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Las bacterias invasoras del ADN

Nuestro código genético presenta en su composición varios genes procedentes de organismos microscópicos de tiempos lejanos

Patógenos de la globalización
Patógenos de la globalizaciónlarazon

Una de esas verdades que todos asumimos en ciencia como indiscutible es que los seres humanos nos parecemos a nuestros padres y madres porque recibimos de ellos los genes que nos hacen como somos. Bueno, en realidad nos parecemos también a otros miembros de la familia. Por ejemplo, a los abuelos. Mi madre porta genes de mis dos abuelos maternos y mi padre, de mis dos abuelos paternos. De manera que mi ADN es una recombinación de seis personas distintas. Mientras la herencia de los padres siempre será al 50 por 100, la herencia de los abuelos sigue un camino controlado por el azar. De cada cromosoma que uno recibe de su padre existe el 50 por 100 de posibilidades de que proceda de la abuela y el 50 por 100 de que lo haga del abuelo. Igual que tirar una moneda al aire. Matemáticamente, sólo hay una entre cuatro millones de posibilidades de que todos los cromosomas que lega el padre procedan de uno sólo de sus progenitores (el abuelo o la abuela). Pero en términos generales, nuestros rasgos son un cóctel cuyos principales ingredientes son los genes maternos y paternos aliñados con algunas otras introducciones provocadas por el azar. Por eso es tan difícil en ocasiones detectar a primera vista a qué familia se parece más un bebé.

Y la cosa se puede complicar aún más a la luz de un hallazgo publicado ayer en la revista «Genome Biology», según el cual, el ADN humano también presenta genes invasores que no proceden de nuestros progenitores y ancestros sino de microorganismos que cohabitaron con el hombre en tiempos remotos.

Una mezcla impura

El intercambio de genes entre organismos de diferentes especies que cohabitan se conoce como Transferencia Genética Horizontal (TGH). Se ha documentado muy bien en organismos unicelulares y es uno de los mecanismos que permiten a las bacterias sobrevivir. Por ejemplo, gracias a esta transferencia se explica la capacidad que tienen los patógenos para resistir a los antibióticos. Cuando se produce una mutación que permite a una bacteria ser inmune a un antibiótico, esta mutación pasa a otras bacterias de otras especies con las que no ha habido intercambio reproductivo, obviamente.

Algunos nemátodos absorben genes de plantas y de hongos y ciertos tipos de escarabajos también adquieren genes de bacterias que les permiten producir enzimas para digerir alimento.

Pero la idea de que la TGH ocurriera en animales superiores e, incluso el ser humano ha sido habitualmente tomada como poco menos que una herejía. Entre otras cosas porque aceptar que existe invasión genética de fuera de nuestra especie vendría a poner en entredicho la idea de que los humanos basamos nuestro desarrollo sólo en la herencia genética de nuestros ancestros.

Ahora, un grupo de investigadores de la Universidad de Cambridge ha analizado el genoma de 12 especies de mosca de la fruta, cuatro de nemátodos, diez de primates y del ser humano. Comparando los genes que compartimos todas estas especies se puede averiguar cuán antiguo es ese gen y cuánto hace que lo adquirimos.

El resultado es que un buen puñado de genes ha sido adquiridos por el género Homo a partir de la transferencia de otras especies. La mayoría de ellos tienen que ver con la capacidad de metabolizar los alimentos. En total, hay alrededor de 200 genes que nos han sido legados por parte de otros seres.

Los científicos han podido identificar los organismos que más habitualmente nos ceden material genético: bacterias y protistas, aunque algunos genes proceden también de virus y hongos.

La inmensa mayoría de estos genes son muy antiguos. Se introdujeron en la cadena genética de las especies relacionadas en algún momento entre el nacimiento del primer antecesor común de los cordados y la llegada del primer primate.

El estudio puede tener implicaciones trascendentales para el futuro de los análisis genéticos. Hasta hoy, los genes de bacterias encontrados en un análisis se descartan por considerarlos fruto de una contaminación de laboratorio. A partir de ahora habrá que diferenciar entre los genes contaminantes y aquellos que forman parte de nuestro acervo y que determinan también nuestra salud.