Santiago de Compostela

El verso suelto del triple crimen de Burgos

La extraña muerte de una familia en 2004. Ángel Ruiz, enemigo del padre, condenado ahora por otro asesinato, es el sospechoso

El verso suelto del triple crimen de Burgos
El verso suelto del triple crimen de Burgoslarazon

El asesino se coló en la vivienda de la familia Barrio sin forzar la puerta. Franqueó la entrada antes de las 6:00 de la madrugada –del domingo al lunes, concretamente–, del 7 de junio de 2004. Una hora extraña. ¿Cómo lo hizo? Los investigadores se plantearon en su día que sólo cabían dos posibilidades: o tenía las llaves, o bien le abrieron la puerta a tan intempestiva hora porque era una persona conocida.

Aquella noche varios vecinos se extrañaron por los ruidos: «Escuché gritos que me parecieron de mujer. Decía: ¡Auxilio, auxilio, déjame salir!, luego golpes y el sonido de muebles al moverse. Miré el reloj del pasillo. Eran las 5:37», explicó Carmen a los agentes encargados del caso. Lo que a esa hora estaba ocurriendo dentro del domicilio de la familia Barrio fue una auténtica carnicería. Salvador, Julia, su mujer, y el pequeño de sus dos hijos –Álvaro, de 11 años–, fueron literalmente cosidos a puñaladas. Muchas, demasiadas,innecesarias. Tantas que en conjunto dibujaban la inquina y el profundo odio del asesino hacia sus víctimas. El malnacido que llevó a cabo la masacre dejó poco de sí mismo en la escena del crimen; alguna pisada sobre la sangre y la huella de su zapatilla contra la puerta del hijo. Álvaro escuchó los alaridos de sus padres y, aterrado, sin saber qué ocurría, se encerró dentro de su cuarto con pestillo. El asesino reventó la puerta de una patada, lo sacó de bajo de la cama y le quitó la vida.

Al comienzo de la investigación, un hecho desconcertó a los investigadores. En la puerta de acceso al panteón donde fue enterrado el padre, Salvador, se encontraron pintadas hechas con una cera de color rojo que decían: «Cabrón, cerdo».. Tanto odio corría por las venas del autor, que el vándalo incluso escribió «hijo de puta», sobre la corteza de un pino que había delante del panteón; extraño lugar. La investigación acabó descubriendo por un estudio caligráfico quién – con una ausencia de empatía inquietante–, escribió los despectivos insultos en la tumba. Su nombre es Ángel Ruiz, vecino de La Parte de la Bureba, Burgos, pueblo del que era alcalde la víctima –Salvador–, y donde fue enterrado. El individuo había tenido varios conflictos con Salvador por temas de alcantarillado y tierras, pero después de interrogarlo no pudo vincularlo al crimen.

La investigación ya manejaba por entonces otras hipótesis: una deuda, el robo, la envidia o la venganza. Finalmente, el foco de la sospecha alumbró a Rodrigo Barrio, el único superviviente de la familia, en aquel entonces tenía 16 años. Aquella madrugada no estaba en casa porque vivía interno en un colegio de la localidad de La Aguilera –a unos 80 kilómetros de Burgos–. Los investigadores se ponen nerviosos al ver «contradicciones» en su testimonio e incluso, «mentiras manifiestas», tal y como se recoge en el sumario al que ha tenido acceso LA RAZÓN. Se habla del síndrome del príncipe destronado; mató a su familia porque no era el hijo más querido y de ahí la especial virulencia del crimen. Es detenido, pero 48 horas después la Fiscalía lo deja libre porque cree que no hay suficientes indicios que sustenten la culpabilidad. Finalmente, con el paso del tiempo, la acusación queda archivada contra él. Y aunque el caso policialmente se dé por resuelto, en realidad, queda sin respuestas y sin que el asesino pene sus días en la cárcel.

