «todos, todos, todos»

El Santo Padre ha fallecido este lunes a las 7:35 de la mañana, media hora después de sufrir un ictus y colapso cardiocirculatorio en su residencia de Santa Marta

A las 7:35 de la mañana se paralizaba todo. Primero en la residencia de Santa Marta, el que fue su hogar durante los últimos doce años. Después, en todo el planeta. Jorge Mario Bergoglio fallecía. Moría Francisco. A los 88 años. Iniciaba el camino a la casa del Padre el primer Pontífice latinoamericano de la historia. El primer Papa jesuita. Aquel que deslumbró a unos y a otros con su sueño de «una Iglesia pobre y para los pobres». El que interpeló a unos cuantos –muchos– cuando soltó aquello de «¿Quién soy yo para juzgar?». El hombre que se desgastó hasta el último día literalmente para que en cada parroquia, en cada comunidad cristiana, hubiera sitio para «todos, todos, todos».

Se despertó a las seis de la mañana en un Lunes de Pascua, que acabaría convirtiéndose en Viernes Santo. Apenas una hora después, en torno a las siete de la mañana, comenzaba la agonía. Francisco sufría un ictus y un colapso cardiovascular irreversible. Nada se pudo hacer por él. Poco después de la siete y media se certificaba su muerte. No hubo margen para trasladarle a un hospital y fallecía en su apartamento de la residencia vaticana de Santa Marta. Así lo recoge el acta de defunción el profesor Andrea Arcangeli, director de la Dirección de Sanidad e Higiene del Estado de la Ciudad del Vaticano. La muerte se comprobó mediante un estudio electrocardiograma tanatológico, según informó la oficina de Comunicación del Vaticano. «Declaro», escribe Arcangeli, «que las causas de la muerte, según mi conocimiento y conciencia, son las arriba indicadas».

El documento médico indica que el Papa tenía antecedentes de insuficiencia respiratoria aguda en neumonía bilateral multimicrobiana, bronquiectasias múltiples, hipertensión y diabetes de tipo dos. O lo que es lo mismo, el informe venía a recoger el complejo cuadro médico que arrastraba desde que a principio de año sufrió una bronquitis que se le fue complicando y que le llevó a ingresar el 14 de febrero en el Policlínico Agostino Gemelli de Roma. Dos broncoespasmos casi le cuestan la vida durante los 38 días que permaneció ingresado. Pero finalmente hace prácticamente un mes recibió el alta hospitalaria. Con un imperativo médico: dos meses de convalecencia que debían arrancar con unas primeras semanas de aislamiento hospitalario. El Bergoglio rebelde a las indicaciones médicas, a priori, fue disciplinado y las visitas se restringieron al máximo. Durante su convalecencia, además de recibir al vicepresidente de EE UU, el Papa tuvo la visita del Rey Carlos III de Inglaterra y la Reina Camila, que estuvieron con él coincidiendo con los veinte años de su boda.

Pero llegó la Semana Santa. Y aunque Francisco no participó oficialmente en ninguna de las celebraciones litúrgicas previstas, sí comenzó a dejarse ver. Su irrupción en la Plaza de San Pedro al finalizar el jubileo de los enfermos y la misa del Domingo de Ramos se interpretó como una vuelta del Papa en medio de su lenta pero firme recuperación. Su escapada el Jueves Santo a la cárcel Regina Coeli de Roma para encontrarse con un grupo de presos se vio como otro signo de su mejoría. El Domingo de Resurrección venía a rubricar que se encontraba estable, dentro de su fragilidad. Sentía que no podía faltar a la bendición «Urbi et orbi» de Pascua. Con tan solo un hilo de voz, bendijo a los miles de personas que le seguían en la Plaza y los millones que se encontraban al otro lado de la pantalla. Y no le bastó con eso. A los veinte minutos en la Logia de las Bendiciones sumó otra media hora en el papamóvil, atravesando los viales para hacerse presente en medio de la multitud. El Papa de la gente se despedía de ese «Santo Pueblo Fiel de Dios» al que ha dedicado sus reformas, orientadas a conformar una Iglesia más horizontal que vertical, esa sinodalidad participativa de la que ha hecho gala en cada día, en cada minuto.

