Educación
«Deberes sí, deberes no» o mejor dicho «qué deberes sí y qué deberes no»
Por si fuera poco lo que preocupa de nuestro sistema educativo, el debate abre ahora una ventana a una polémica que parece enfrentar a los distintos integrantes de la comunidad educativa, salpicando incluso a los agentes políticos, que en algunas administraciones plantean ya una regulación normativa. Estamos hablando de la disyuntiva “deberes SÍ, deberes NO”, un tema que en estos últimos tiempos ha posicionado de un lado a alumnos y familias frente a centros y docentes, llegando incluso a provocar una guerra abierta cuya máxima expresión es la llamada a la insumisión y la desobediencia de los primeros como respuesta a las tareas marcadas por los segundos. A todas luces excesivo y no muy congruente, si tenemos en cuenta que todos estamos en un mismo barco. Y mirando desde los dos prismas, igual que centros y docentes encuentran esta actitud poco adecuada, es de suponer que asociaciones de padres y madres no entenderían que desde los centros, sus profesores predicaran el incumplimiento de las obligaciones que las familias determinan para sus hijos pidiéndoles que desobedecieran.
Y por aquello tan sano de huir de los extremos en cualquier ámbito de la vida, en lo que nos ocupa, digamos que ni debemos decretar la desaparición de los deberes, ni debemos consentir que estos sean tan excesivos que abrumen a alumnos y familias, porque su fin último es que resulten de utilidad para el proceso de aprendizaje del que todos formamos parte.
Conscientes de que son muchos los interrogantes que rodean a los deberes (su necesidad, su contenido, el tiempo que requieren, sus beneficios, la implicación de las familias... ) quizás convendría poner negro sobre blanco algunos puntos que ayuden a la reflexión.
Empecemos por decir que los deberes son una decisión del profesorado ligada al proyecto educativo y a la metodología que cada centro utilice, por lo que partiendo de esta base, la administración no podría entrar en su regulación, puesto que su existencia y características están dentro del ámbito de autonomía de los centros.
Además, para que cumplan su función, deben ajustarse a un nuevo concepto de tarea escolar enmarcada en una metodología centrada en la adquisición de competencias, habilidades, contenidos o estándares de aprendizaje. No se puede olvidar que para ser eficaces tienen que responder a unos objetivos educativos previamente planteados en un contexto, que deben formar parte del proceso de enseñanza - aprendizaje de los alumnos, y que han de tener en cuenta las capacidades de los estudiantes y sus necesidades, reforzando la coordinación entre familia y centro.
La experiencia demuestra que la repetición automática de ejercicios, ese “más de lo mismo” que se impone para todos, no devuelve resultados, porque olvida que las tareas deben vincularse a las necesidades del alumno y a la consecución de un objetivo programado, unido a que han de ser planificados por el profesor de forma organizada, concreta, diferenciada y graduada, siendo claramente progresivos en función de la edad.
El éxito de aquello que es visto como obligación es que no impida la realización de otras actividades también complementarias para la formación y la educación y que no suponga una renuncia o privación de tiempo para el disfrute familiar y o el ocio personal.
Para lograr esta meta, se requiere una clara coordinación y planificación por parte de todos los profesores de todas las materias, cobrando especial importancia la labor del tutor. Pero también es esencial el papel de las familias, que deben estar en permanente comunicación con el centro para poder trasladar al profesor cuáles son las dificultades, los problemas que se descuelgan del desarrollo de los deberes, si existe un exceso de trabajo o un exceso de tiempo, o cualquier otra circunstancia que pudiera ser de interés y que haya que corregir.
Y como en toda inversión, sea del tipo que sea, la evaluación de resultados es fundamental, puesto que sólo así el propio alumno puede ser consciente de la utilidad de las tareas y de lo que suponen en su progresión académica. Y en esta materialización de réditos, los padres deben entender que forman parte del hecho educativo y que están orientados a que el alumno alcance los objetivos educativos planteados, por lo que su papel no es el de realizarlos, sino el de supervisar y acompañar a sus hijos en esta acción.
Y visto que la existencia de deberes, léase lo anterior, no parece ser una cuestión de estado, por mucho que algunos se empeñen, lo mejor llegado a este punto es tomar nota de unas breves recomendaciones que la harán más llevadera. Aspectos como mantener un horario regular, aunque la tarea no se finalice; que exista un adecuado diseño de un plan de trabajo; la autonomía del alumno en su realización; la motivación de los estudiantes o la supervisión, orientación y el refuerzo positivo al trabajo y esfuerzo realizado por parte de los padres son claves.
En cualquier caso, respetar y confiar en las decisiones y criterios de los docentes son un pilar imprescindible para que la acción educativa tenga efectos positivos en los alumnos. Sin duda alguna son los profesionales por su cualificación y preparación quienes deben decidir sobre los deberes o tareas escolares.
Así pues, la cuestión no debe ser “deberes SÍ, deberes NO”, sino “qué deberes sí, qué deberes no”, y si logramos enfocar el asunto bien, quizá el curso que viene el tema no sea el centro de tanto discurso, e incluso no protagonice la campaña de invierno de una conocida marca de muebles... ¡que hasta ahí ha llegado!, sin restarle mérito a la misma y el buen enfoque publicitario.
Jesús Pueyo Val. Secretario general de FSIE
✕
Accede a tu cuenta para comentar