Caso Marta del Castillo

Antonio del Castillo: «Me tiraré a los campos a buscarla con pico y pala»

El padre de Marta del Castillo cree que su hija está enterrada entre Sevilla y La Rinconada

En la pared de un ambulatorio próximo a la casa de Marta una pintada sobrevive a los años: «Sevilla no te olvida», puede leerse
En la pared de un ambulatorio próximo a la casa de Marta una pintada sobrevive a los años: «Sevilla no te olvida», puede leerselarazon

La corrupción, los crímenes y la maldad que salpican diariamente nuestra sociedad muchas veces ensombrecen la confianza en el ser humano, pero en medio de la pestilencia, hay cientos de personas que construyen con bondad y empatía una nueva esperanza. Un ejemplo claro de esa bondad es el cariño y solidaridad que a diario reciben los padres de Marta del Castillo. Estos últimos días han arreciado las palabras de ánimo, los abrazos y los besos. Buscan dar fortaleza a Eva y Antonio, sus padres, y acompañar sus inevitables lágrimas que este fin de semana se han intensificado.

La noche del viernes 24 se cumplió el quinto aniversario de la desaparición de Marta del Castillo. Tenía 17 años. A falta de respuestas que den sosiego a la familia, muchos ciudadanos anónimos les arropan. Un hombre de Huelva, que prefiere no dar su nombre, se paró este viernes cerca del portal, delante de una vela roja y comenzó a rezar. No es la primera vez que lo hace. Alguna otra vez se ha acercado a la casa de Eva y Antonio y enciende un pequeño cirio. A su alrededor, varios ramos de flores frescas, de otros ciudadanos anónimos, se apoyan contra el ladrillo marrón claro que rodea la entrada del portal. Delante de él, tres carteles pegados contra la pared con la foto de Marta. Han sobrevivido casi desde la misma noche de su desaparición. En uno se puede leer: «Todos somos Marta». En otro: «Vuelve Marta». Antonio pasa a su lado, lo ve y se le rompe el corazón. Se refugia en el portal porque estos días no tiene fuerzas salvo para estar consigo mismo. El hombre sigue rezando, sin darse cuenta de nada.

La empatía que ha generado en nuestra sociedad la familia de Marta a lo largo de todos estos años no tiene comparación. Lejos de estridencias, Eva y Antonio han sabido guardar la calma cuando debían, aunque el cuerpo les conducía por caminos más drásticos. Cerca de su casa, detrás de la pared de un ambulatorio, una pintada con el rostro de Marta sobrevive al tiempo sin que nadie la haya ensuciado. Dice: «Sevilla no te olvida». Si el respeto la preserva, este podría convertirse en el lugar en que se la recuerde, porque la familia es consciente de que el portal de una vivienda en la que hay muchos más vecinos no se puede convertir en un santuario. Hay niños que han nacido después de la desaparición de Marta que preguntan al ver su foto. ¿Quién es?, ¿por qué tantas flores? ¿Y las velas? ¡Qué difícil se le hace a un padre responder a esa pregunta! ¡Qué pocas ganas explicarle a un pequeño la angustia y el dolor que comenzó a anidar en el pecho de Antonio y Eva hace cinco largos años y todavía permanece!

La noche del 24 de enero de 2009, Marta no regresó a casa. La alarma saltó a las 22:30 que era la hora que tenía marcada para volver. Tras docenas de llamadas y búsquedas infructuosas, Antonio acudió a comisaria a presentar una denuncia. Eran las dos y nueve minutos de la madrugada, ya del día 25. Después de dar sus datos, la descripción de su hija y las ropas que llevaba puestas, señaló, porque probablemente ya sospechaba de él, a quien más tarde ha sido condenado por el asesinato de su hija: «Que interpone la presente como padre de la desaparecida para manifestar que su hija salió del domicilio en compañía de Miguel Carcaño Delgado con número de teléfono...Que se ha puesto en contacto con él, respondiendo Miguel Carcaño que la había dejado en el barrio sobre las 21.30». Fue la primera mentira de una sucesión de engaños que aún perviven.