Siete años después de los hechos, concretamente el 24 de agosto de 2011, Rosalía Martínez –de 84 años–, es atropellada en la travesía de La Parte de la Bureba. El conductor quiso matarla; cruzó los dos carriles y la embistió a drede. Luego se dió a la fuga. Aquel caso, también quedó archivado, a pesar de que los testigos describieron un Peugeot 205 color gris y a un individuo delgado al volante, –ni pudieron verle la cara ni apuntar la matrícula–. Cómo prueba, tan sólo los cristales rotos del faro izquierdo del vehículo que quedaron sobre el asfalto después de arrollar a la pobre mujer. Pero un año después, la investigación dio un giro inesperado, se encontró el Peugeot, era robado. Estaba a menos de un kilómetro del lugar del atropello, escondido en una especie de lonja medio abandonada. Los cristales recogidos de la carretera coincidían al milímetro con los que todavía colgaban del faro izquierdo del faro. Ya sólo faltaba encontrar al conductor. Agentes de Científica de Guardia Civil procesaron el vehículo y dentro encontraron un pelo humano. Había que ponerle nombre. Paralelamente, los investigadores de homicidios empezaron a interrogar a los vecinos del pueblo. La lógica indicaba que el conductor asesino era de la localidad. Y así se enteraron de que Ángel Ruiz –de 51 años–, soltero y pensionista, había tenido un fuerte encontronazo con la víctima. «Ángel cruzó con un tractor por encima de las tierras de Rosalía. Estaban cultivadas de girasol. Su hijo se lo reprochó y le dijo que pasara por el camino. Y como no le hizo mucho caso, fue a ver a la madre de Ángel para contárselo», relata un vecino del pueblo. Aquello indignó a Ángel, que decidió irrumpir sin permiso en casa de Rosalía. Llegó hasta la cocina y allí le gritó amenazante a la buena mujer: «¡Yo no tengo nada que perder, vosotros sí!». Rosalía denunció los hechos: amenazas y allanamiento de morada. Pero, ¿era aquel simple episodio suficiente para matar a la señora?

Buceando en la vida de este individuo, los investigadores se encontraron con que tenía aterrorizado al pueblo. Hace poco más de un año –a finales de 2012–, una simple gorra desató su ira. La había perdido y creyó que un vecino se la había encontrado. Se la pidió, pero Juan le explicó que era suya, que se la habían regalado y que no era la que él había perdido. Ángel, incrédulo, le agredió, le tiró al suelo y le reventó la boca a patadas. «La gorra es mía», le dijo antes de irse. No es la única agresión. Su madre tiene el tímpano roto por una paliza de su propio hijo y al padre –ya fallecido–, también le caneaba. Una vez le vieron sobre él, con la rodilla clavaba en los testículos dándole puñetazos en la cara.

Y llegó el resultado del pelo encontrado en el coche con el que se atropelló a Rosalía. Era de Ángel. Ya lo podían situar dentro del vehículo, pero ¿cuándo? La respuesta la ofreció el propio sospechoso durante la investigación: «Nunca jamás he estado dentro de ese vehículo». Fue detenido, pero para cuando la autoridad judicial decidió enviarlo a prisión, ya era sospechoso de la desaparición de un ciudadano búlgaro, amigo suyo, de 24 años. Dice un vecino de La Parte de la Bureba que «desde que el Angelito está en la cárcel ya no aparecen perros colgados de los árboles ni pajares quemados. Todo está mucho más tranquilo, aunque seguimos teniéndole miedo». El asesino tardará en regresar al pueblo, esta misma semana un jurado popular de Burgos lo ha declarado culpable del asesinato de Doña Rosalía. Quizá, eso haga que las lenguas se desaten entre sus vecinos y alguien dé alguna pista que le pueda vincular con el triple crimen de Burgos. Pero las alarmas ya están encendidas, un hombre vengativo capaz de matar por una discusión, de agredir a un vecino, hasta reventarle la boca por una simple gorra, ¿sería capaz de acuchillar de forma tan brutal a la familia Barrio? Ahora las sospechas se han centrado en él. Sobre todo después de que en uno de los registros, durante la investigación del asesinato de doña Rosalía, se encontraran en una de sus casas más de cien juegos de llaves que había robado a sus legítimos propietarios. ¿Pudo haber entrado así a casa de la familia Barrio de madrugada y sin forzar la puerta? Además, el tamaño de su pie –un 44– coincide con la huella encontrada en la puerta del hijo pequeño. Pero ¿por qué, según la Policía, incurrió en tantas contradicciones y mentiras Rodrigo, el único superviviente? Muchas preguntas para una investigación que vuelve a tomar impulso. Ojalá se encuentren las respuestas, porque las familias de Julia y Salvador están destrozadas.

Entre pistas e hipótesis

El jurado consideró esta semana al acusado Ángel Ruiz Pérez culpable de atropellar de forma intencionada y matar a Rosalía Martínez el 25 de agosto de 2011. En una imagen hay quien ha identificado al propio Ángel en la escena del crimen entre las mujeres vestidas de azul y blanco.

En el triple crimen de Burgos se barajaron cinco posibles móviles: que, por una posible deuda que pudiera tener alguien con los fallecidos, el deudor decidiera darles muerte (como refleja el documento en la imagen); por la envidia, dada la buena situación económica que tenía la familia; por robo, odio o venganza hacia los miembros de la familia por algún motivo difícil de detectar.

El detalle

El único superviviente: «Sólo quiero olvidar»

Las nuevas sospechas han devuelto al primer plano al único superviviente de la tragedia. «Lo único que quiero es olvidar», insiste el joven, que vive en Santiago de Compostela con su novia: «Ni pobrecito, ni desgraciado, ni el cabrón... ni nada. Lo único que quiero es vivir tranquilo».