Criminalidad
Cae el imperio del touroperador que ofertaba barra libre de menores en un hotel del Caribe
Tras esconderse en Ibiza y Barcelona, la UCO ha colaborado en la detención de un israelí huido de la justicia colombiana que había montado una franquicia de hoteles todo incluido con un catálogo de delitos. Su target: soldados israelíes recién licenciados que invadían la costa caribeña
Tras esconderse en Ibiza y Barcelona, la UCO ha colaborado en la detención de un israelí huido de la justicia colombiana que había montado una franquicia de hoteles todo incluido con un catálogo de delitos.
«Respect». Resulta curiosa la palabra elegida por Assi Moosh para tatuársela bien grande en el abdomen. «Ha hecho de todo en medio mundo», reconoce un teniente de la Guardia Civil. Proxeneta, traficante, fugitivo... pero prostituir a niñas es quizá lo que más choque con su concepción del «respect». Assi Moosh nació hace 45 años en Kiryat Atta, cerca de Haifa (Israel) y después de hacer los casi tres años de servicio militar obligatorio en su país comenzó a recorrer mundo prácticamente al mismo tiempo que a delinquir. La primera parada que se le conoce es Tokyo. Allí comenzó a dedicarse a la venta ambulante y pronto se pasó al tráfico de estupefacientes. Pero se topo con la llamada «Yakuza», la mafia japonesa, y tuvo que pensar otro destino. Así comenzó a aprender a huir en cuanto sabía que estaba en apuros. Pronto recaló en Holanda y comenzó a hacer mucho dinero con el éxtasis. Se convirtió en jefe de una importante organización que exportaba drogas de diseño por media Europa y acabó siendo arrestado, entre otros, junto a sus dos hermanos. Tras salir de la cárcel, Assi decide cruzar el charco e instalarse en Colombia. Es el año 2009 y no tarde mucho en dar con un idílico rinconcito en la provincia de Santa Marta. Se trata de Taganga, un pequeño pueblo de pescadores aún sin explotar al turismo. La comunidad israelí allí era tan numerosa que cuando terminaron de construir el malecón del pueblo, barajaron hacer un monumento a la Torah, el libro sagrado para los judíos. Moosh vio una clara oportunidad de hacer dinero pero lejos de montar un hotel cualquiera, diseña un macrocomplejo hotelero tipo búnker donde sólo entraban compatriotas con ganas de diversión caribeña. Lo bautizó como Hotel Benjamín y a su inauguración acudieron una veintena de rabinos traídos desde Israel. «Con altivez y dólares», según recuerda la prensa colombiana, se fueron haciendo notar en el pueblo Moosh y los suyos. De hecho, no es baladí que le apodaran «El Intocable»: movía mucho dinero y dicen que tenía compradas a las autoridades. Tan bien le iba el negocio que decidió montar otras dos sedes de Hotel Benjamín en Bogotá y Medellín. Aunque lo viera como una buena oportunidad de ampliar el negocio, quizá fue un posible error de cálculo porque allí llamaba más la atención que en el pequeño Taganga y era más complicado comprar a políticos y policías.
Ex paramilitares israelíes
Moosh se movía siempre con seguridad privada coordinada por un ex paramilitar, tipos corpulentos y tatuados que manejaban blindados. No pasaban precisamente desapercibidos. El fortín a cuidar era Hotel Benjamín y allí solo entraban clientes llegados desde Israel. Por lo general, se trataban de militares recién licenciados porque, al parecer, es costumbre que una vez terminan el servicio militar obligatorio se vayan de vacaciones. Por 800 dólares, el paquete incluía todo: barra libre de alcohol, drogas y prostitutas. Moosh y sus hombres las captabas de zonas desfavorecidas cercanas a Taganga y procedentes de familias desestructuradas. Muchas de ellas, menores de edad. Al parecer, él se había hecho su vivienda particular pegada al hotel y mandó construir un túnel subterráneo comunicaba ambas estancias. Se dice que era por ahí por donde entraban las menores y los estupefacientes para las macrofiestas que organizaban Moosh en Hotel Benjamín. Ya era todo tan escandaloso que se le estaba yendo de las manos. Empujados por la presión social, las autoridades colombianas
