Solidaridad
"Cuando hago voluntariado me olvido de la silla"
Ángela necesita que le asistan para ciertas tareas en casa dada su discapacidad, pero saca tiempo para ayudar a los demás.
Día de la Solidaridad Ángela necesita que le asistan para ciertas tareas en casa dada su discapacidad, pero saca tiempo para ayudar a los demás.
El día que Ángela contó a su familia y a sus amigos que iba a hacer voluntariado causó una enorme sorpresa. «Recuerdo que al principio me decían que cómo quería ayudar si hay gente que está mejor que yo y no lo hace y que por qué tenía que hacerlo cuando bastante tenía ya con lo mío», explica. Ángela nació con discapacidad motora severa y aunque en un principio uno pudiera pensar que es ella la que puede necesitar ayuda es la que la da. Con motivo del Día Internacional de la Solidaridad, que se celebra hoy, quedamos con ella en la Fundación Vianorte-Laguna. Cuando llega en lo primero que uno se fija no es en su silla de ruedas, sino en lo joven que es (28 años) y la alegría que desprende. La solidaridad no entiende de barreras, «yo creo que no», y las que hay ella sabe bien esquivarlas. Empezó como voluntaria en un comedor social. «Los primeros días a los que ayudaba me miraban raro y mis compañeros se sorprendían. Hay un tabú como si la gente con discapacidad no pudiéramos hacer nada, una visión que es incorrecta». Fue un poco complicado porque necesitaban un pinche de cocina y las mesas no estaban adaptadas, así que al final ayudaba dando la comida a la gente que venía. Pero le enganchó. Tal es así que cuando un párroco le habló «de que el Colegio de Farmacéuticos iba a dar una charla informativa de voluntariado de este centro no me lo pensé dos veces».
Sin barreras
Desde hace medio año aproximadamente acude cada viernes a esta cita con sus mayores de la residencia de rehabilitación de la Fundación Vianorte-Laguna. Lo hace de 10:00 a 13:00, ya que por la tarde (de 16:00 a 22:00 horas) trabaja. Para ello tarda «una hora y cuarto en llegar. En mi barrio no hay una entrada accesible al metro, así que primero cojo un autobús y luego el suburbano». Algo que demuestra su tesón: «Me gusta no solo recibir apoyo, sino también ayudar a los demás. En casa, mi familia me tiene que asistir para ducharme, para pasar de la cama a la silla. Y ayudar yo a otra persona me llena. Cuando hago voluntariado me olvido de la silla. Los mayores tienen mucho que enseñar, aunque algunos sean más huraños o prefieran estar solos. Si no hiciera voluntariado sentiría que me falta algo y eso no me pasa con el trabajo», dice riéndose.
Accedemos con ella a la sala de estar donde una docena de personas mayores están viendo el informativo. Rápidamente Carmen y Desi se ponen a hablar con ella. «Me encantaba cuando mis abuelos me contaban historias». Ahora lo hacen ellos. «El otro día Carmen me decía que antes había más seguridad, que se podía dormir con las puertas abiertas... Me preguntan mucho por mi vida, si tengo planes para el fin de semana y demás, pero por novios no», afirma tras nuestra pregunta. «En otras ocasiones me dicen bromeando: “A ver si te voy a tener que ayudar yo más”», recuerda. Quizá lo más difícil es «cuando me dicen que quieren vivir más tiempo. Les transmito que valoren todo lo que han vivido, aunque es duro». Y quizá sea por su tesón, por su juventud o porque ven su silla y entienden que si ella puede, ellos también, que logra que algunos, como Carmen, caminen. «Tardé dos meses en lograr que lo hiciera porque siempre me decía que estaba mejor sentada, pero lo hace. No todas las semanas, pero poco a poco». «Es que soy muy cómoda», confiesa Carmen, que prefiere no poner su edad. ¿Se puede decir que tienes más de 25 años?, le preguntamos. «Sí, entre más de 25 y más de 30».
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