Ciencia
La segunda extinción neardental
Un estudio realizado en la cueva asturiana del Sidrón confirma que el cromosoma Y de los hombres actuales ya no contiene trazas de Homo neandertalensis
Un estudio realizado en la cueva asturiana del Sidrón confirma que el cromosoma Y de los hombres actuales ya no contiene trazas de Homo neandertalensis
El cromosoma sexual Y es la marca genética del varón humano. Un par de cromosomas XY determina que el individuo es un hombre. Si es mujer, su pareja de cromosomas sexuales es XX. Resulta, pues, evidente que el cromosoma Y sólo podemos heredarlo de nuestros padres. Por eso su estudio es una buena herramienta para analizar la historia evolutiva de los «machos» de nuestro linaje.
Hoy sabemos por muchas evidencias científicas que el ADN de los humanos modernos porta trazas de los genes que nos traspasaron los neandertales durante algunos de los periodos de la historia en las que sapiens y neandertalensis se cruzaron por el camino (en todos los sentidos). Por eso no sería irracional pensar que nuestro cromosoma Y actual mantuviera algún resto del cromosoma Y de los varones de aquella especie extinguida. Ése es el motivo de un magno estudio genético realizado sobre restos fósiles de la cueva asturiana del Sidrón (uno de los yacimientos del mundo más interesantes para el estudio de los neandertales). El trabajo, desarrollado por científicos británicos y españoles y publicado ayer en «The American Journal of Human Genetics» pretendía descubrir cuánto de neandertal tiene nuestra Y. La respuesta es contundente: nada. Los análisis arrojan que el ADN humano actual no conserva ningún rasgo del cromosoma Y de aquellos homininos cercanos. Eso no significa que realmente se halla extinguido esa carga cromosómica para siempre, pero parece que todos los datos sugieren que así ha sido.
¿Qué le ha ocurrido entonces? Si un padre neandertal empezó a pasar su cromosoma Y a la prole hibridada que engendró con una madre sapiens, ¿por qué ya no queda nada de su rastro? Un motivo podría ser que, con el paso de los milenios, los genes transmisores de ese cromosoma hayan ido desapareciendo por azar. Es como si cada vez que cortamos una baraja de cartas elimináramos aleatoriamente una e introdujéramos otra de una baraja distinta. Por azar podría ocurrir que tras miles de millones de cortes en la baraja original se hubieran perdido todos los ases.
Pero el simple azar es algo que no termina de gustar a los científicos. Por eso se propone otra posible causa: que los genes neandertales contuvieran algún tipo de información incompatible con la de los genes humanos. Que algunos de los segmentos del Y neandertalensis creara mutaciones aberrantes al unirse con la X humana. Quizá incluso que esas incompatibilidades generaran grandes dificultades para procrear criaturas sanas, lo que explicaría por qué neandertales y sapiens no se cruzaron mucho más a pesar de haber compartido espacio durante milenios.
De hecho, hoy sabemos que hay algunos genes humanos que, cuando se expresan, intervienen en la posibilidad de rechazo de un órgano trasplantado de un hombre a una mujer y no cuando el órgano se trasplanta entre mujeres. Y esos mismos genes se parecen a ciertos genes presentes en el cromosoma Y neandertal.
Quizá, como ocurre con los órganos ajenos, las hembras de sapiens recibieran el feto concebido con semen neandertal como un agente extraño por culpa de esos genes y activaran una reacción inmunológica para matarlo. Si la mujer sapiens terminaba abortando consistentemente los fetos concebidos por neandertal, el cromosoma Y de aquella especie acabara por extinguirse. De manera que el ADN neandertal que hoy nos ha llegado procedería de hijos de un hombre sapiens y una hembra neandertal. Este dato es importante para conocer mejor el origen de nuestro ADN, pero también para entender cómo fue la separación entre sapiens y neandertales. Los estudios previos del ADN mitocrondrial (este sólo se recibe de las madres) habían datado la separación entre el linaje neandertal y el sapiens entre hace 400.000 y 800.000 años. Este nuevo estudio centra el tiro en unos 590.000 años, dentro del rango de lo anteriormente observado.
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