llegaron a instalar una comisaría en Taganga para intimidarle (de cara a los vecinos) pero no sirvió de mucho. El negocio no paraba de crecer y reportaba beneficios incluso en la zona (se abrieron negocios cercanos para abastecer al turismo como escuelas de buceo y hostelería) pero los lugareños comenzaron a quejarse y la prensa colombiana a hablar de Moosh. Sus contactos ya no podían ayudarle más. El Gobierno colombiano decide expulsarle del país sin investigar nada por la presión social y, cuando el hombre ya está en el extranjero deciden investigar lo que ocurría en Taganga. Entonces sí, piden colaboración a las autoridades de otros países para que les ayuden a encontrarlo. Es así como Colombia solicita en diciembre de 2018 la ayuda a, entre otros, el Equipo de Huidos de la Justicia de la UCO. Para estos expertos de la Guardia Civil, Assi Moosh se convirtió entonces en objetivo prioritario y pronto dan con una pista en la isla de Ibiza, donde reside uno de sus hermanos. Efectivamente, Moosh había estado allí y se había cortado su característica melena. Pero para cuando los agentes pudieron estrechar más el cerco, él ya se había marchado a Barcelona. Los agentes comienzan a hacer gestiones con la comunidad israelí en la Ciudad Condal y, al enterarse de que es religioso, deciden vigilar dos sinagogas pero, si rezaba, debía hacerlo en casa porque Moosh no las pisó ni en «Shabat». Al llevar ya tanto tiempo en España, decidió traerse desde Colombia a su mujer, una joven colombiana que es la madre de sus dos últimos hijos (una niña de apenas cuatro años y un bebé de meses). Fue a buscarles a Barajas y los agentes lo comprobaron con as cámaras de seguridad días después. Pero había un problema «logístico». Colombia no había cursado la llamada notificación roja de Interpol, es decir, la orden no sólo de búsqueda, sino de detención, del fugitivo. De vuelta en Barcelona, los agentes consiguen por fin identificar uno de sus posibles domicilios y colocan una cámara. Al visionar las imágenes, comprueban que son las de Moosh abandonando el domicilio: se olía algo raro y, por la misma razón que decide huir de Ibiza, huye (esta vez con la familia a cuestas) Barcelona y España. Lo hace con una de sus numerosa identidades falsas (la Guardia Civil sabía de una decena de ellas pero no de la que estaba utilizando). Así, llega en coche a Portugal y los agentes españoles enseguida le sitúan en Oeiras, muy cerca de Lisboa. Al encontrarse ya en suelo portugués, este equipo de la UCO comunica a sus homólogos portugueses dónde creen que se encuentra el escurridizo Moosh. A los dos días dan con él y la UCO acude a colaborar en la detención. Era la una de la madrugada cuando llegaba en taxi a su domicilio y los agentes portugueses le pararon. Como suele ocurrir, él dijo no ser ese tal Assi Moosh y mostró su pasaporte para confirmarlo. Tampoco hablaba portugués y se hizo el loco pero los agentes españoles entraron en escena: sabían que hablaba bien español después de tantos años en Colombia. Además, era inconfundible: sus brazos tatuados, pelo teñido negro, barba blanca, tez muy morena... Les acabó confesando que su abogado le había recomendado entregarse en Bruselas y, efectivamente, otra vez estaba a punto de huir: de hecho, iba a hacer la mudanza con el taxista que le llevaba a casa en el momento de la detención. Por pocos minutos, esta vez, la Policía le pilló justo antes. Por el balcón de la vivienda su mujer asistió a la detención de Moosh, que aún se encuentra detenido en Portugal a la espera de ser extraditado a Colombia, donde se le acumulan los delitos. Así acabó el imperio de Moosh a costa de niñas colombianas obligadas a dar placer a militares israelíes. El Hotel Benjamín, situado en la calle 8 de Taganga cierra, por fin, unas puertas que debieron estar precintadas hace ya mucho tiempo.
Orgías de varios días a 60 euros
Las fiestas que organizaba Moosh para sus amigos y clientes eran escandalosas. Podían durar varios días y en ellas eran habituales las orgías con adolescentes explotadas y donde la droga se movía en cantidades industriales. Tras una investigación de las autoridades colombianas los agentes cifraban en una «veintena» las menores víctimas de la explotación sexual por Moosh aunque creen que podían ser bastantes más porque fueron variando a lo largo de los años que estuvo abierto el Hotel Benjamín. Ellas no estaban encerradas en el establecimiento: Moosh ni siquiera se molestaba en mantenerlas porque sabía que ellas volverían desde sus barrios marginales en cuanto él las reclamase. Así había creado un grupo de WhastApp por donde las avisaba en cuanto tenían que acudir a una fiesta. Bien en Taganga (ciudad principal) o en las franquicias que abrió en Medellín y Bogotá. En cada lugar había un grupo de mujeres pendientes de ser avisadas por Moosh o sus lugartenientes. Ellas recibían poco más de 50 euros por cada jornada y, por supuesto, estaban amenazadas tanto ellas como sus familias para que no denunciaran.
✕
Accede a tu cuenta para comentar