Poco hacía presagiar que menos de 24 horas más tarde, el cardenal Kevin Farrell, camarlengo de la Cámara Apostólica, anunciaría acompañado del secretario de Estado, Peitro Parolin, y el sustituto de la secretaria de Estado, Edgar Peña Parra, desde la Casa Santa Marta, su deceso. «Queridos hermanos y hermanas, con profundo pesar debo anunciar el fallecimiento de nuestro Santo Padre Francisco», comunicó el purpurado norteamericano. En un primer elogio al Obispo de Roma, Farell subrayó que «dedicó toda su vida al servicio del Señor y de su Iglesia. Nos enseñó a vivir los valores del Evangelio con fidelidad, valentía y amor universal, especialmente a favor de los más pobres y marginados». «Con inmensa gratitud por su ejemplo como verdadero discípulo del Señor Jesús, encomendamos el alma del Papa Francisco al infinito amor misericordioso del Dios Uno y Trino», añadió.

El apartamento del Papa Francisco, tanto el de su residencia en la Casa Santa Marta como el del Palacio Apostólico, fueron posteriormente sellados, como manda la tradición. El rito del sellado se lleva a cabo para que, tras la defunción, se garantice la seguridad de todos los documentos y pertenencias del Papa fallecido.

Sucedió por la tarde, con una cinta roja y un lacre del mismo color de las puertas del apartamento del Palacio Apostólico, que Francisco no usó ya que desde su elección en 2013 decidió residir en Santa Marta. Al sellado asistieron el cardenal Farrell, que deberá dirigir la administración de la Santa Sede durante este periodo de «sede vacante», así como Parolin y Peña Parra. Después, se procedió a sellar la Casa Santa Marta.

En paralelo, también se llevó a cabo el rito de la constatación de la muerte, en su residencia, y luego se introdujo su cuerpo en el féretro para ser velado en la capilla de dicho edificio, tal y como dispuso en vida el pontífice argentino, que simplificó el protocolo. Asimismo se deberá anular el Anillo del Pescador y los sellos papales para que nadie pueda firmar documentos en su nombre tras su fallecimiento. Se prevé que su féretro sea llevado el miércoles a la basílica de San Pedro del Vaticano para su exposición a los fieles, mientras que el funeral tendrá lugar previsiblemente entre el viernes y el lunes, según la legislación vigente vaticana.

El Papa Francisco pidió en su testamento ser enterrado de forma «sencilla» en Santa María la Mayor, en Roma, en una tumba «en el suelo» y «sin ornamentación particular».

«Al presentir el ocaso de mi vida terrena, y con la firme esperanza de la vida eterna, deseo expresar mi última voluntad únicamente respecto al lugar de mi sepultura» escribió el Papa el 29 de junio de 2022 en Santa Marta, según informó este lunes la oficina de Comunicación del Vaticano.

«A lo largo de mi vida y durante mi ministerio como sacerdote y obispo, siempre me he encomendado a la Madre de Nuestro Señor, la Santísima Virgen María. Por ello, pido que mis restos mortales descansen, en espera del día de la Resurrección, en la Basílica Papal de Santa María la Mayor. Deseo que mi último viaje terrenal culmine precisamente en este antiguo santuario mariano, donde siempre me detenía a orar al principio y al final de cada Viaje Apostólico, confiando con confianza mis intenciones a la Inmaculada Madre y agradeciendo su tierno y maternal cuidado», detalló Francisco.

Así, pidió que su tumba «se prepare en el nicho funerario de la nave lateral entre la Capilla Paulina (Capilla de la Salus Populi Romani) y la Capilla Sforza de la Basílica, como se muestra en el plano adjunto».

De la misma manera, en el testamento explica que «los gastos de preparación del entierro serán cubiertos con una suma aportada por un benefactor, cuya transferencia he dispuesto a la Basílica Papal de Santa María la Mayor». «He dado las instrucciones necesarias al respecto al cardenal Rolandas Makrickas, comisario extraordinario de la Basílica de Liberia», precisó Francisco en su último texto hecho público.