Salud

Carmen, 50 años con el riñón de su hermana

Día Nacional del Donante Una nefritis con 14 años la derivó directamente al trasplante. Ella no lo dudó y fue una de las primeras pacientes intervenidas. «En esa época, solo los más jóvenes podían acceder a esta terapia», explica un nefrólogo.

Carmen Villanueva, ayer, en el Hospital Puerta de Hierro de Majadahonda (Madrid), donde la realizaron un homenaje. Foto: ALBERTO R. ROLDÁN
Carmen Villanueva, ayer, en el Hospital Puerta de Hierro de Majadahonda (Madrid), donde la realizaron un homenaje. Foto: ALBERTO R. ROLDÁNlarazon

Día Nacional del Donante Una nefritis con 14 años la derivó directamente al trasplante. Ella no lo dudó y fue una de las primeras pacientes intervenidas. «En esa época, solo los más jóvenes podían acceder a esta terapia», explica un nefrólogo.

Carmen Villanueva lo de ser el centro de atención nunca le ha gustado. Es humilde, tímida, y no cree que haya hecho nada extraordinario, pero ayer no tuvo más remedio que olvidarse de todos estos recelos porque ella era la protagonista. ¿Por qué? Vive, desde hace 50 años, con el riñón de su hermana mayor. Lo ha cuidado bien y por ello es la persona trasplantada más longeva de España y, como apuntan sus médicos del Hospital Puerta de Hierro de Madrid, seguramente sea la que más tiempo lleva con el mismo órgano del mundo. Y es que lo habitual es que los trasplantes fallen pasados entre 12 y 15 años. Carmen es un caso de estudio. «No tengo ningún mérito, he llevado una vida muy normal», insiste ella.

A los 14, como narra a LA RAZÓN, «empecé a padecer nefritis –trastorno autoinmune que inflama el riñón– y, con los años, tuve que dejar los estudios. Los dolores eran tremendos». Cuando cumplió los 21 su situación empeoró mucho y, «por entonces (1969), se empezaba a oír hablar de los trasplantes, pero era algo muy novedoso». Uno de sus familiares conocía a uno de los médicos del Puerta de Hierro que participaba en estas primeras intervenciones y le habló de Carmen. Pronto se dieron cuenta de que la única forma de devolverle la calidad de vida a la joven era a través de un trasplante. Una acción arriesgada, pero mucho más duradera y ofrecía mayor calidad de vida que la diálisis. «Tuvo suerte porque en esa época, los médicos, que fueron unos pioneros, solo hacían estas intervenciones a pacientes muy jóvenes», explica José María Portolés, jefe del Servicio de Nefrología del Hospital Universitario Puerta de Hierro. «Hace 50 años, los trasplantes se hacían en muy pocos centros. No existía ni la Organización Nacional de Trasplantes (ONT)», recuerda el nefrólogo.

Aunque los doctores sabían que tenían que hacerle el trasplante a Carmen, no había donantes cadáver y empezaron a buscar entre sus familiares. Las primeras pruebas de compatibilidad se las hicieron con su hermana mayor. Y no tuvieron que buscar más. «Yo no lo dudé, pero ni ella tampoco. Si no había otra opción, ¿qué podíamos pedir? Teníamos claro que era la mejor solución», comenta la mujer de 72 años.

En esa época, la técnica nada tenía que ver con el procedimiento actual. «Me quitaron los dos riñones en mayo y no me pusieron el de mi hermana hasta julio». Hoy, tanto la extracción como la implantación del nuevo órgano se hace en cuestión de horas. Lo que tarda en llegar el órgano desde un punto a otro de España –y en el caso de la médula puede desplazarse desde cualquier punto del mundo–. Carmen permaneció aislada varios días. «Nadie podía entrar a visitarme, ni pude ver a mi hermana». Había que protegerla de cualquier patógeno, ya que, con este tipo de intervenciones, las defensas bajan y el paciente puede enfermar con facilidad. «El 14 de julio me dieron el alta», recuerda con precisión. Aún no era consciente, pero desde ese momento esa veinteañera iba recuperar su vida. Dejó de ser la niña enferma. «Me dijeron que podía buscar un trabajo, que hiciera una vida de lo más normal». Eso sí, sin olvidarse de los medicamentos inmunosupresores que evitan el rechazo del órgano recibido. Con ellos también lleva 50 años conviviendo.

Una vida sin restricciones

Pronto encontró un trabajo de administrativa en el que ha estado trabajando hasta hace una década, «cuando me jubilé». Cargar con el apellido de trasplantada no le ha impedido realizarse. «He viajado mucho. He recorrido España en coche, conduciendo yo», dice con orgullo. Aunque «no he tenido vocación de casada», reconoce estar muy unida a sus sobrinas, las hijas de su hermana. «No es que no haya tenido oportunidades de casarme por el trasplante, simplemente no he querido». El matrimonio no formaba parte de sus planes de vida. Lo que sí ha cuidado mucho es su estilo de vida: «Nunca he fumado, ni he bebido, salvo alguna copita de buen vino en una cena. Pero he comido de todo, nunca me he puesto restricciones».

Hace un año Carmen tuvo que entrar de nuevo en el quirófano. «Cuando enfermé, de pequeña, me hicieron muchas transfusiones y en ese momento no tenían tanto control y me contagiaron la hepatitis». Aunque hasta hace cinco años tenía la enfermedad controlada, tras recibir la medicación de última generación que cura esta dolencia desarrolló un tumor en el hígado. «No quedaba otra opción que un nuevo trasplante». En este caso se lo realizaron en el Hospital Doce de Octubre y «todo fue de maravilla», añade. No sabe cuánto le durará este órgano, pero «el riñón ya cuenta con un compañero de fatigas».