Camboya
«Encerramos a los niños en casa con llave porque no tenemos quien los cuide»
Los trabajadores de las fábricas textiles de Camboya se ven obligados a abandonar a sus hijos para ir a trabajar en turnos de 12 horas por menos de 60 euros al mes
«Encerramos a los niños en casa con llave porque no tenemos quien los cuide». Este desgarrador testimonio es el de un centenar de familias que fueron expulsadas de Phnonm Penh y que cada día tienen que regresar a la capital de Camboya para obtener recursos para vivir. Los más afortunados, acuden a las fábricas de textil, pero el 70 por ciento sobrevive gracias al trabajo irregular. En la última semana se han producido dos accidentes en las fábricas, en las que han muerto tres personas y más de 30 resultaron heridas.
Camboya trata de resurgir tras unos años de guerra y genocidio que todavía no han podido olvidar. Varias generaciones perdidas por la brutal represión de los Jemeres Rojos, con más de dos millones de asesinatos selectivos, han dado paso a otras que no han podido cerrar sus heridas. En los últimos años, «el país ha logrado normalizarse de manera sorprendente», afirma Juan Pita, responsable de la Agencia Internacional de Cooperación (AECID) en Camboya. «Han logrado reducir a la mitad los índices de pobreza en el periodo 2007-2010, pero el índice de personas que viven por debajo de este umbral es altísimo. El país crece a un ritmo del 7 por ciento anual, una cifra que no ha logrado mejorar los datos, sino que los empeora, y los riesgos son altísimos», explica. Uno de los factores de crecimiento es la implantación de fábricas de calzado y de textil, sobre todo de países como China. Camboya es por detrás de India y Bangladesh el país con menor renta per cápita, donde el 70% de la población ingresa de 2 a 4 dólares al día y donde la mitad de la población es menor de 15 años. Los niños son los que más sufren esta realidad. Además del problema de la malnutrición, que aumenta a pesar del crecimiento del país, estos niños están hipotecando su futuro y tienen problemas de desarrollo en su personalidad.
Un ejemplo de esta realidad se produce a las afueras de Phnonm Penh, donde se han instalado un centenar de familias expulsadas de la capital por la voracidad de la industria de la construcción. Este colectivo vivía en la ribera de uno de los tres lagos que están siendo sido enterrados literalmente para levantar grandes edificios encima y, al no tener ningún documento de propiedad, han sido enviados a un suburbio de las afueras. De esta manera, se hace muy difícil su subsistencia. La mayoría de los padres viajan a diario a Phnonm Penh para obtener un sustento trabajando en la construcción, recogiendo basura y, los más afortunados, para ir a las fábricas de calzado.
Estos últimos se ven obligados a trabajar 12 horas diarias por poco menos de 60 euros al mes, gracias a un acuerdo reciente entre patronal y sindicatos, que puso fin a varias semanas de protestas, manifestaciones y huelgas que sirvió para aumentar el sueldo de los trabajadores un 23 por ciento hasta los 75 dólares (58,1 euros) mensuales.
Para solucionar el problema de estos niños el centro Salvation Centre Cambodia ha abierto una guardería. Creado en 1994 para escolarizar a niños con sida o con problemas con drogas, pero decidieron ampliar el abanico para evitar que les dejaran encerrados bajo llave y tuvieran accidentes. El objetivo de este centro financiado por la ONG española Intervida es lograr que los menores reciban la misma educación que la de los colegios públicos y cuando acaben primaria se puedan integrar con normalidad a estos centros y evitar así la estigmatización por su condición social. La educación es de doble dirección. Los niños aprenden valores, para prevenir enfermedades como el sida o evitar la explotación sexual y laboral; y a los padres se les explica la importancia de recibir una educación para poder progresar en el futuro.
Es el caso de Bruy Theungy que, a sus 70 años, dedica la mayor parte de su tiempo a cuidar a su nieta de 13 años en una casa de 10 metros cuadrados hecha de madera y sin agua corriente en la que conviven seis personas. La menor va a la escuela y quiere un futuro mejor que el que tienen sus padres: «preferiría vivir en la ciudad porque allí hay colegios y servicios médicos», indica Samai. Ella estudia para poder a sus padres, pero no lo tendrá fácil.
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