Médicos
Eduardo López Bran: «El robot es uno de mis aliados»
El director de la Clínica IMEMA y Jefe del Servicio de Dermatología del Hospital Clínico de Madrid, ejerce su profesión desde la honradez
Soñaba con ser un médico tranquilo en su tierra, Galicia, y dice que un gallego nunca echa el portón definitivamente. Asegura que tiene la suerte de mantener su «dignidad, sinceridad e integridad». De estudiante, fue el primer médico del colegio mayor en el que residía y recuerda que las mayores dolencias entonces eran los catarros, la gripe o alteraciones gastrointestinales a veces agravadas por el fin de semana. Su centro ha sido acreditado como la primera clínica excelente de Europa en trasplante de pelo y ha tratado a numerosas personas conocidas. Elegido como miembro asesor médico mundial de Restoration Robotics –es el único europeo de cinco miembros que lo constituyen–, mantiene su cercanía y humildad. Le gustaría que su hijo de 12 años fuera «feliz con lo que hace», aunque está convencido de que la medicina «ayuda a serlo».
–Deme su receta para el éxito...
–Constancia, trabajo, dedicación, ilusión y optimismo. Una cucharada de sentido común y mucho de saber encajar las dificultades de cada día y las pequeñas zancadillas que existen en el trabajo y en la vida diaria.
–Trabaja con un robot. ¿No teme que le quite su puesto?
–Creo que no, el robot es un aliado. Siempre creí que las nuevas tecnologías son como una gran ola en el mar. Si eres capaz de subirte y la aprovechas, fantástico. Si intentas defenderte a cuerpo gentil, la ola te va a arrollar. La mayor resistencia a la innovación es la cultura.
–¿Usted manda al robot o el robot manda en usted?
–Por ahora yo mando al robot, pero es cierto que cuanto menos le mande, mejor va.
–¿Lo del trasplante de pelo de dónde le viene?
–Fue porque uno de los laboratorios más importantes de la industria farmacéutica puso en marcha unos ensayos clínicos dirigidos a evaluar la eficacia y tolerancia sobre el tratamiento de la calvicie y tuve la suerte de ser uno de los investigadores elegidos. Posteriormente participé en otro ensayo. Pero esos tratamientos no siempre lograban un resultado exitoso y los pacientes pedían más. Fue lo que me motivó a que me marchase al extranjero a ampliar mi formación como dermatólogo y como especialista en el mundo quirúrgico del pelo. Al regresar puse en marcha una unidad de trasplante capilar y con el paso del tiempo estamos consiguiendo trasplantes no agresivos, definitivos y utilizando la mejor tecnología.
–¿Alguna vez le ha tenido que decir a un paciente que con él no se pueden aplicar los avances?
–Yo mismo me puedo poner como ejemplo. Lamentablemente he arreglado a mucha gente y buenos amigos, pero no tengo zona dadora. Sólo en aquellos casos en los que la zona dadora es muy escasa no lo intento. Hay que ser honrado y siempre explicar las expectativas al paciente.
–¿Las mujeres también se quedan calvas?
–También. La incorporación de la mujer al mundo laboral, las responsabilidades que ha conllevado, el estrés, la ansiedad, hacen que se manifiesten alopecias femeninas que no se iban a producir y que se agravan por estos factores.
–¿Una vez se trasplanta el pelo se puede volver a caer?
–No. Si lo hemos elegido correctamente, va a vivir como el resto del que no se cae. Es el pelo propio del paciente al que le hemos cambiado de sitio. El tratamiento con robots se realiza una vez en la vida, a lo sumo dos.
–Ningún presidente del Gobierno ha sido calvo. ¿Eso es porque le toman el pelo al ciudadano?
–Espero que no sea por eso... Ejercer algún tipo de responsabilidad favorece la pérdida de pelo. Si hiciésemos una evaluación del paso del tiempo veríamos que no sólo han perdido el pelo sino también agravado con respecto el peso de su responsabilidad. Llegan con más pelo que con el que se van.
–Y lo de comer pollo, como dijo Evo Morales, ¿es vinculante?
–No, en absoluto. Desafortunada declaración pensar que el pollo es fuente de hormonas que pudieran agravar el pelo. Estoy seguro de que el pollo español no tiene ninguna hormona. Podemos consumirlo porque está fantásticamente, por ejemplo, asado. Los mensajes de este hombre no suelen tener criterio, éste es uno más.
–¿Qué es lo que ha aprendido que no le enseñaron en la facultad?
–Para mí es muy importante la carrera de la vida. En casa tuve la suerte de recibir una educación fantástica en valores, principios, honradez y ética. He conocido a muchos amigos a lo largo de mi vida, en los colegios mayores en los que viví, gente que me ha enriquecido. En esa carrera de la vida aún no he conseguido ser catedrático ni profesor, sigo siendo un alumno que sigue aprendiendo y creo que eso es algo también muy útil para la dermatología.
–Dice que la piel lo lee todo... Cuando llega alguien a usted ¿ya sabe lo que pasa en su vida?
–La piel tiene muchas funciones. Nos protege del mundo exterior, de las agresiones, y nos ayuda a relacionarnos. Tiene una función importantísima que es la de la sensación. Cuando le damos la mano a alguien notamos ese tacto y lo que está pensando esa persona. Si llevas mucho tiempo en la profesión y tienes un paciente delante de ti ya hay algo que te ayuda u orienta en el diagnóstico o que podría estarlo agravando.
–¿Es un poco psicólogo?
–Creo que, al ser hijo de psiquiatra y gallego, tengo un poco de «meigo». Poseo una alta capacidad de intuición, casi como las mujeres.
–¿Se puede borrar el paso del tiempo sin que se note?
–Sí. Los dermatólogos somos la mano amiga que con pequeños retoques podemos conseguir mantener una piel aparentemente más joven de la edad cronológica de la persona.
–¿Hay una edad determinada para empezar con los retoques?
–Cada día más tempranamente nos demandan soluciones. Pero cada uno tiene un crono de envejecimiento programado que a veces se produce por una sobre exposición inadecuada a la luz solar. A los 30 años se puede empezar a utilizar un tratamiento cosmético que ayude a embellecer la piel.
–¿Qué consejo daría a sus alumnos de medicina?
–Animo a seguir el reto del optimismo, del que sí pueden, del que lo van a lograr como decía Kipling, si caes, «volver a empezar de nuevo y nunca mirar hacia atrás».
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