Internet
Caza a Tor, el servidor oculto
Las arañas tejen su red para atrapar su alimento. De ellas depende su vida. Y de ellas la de los insectos que allí quedan atrapados. Algo similar sucede con las redes de pesca. Una red puede ser buena. Y al mismo tiempo mala. Esto es exactamente lo que ocurre con internet. En los primeros tiempos, allá por finales de la década de 1960, Arpanet, la semilla del internet actual, surgió como un modo de comunicar ordenadores de la Universidad de Stanford con los de California y el departamento de diseño de la Universidad de Utah. El objetivo era que todos estos centros universitarios pudieran compartir información. Es la red buena. Pero desde el año 2002 existe también una red que algunos señalan como mala. Se llama Tor y es la abreviación de «The Onion Router», un router cebolla que filtra la localización y la información enviada en capas, haciendo imposible rastrear el origen y el contenido.
Del mismo modo que Arpanet surgió como un proyecto de la división de inteligencia militar estadounidense, Tor sería una iniciativa propuesta por el Laboratorio de Investigación Naval de Estados Unidos. De acuerdo con su página web, este software libre permite ocultar la dirección IP de cualquier persona por lo que su uso es muy buscado por agentes de la ley, periodistas, militares y activistas. Pero también por delincuentes, terroristas, pedófilos y traficantes.
Según los creadores de Tor, este software evita que las páginas web nos bombardeen con correos publicitarios, que ningún servicio web pueda obtener datos personales de nosotros, permite abrir canales de comunicación privados, como aquellos que garantizan la preservación de la identidad de víctimas de abusos o violaciones. Algunos periodistas, aseguran en la página web, recurren a este programa para que sus fuentes permanezcan ocultas y organizaciones no gubernamentales (ONG) para que sus empleados se comuniquen con sus familiares sin revelar dónde trabajan. La definición de Tor de su propio objetivo es que fue desarrollado para permitir a las personas visitar páginas web sin poder ser rastreadas y publicar en sitios web cuyo contenido no aparece en los motores de búsqueda. De este modo, la polémica está servida, pues si bien la privacidad es un derecho, no puede servir para cometer delitos.
¿Quién pagó para crear este software?
En todo el mundo cerca de 2 millones de personas utilizan este programa que se actualiza periódicamente. Los usuarios españoles están entre las seis nacionalidades que más recurren a este servicio. Lo desconcertante es que entre los que han puesto dinero para que se pueda crear un software como éste, figuran organizaciones como la Oficina de Promoción de la Democracia, los Derechos Humanos y el Trabajo del Departamento de Estado de Estados Unidos (US Department of State Bureau of Democracy, Human Rights and Labor), la Fundación Nacional de la Ciencia, importantes universidades (como Princeton) o la Fundación Ford y hasta la mismísima Google a través de su programa de verano para programadores (Google Summer of Code).
Todo esto, que parece propio de una novela de Dan Brown, ahora se ha tornado aún más novelesco. Si por un lado estaban aquellos que apoyan la existencia de Tor al ser un arma para investigar a los poderosos y garantiza el anonimato de los usuarios (el sueño de los fundadores de internet señalan algunos), en el otro bando están aquellos que afirman que es un sitio donde los sicarios y los abusadores de menores campan a sus anchas.
Esto es tan cierto que en el año 2013 el FBI reconoció haberse aprovechado de un fallo en Firefox para rastrear páginas web de pedófilos. En toda esta maraña aparece el Ministerio del Interior ruso ofreciendo una recompensa de cerca de 100.000 euros a quien demuestre una forma de identificar a los internautas que hagan uso de Tor. La propuesta del gobierno ruso, en realidad una licitación por 3.9 millones de rublos, fue publicada en la página web del ministerio y está enmarcada en una iniciativa local para controlar la información que llega al país a través de la red. De ahí que también se hiciera obligatorio que cualquiera que tuviera un blog con más de 3.000 lectores se identificara ante las autoridades.
Finalmente, el ingrediente que falta para que la novela de espionaje de Tor se completara son los dos científicos de la Universidad Carnegie Mellon, en Pittsburgh (Estados Unidos). Alexander Volynkin y Michael McCord aseguraban haber encontrado un fallo en el sistema por el cual era posible colarse. Y lo iban a revelar el próximo mes de agosto en una sesión especial durante una conferencia de seguridad informática, pero la sesión, de repente, se canceló.
Falta de pruebas
De acuerdo con los organizadores del congreso, los abogados de la citada universidad contactaron con ellos para decir que la presencia de los científicos sería imposible. En el escueto mensaje se aseguraba que no hablarían, ya que «el material de la ponencia no había sido aprobado por la universidad». Y es que, por sorprendente que suene, monitorizar el contenido de esta red, violaría varias leyes federales estadounidenses.
Para contestar al revuelo, salió a la palestra Roger Dingledine, uno de los responsables de Tor, quien aseguró, por un lado, que no sabía que la charla se cancelaría, pero confesó que los dos científicos de la Universidad Carnegie Mellon le habían mostrado «informalmente» parte del material que iba a ser presentado y que le habían afirmado que «creemos haber descubierto qué han hecho. Y cómo arreglarlo».
Por ahora, sólo por ahora, el epílogo de esta historia también incluye, como no podía ser menos cuando se habla de internet, a la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos (NSA). De acuerdo con informes de un periodista alemán de la ARD (una de las agencias de información del estado), personal de dicha agencia habría espiado dos servidores de Tor en Alemania para descubrir la dirección IP de sus usuarios.
¿Cómo se resolverá todo esto? La realidad es que la tecnología ha avanzado de tal modo que el mundo virtual nos fuerza constantemente a crear leyes para regular su injerencia en el mundo real. Y hasta que no seamos capaces de elaborarlas y hacer convivir ambos mundos, no encontraremos una solución.
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