Espectáculos

Animales fantásticos

El circo ha sido y es un espectáculo íntimamente arraigado a nuestra memoria. Los últimos años no han sido sencillos para los profesionales y aficionados de un mundo que aparece ahora vigilado, cuestionado y forzado a una catarsis

Animales fantásticos
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El circo ha sido y es un espectáculo íntimamente arraigado a nuestra memoria. Los últimos años no han sido sencillos para los profesionales y aficionados de un mundo que aparece ahora vigilado, cuestionado y forzado a una catarsis.

En el imperio de lo políticamente correcto, el credo animalista ha dirigido su punto de mira inquisitorial sobre lo que denominan circo con animales, que no deja de ser otra cosa que el espectáculo circense de toda la vida con el que generaciones de personas de medio mundo crecieron y disfrutaron sin trauma alguno conocido, sino todo lo contrario, con una extendida corriente de simpatía y admiración hacia esos artistas del más difícil todavía de cuatro patas. Se ha satanizado hasta tal punto a las empresas que mantenían en sus repertorios números con las otrora denominadas fieras que los políticos de turno han sucumbido a la pandemia de lo ígnaro. Se ha acosado, cercado y condenado a una alternativa de ocio mediante un argumentario cargado de presunciones, arbitrariedades y demagogia.

Convertir en un dogma doctrinal que en los circos se maltrata y tortura a las criaturas que son piezas imprescindibles de su oferta y, por tanto, del negocio es, como poco, un pobre, pero eficaz recurso, que criminaliza a todo un colectivo sin matices. Se generalizó no la presunción de culpabilidad, sino la entera culpabilidad. Hoy, nueve comunidades autónomas –Cataluña, Baleares, La Rioja, Galicia, Murcia, la Comunidad Valenciana, Aragón, Extremadura y Asturias– y dos centenares de municipios españoles han asumido su pomposa condición de «ciudad libre de circos con animales». Entre ellos, en la vanguardia, Madrid, Barcelona y Valencia, gobernadas por Podemos y afines, aunque, bien es verdad, que administraciones de todos los colores políticos han legislado contra esos números circenses con animales salvajes. En este punto, resulta curioso y significativo que la Comunidad de Madrid sea el territorio sin prohibición con más localidades que sí han vetado las actuaciones que consideran explotadoras.

También es justo mencionar que el fenómeno no es exclusivo de España, sino que hay multitud de países de casi todos los continentes que comparten que en esos números se atenta contra la «dignidad» de los animales. En el polo opuesto se sitúa Alemania, el estado europeo con más circos con animales, nada menos que 98, que no es desde luego un territorio primitivo y predemocrático. Prohibir no enriquece; regular para fijar las condiciones de seguridad, el cuidado o las sanciones por maltrato o abandono contra los animales es evolucionar en una dirección racional y equilibrada.