Ciencias humanas
El misterio de la sabiduría animal
¿Puede jugar al fútbol un abejorro?, ¿tiene un chimpancé más memoria que un humano? La ciencia demuestra que sí
¿Puede jugar al fútbol un abejorro?, ¿tiene un chimpancé más memoria que un humano? La ciencia demuestra que sí
En los laboratorios de la Universidad Queen Mary de Londres, a finales de esta semana, ocurrió algo verdaderamente extraño. El biólogo Clint Perry y su equipo de investigadores detuvieron su trabajo vespertino para ver un partido de fútbol. No es extraño que vieran fútbol. Los científicos, y más los de Londres, son también aficionados al balón. Lo raro es que se trataba de un partido de fútbol entre abejorros. Sobre un tapete azul se había dibujado un círculo amarillo que encerraba un pequeño agujero. Los abejorros merodeaban por la mesa esperando la señal del árbitro. En ese instante, aparecía en el terreno de juego una pequeña bola de goma amarilla desplazada de lado a lado por un imán escondido. Los insectos tenían que buscar la pelota, capturarla y depositarla en el círculo central. El primero que lo lograba recibía como recompensa unas gotitas gratis de solución al 30 por ciento de sacarosa: un gran premio para un abejorro. Con sólo unas semanas de entrenamiento, los simpáticos himenópteros habían aprendido a competir por la pelotita (de la mitad de tamaño de su cuerpo) y ganarse la chuchería al meter «gol».
«La gente suele pensar que los insectos son máquinas irracionales», cuenta Clint Perry, «pero sabemos que son capaces de prodigios propios de una especie inteligente: saben usar herramientas, llegan a entender números del uno al cuatro y aprenden idiomas extranjeros. Ahora también hemos demostrado que saben jugar al fútbol».
Cerca del despacho de Clint, otro colega de la misma universidad demostró el año pasado que los abejorros pueden usar utensilios sencillos. Logró enseñarles a tirar de una cuerda para abrir una puertecilla que daba acceso a su preciado premio azucarado. Años atrás, en mayo de 2008, Marie Dacke, etóloga de la Universidad sueca de Lund enseñó a un grupo de abejas a contar hasta cuatro. Estaban entrenadas para recibir comida sólo si atravesaban un número determinado de marcas en el suelo. Fueron capaces de reconocer los números 1, 2, 3 y 4... A partir del cinco no dieron más de sí. ¿Y lo de hablar idiomas extraños? Se sabe desde hace siglos que las abejas exploradoras realizan unas danzas peculiares para mostrar al resto el camino hacia una fuente de alimento. Y es conocido que cada grupo de abejas tiene su propio lenguaje. Lo que no se sabía hasta que lo descubrió un equipo del Centro Nacional de Investigaciones Científicas de Francia en 2008 es que las abejas europeas pueden aprender la danza de las asiáticas y viceversa.
¿Son acaso estos experimentos muestras de que los animales son más inteligentes de lo que pensamos? Lo cierto es que aplicar el término «inteligencia» a la conducta del resto de nuestros compañeros sobre la faz de la Tierra es harto controvertido. Resulta muy difícil trazar la linde entre lo inteligente y lo instintivo, lo casual y lo razonado, lo cognitivo y lo reflejo. Pero cada vez tenemos más datos que demuestran que algunas habilidades supuestamente exclusivas de nuestro genéro sapiens tienen su remedo (siquiera ínfimo) en otros seres vivos. Investigaciones similares a las de las abejas, pero realizadas con cuervos en la Universidad de Tubinga han hallado que estos pájaros pueden contar hasta 16. De hecho, el estudio morfológico de sus cerebros arroja un tamaño relativo de este órgano con respecto al cuerpo similar al de los primates.
«Primates con alas» se han llamado alguna vez a las palomas por sus increíbles habilidades. Expertos de la Universidad de Estocolmo y del Universitiy College de Brooklyn descubrieron hace poco un comportamiento realmente sorprendente en estas aves. En días de inclemencias meteorológicas, son capaces de usar la red de metro de Nueva York para desplazarse por la ciudad. Entran en una estación y salen en la más cercana a sus destino. Nadie sabe cómo lo hacen. De los pulpos se dice que tienen ocho cerebros, uno en cada tentáculo. Puede que resulte una bella exageración tan sólo hay que contemplar, por ejemplo, cómo se las arreglan para abrir un frasco cerrado y extraer el alimento que tiene dentro.
Siempre hemos pensado que la inteligencia más cercana a la nuestra es la de los primates. Y en cierto modo es así. Compartimos con ellos quizá algo más que el 99 por ciento de los genes... compartimos un nicho ecológico único. Quizá ellos lo saben. Lo descubrí un día de bella charla con Jordi Sabater Pi, el desaparecido descubridor de Copito de Nieve, frente a la jaula del famoso gorila blanco. Contaba cómo él mismo había visto a los chimpancés ordenar fotografías de animales: los lobos con lobos, los leones con leones, los elefantes con elefantes... y los monos con los humanos, en un mismo montón.
Ayumu es un chimpancé que vive en el Instituto de Investigaciones de Primates de la Universidad de Kioto. En pruebas de memoria consistentes en recordar y ubicar en el mismo sitio una serie de números que aparecían brevemente en la pantalla, el mono no sólo superó a varios estudiantes universitarios sino que ganó en 2007 a Ben Pridmore, campeón británico de memoria. «Este chimpancé ha violado el dogma de que la memoria humana es superior a la de cualquier primate», dijo el primatólogo Franz de Waal al conocer la noticia.
No sabemos realmente qué piensan las bestias. Nuestra humana inteligencia no da para tanto. Pero indagar en su cerebro es una fértil línea de investigación. Primero por conocer mejor nuestra propia mente y sus orígenes. Y después porque ese conocimiento puede tener aplicaciones increíbles a la hora de, por ejemplo, saber cómo sería un ser inteligente extraterrestre o mejorar las incipientes aplicaciones de inteligencia artificial que hoy manejamos. Mientras tanto, al menos, podremos conformarnos viendo un campeonato de fútbol entre abejas.
Habilidades de las que carecemos los humanos
Los humanos somos una especie superior gracias a nuestro cerebro. Es lo que nos hace únicos y nos coloca por encima del resto de seres que habitan la Tierra. Pero, ¿qué capacidades tienen otros animales y de las que nosotros carecemos? Las culebras y las víboras, por ejemplo, son capaces de identificar el calor corporal de sus presas y es que en la cabeza tienen unos órganos que trabajan como rayos infrarrojos. Identificar lo que les rodea ha obligado a muchos seres vivos a adaptar e, incluso, crear nuevos sentidos. Por ejemplo, los gatos cuentan con unas membranas en los ojos que les permite adaptar su visión a la luz que existe en el ambiente. Así, son capaces de cazar en la oscuridad. También existe un pez que es capaz de distinguir, en medio del mar, con qué se va cruzando. Se trata del damisela, que es capaz de distinguir, gracias a una especie de rayos ultravioleta, los peces con los que se va cruzando. Pequeños bichos como las polillas, que a simple vista parecen muy elementales, tienen la capacidad de encontrar a sus semejantes del sexo opuesto a más de 11 kilómetros de distancia, ya que son capaces de olfatear sus feromonas.
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