Ante la superpoblación de vampiros en la ficción audiovisual, no es fácil presentar un proyecto que atraiga a unos espectadores hastiados de sangre. Alan Ball («A dos metros bajo tierra»), lo logró en 2008 con «True Blood» y en esas sigue, ya que se han ido sucediendo las temporadas, aunque ya se sabe que tiene fecha de caducidad. Tras la séptima se echará el cierre. Mientras tanto, la audiencia podrá disfrutar hoy del final de la sexta.

Ambientada en un pueblo de Louisiana que no tendría más historia si no fuese porque a su censo de vecinos se han unido unos vampiros que están al tanto de las nuevas tecnologías y no dudan en usar «gatgets» de última generación. Pero no es todo. Su creador, Ball, decidió condimentar la trama con distintas tensiones sexuales que se van resolviendo y un humor negro marca de la casa. Lo que más se ha alabado siempre de «True Blood» es el descaro de su propuesta y su manejo de la ironía. En el debe de los guionistas nunca han faltado los reproches por sus excesos sentimentales y el torpe manejo en ocasiones de las tramas fantásticas. Con todo, siempre ha contado como aliados incondicionales a los espectadores más jóvenes.

En esta sexta temporada, los vampiros se han visto amenazados por el gobernador de Louisiana, que inició una ofensiva para reducirlos. Además de incitar una campaña de odio entre los humanos para aislarlos físicamente, los negocios de los «chupasangres» fueron cerrados y se les prohibió la compra de armas. Uno de sus principales atractivos para los cinéfilos es la aparición de Rutger Hauer («Blade Runner»), un actor que tan sólo con su presencia y la intención que pone a su mirada llena la pantalla.

Antes del clímax final de hoy, en el capítulo anterior los vampiros fueron liberados. Así se abría una nueva vía argumental que promete emociones fuertes. La sexta temporada de «True Blood» fue seguida en Estados Unidos por una media de más de cuatro millones de espectadores, una cifra más que estimable, ya se se emite por el canal de pago HBO.