En la denuncia, unas líneas más abajo, aparecen los nombres de otros dos individuos que se han sentado en el banquillo con diferente resultado, Samuel (absuelto) y Javi, más conocido por su apodo, el «Cuco» (condenado por encubrimiento). La denuncia es el primer folio de un sumario que llegó a acumular más de cinco mil, que puso los ojos de media España sobre Sevilla y que hizo que muchos policías invirtieran cientos de horas de trabajo. Y todo eso, un padre no se lo cuenta a un hijo de corta edad. Los que sí conocen la historia bien son los familiares de Eva y Antonio, sus amigos y las amigas de Marta, que el viernes por la noche acudieron a llenar los silencios de una casa que respiraba tristeza. Abrazos, lágrimas, pero también sonrisas y anécdotas recordándola, porque tan importante es que se la encuentre y darle sepultura como que nadie la olvide y menos lo que representa: la lucha de unos padres por hacer justicia y que se conozca la verdad. Antonio siempre me insiste en la misma idea: «Quiero que encuentren a mi hija. Lo necesito, se lo debo. Si no jamás podremos descansar». Cuando recibe elogios por su perseverancia, siempre responde lo mismo: «No somos especiales, cualquier padre al que le roban una hija habría hecho lo mismo».

No todos los que estos días visitan a Eva y Antonio se atreven, pero alguno sí les ha preguntado cómo camina la investigación. El padre de Marta no sabe mucho, pero lo poco que le han contado se lo calla. «Siguen trabajando. Están en ello. Tengo esperanzas. Después de tanto esfuerzo que se ha hecho hay que llegar hasta el final», explica. Alguno, de los de confianza, le plantea la posibilidad de que la Policía no la encuentre y dejen de buscar, y le recomienda que esté preparado para esa posibilidad. «Si eso ocurre, tendré vía libre para tirarme a los campos, a buscarla yo personalmente, con pico y pala si es necesario». Porque Antonio está convencido de que Miguel Carcaño esta vez no miente del todo, que hay un sustrato de verdad en la séptima confesión y que su hija está enterrada clandestinamente cerca de la Majaloba, en algún terreno entre Sevilla y La Rinconada. Mientras, la Policía trabaja en silencio. Anímicamente fue duro el golpe de que se retrasmitiese la búsqueda por televisión y finalizarla sin éxito. Además, luchan contra un juez que da la sensación de que quiere que todo acabe ya: una vez que hay sentencia firme, punto y final, borrón y cuenta nueva. Pero Eva sigue sin una tumba a la que llevar flores ni donde llorar a su hija y los agentes se han conjurado para ofrecerle esa respuesta algún día. En un documento policial a la que ha tenido acceso Espejo Público, se hace referencia a algunas de las gestiones que se están llevando a cabo para localizar el paradero de Marta: «Se están realizando entrevistas con personas del entorno de Miguel Carcaño y su familia (...), se está revisando la investigación, incluida la localización de las llamadas de Miguel por si se puede relacionar el posicionamiento con el lugar de enterramiento que se busca...». Incluso se están buscando imágenes aéreas de las fincas donde podría estar enterrada, concretamente, de los días cercanos a los hechos. Se quiere localizar zanjas o acequias en las que se pudiera esconder el cadáver de Marta. No se descarta volver a hablar con Miguel ni sacarlo de nuevo de la cárcel para ver si reconoce algún sitio. Lo que haga falta con tal de cumplir la promesa que muchos agentes les han hecho a los padres de Marta. Antonio confía en su trabajo: «Me consta que se están dejando la piel, que hacen todo lo que pueden, aunque para mí mañana será siempre tarde. Confío en ellos». No lo dice, pero está molesto con algún dato que ha corrido en los últimos días por Sevilla y que apunta a que la Policía ha contratado videntes: «Eso es falso. Los investigadores no pagan a pitonisas. Muchas dicen que han visto dónde está mi hija, pero hasta ahora, ninguna, de las cientos de ellas que se han puesto en contacto con la familia o con la Policía, ha acertado». Y mientras la vida discurre, Eva y Antonio se esfuerzan en normalizar sus vidas para que sus otras dos hijas vivan felices, pero siempre con un ojo vigilante, atento a cualquier dato o indicio que por fin resuelva la incógnita del paradero de su pequeña Marta.