Barcelona
España, cuna de espías en la II Guerra Mundial
En teoría, España no estaba en el tablero de la II Guerra Mundial. Sin embargo, tanto los aliados como los nazis supieron mover sus peones, tanto intramuros de nuestro país como fuera de nuestras fronteras para decantar la contienda a su favor. Y ahí entraron en juego un puñado de españoles que, aún con las heridas de la Guerra Civil en carne viva, decidieron moverse entre las sombras para arrojar luz sobre los movimientos de ambos bandos y pasar información privilegiada a veces por los cauces más insólitos. Juan Astier, Dolores Pardo, Ricardo SIcre y tantos otros se convirtieron en espías por vocación y también por las circunstancias, viviendo situaciones auténticamente rocambolescas. A ellos y a tantos otros, «La noche temática» dedica hoy su programa, a partir de las 23:15 horas, con la emisión de dos documentales: «Juego de espías» y «Agente Sicre, el amigo americano».
Ricardo Sicre bien podría haber nacido de la imaginación de Graham Greene, pero la realidad muchas veces perfecciona la ficción. Nacido en Barcelona, luchó en el bando republicano. Tras exiliarse a Francia, después se trasladó a Inglaterra y de allí a Estados Unidos, donde su biografía empezó a tomar rasgos novelescos. «Fue enviado a ''La Granja'' que estaba donde actualmente se asienta Camp David –cuenta Pablo Azorín, el codirector junto a Marta Hierro de «Sicre, el amigo americano»–. Allí formó parte de una escuela supersecreta y se convirtió en espía para el Ejército americano». A través de los testimonios de más de 17 personas, entre ellos el de su esposa Betty, se cuenta cómo se movía como pez en el agua en el Protectorado Español de Marruecos, que era un vivero de nazis, y su traslado a las costas de Málaga para liderar la «operación Banana», organizada por el espionaje militar estadounidense, que fue un rotundo fracaso. Pero Sicre no se amilanó. Posteriormente se trasladó al sur de Francia, donde se encargó de hacerse con la voluntad de los espías nazis que habían sido abandonados a su suerte por sus superiores tras el Desembarco de Normandía. Terminó la contienda con dos condecoraciones, una de ellas la Medalla de la Resistencia francesa, y con una vida de lujo donde se codeó con Ava Gardner, Ernest Hemingway, Salvador Dalí y Rainiero de Mónaco.
Idealista y pragmático
«Era un hombre muy inteligente con grandes habilidades sociales. Al principio era un idealista y romántico, pero después de la contienda se convirtió en un hombre muy pragmático. Entendió que el dinero era el poder –cuenta Azorín–. No en vano, fue el primero que tuvo una residencia en La Moraleja, se hizo con la franquicia en España de la Pepsi Cola... Aparecía en todas las fotos de la época, pero nadie sabía quién era. Ésa era la clave para trabajar como espía: ser transparente».
Frente a una vida tan pródiga en la que se emparentan las miserias de la guerra con el «glamour», están las existencias de los protagonistas de «Juego de espías». «Quisimos homenajear a unos héroes anónimos», explica Ramón J. Campos, el codirector del documental. En él se cuenta la historia de una red de espionaje internacional que Andre Richard creó en San Sebastián y que ofreció sus servicios al consulado británico. Desde Irún a Madrid, pasando por Canfranc y Zaragoza, para finalizar en Madrid –donde por valija diplomática se pasaba la información a Londres– se tejió una red de contacto que pasaba mensajes clandestinamente sobre los movimientos de los nazis en la frontera. La formaron 30 hombres y mujeres que «fueron condenados a entre 3 y 6 años por el régimen franquista por colaborar con los aliados», explica Campos, «en lo que fue una odisea que todavía no ha tenido el reconocimiento que merece».
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