Una maravilla natural en retroceso
El glaciar, una especie en extinción
Nuestra generación es una de las últimas que podrá disfrutar de ellos en la Península Ibérica, por el aumento de las temperaturas y la escasez de nieve
El Trasllambrión es el último helero –una masa de hielo que se forma en las altas montañas por debajo de la zona de nieves perpetuas– de origen glaciar que queda en León. Un vestigio de otros tiempos. Cuando un manto helado, vivo, en movimiento, cubría buena parte de los Picos de Europa. El glaciar es una especie en extinción en nuestro país, que ya solo resiste como tal en el Pirineo aragonés y un modesto resquicio en el Pirineo catalán más occidental.
No queda ya glaciar alguno tampoco en toda la Cordillera cantábrica. Pese a que el helero del Trasllambrión ha resistido el julio más tórrido desde que hay registros. Como a duras penas también resiste el asturiano Jou Negro, ambos cara norte y a 2.400 de altitud. Pero un helero no es un glaciar, sino el vestigio de lo que un día fue una masa de hielo imponente, un río helado que se precipita mansamente ladera abajo. Imperceptible al ojo humano.
Peor lo lleva la madrileña Sierra de Guadarrama. De glaciares solo quedan los lechos de roca labrados a lo largo de milenios. Tampoco queda helero alguno. Si acaso un nevero en algún recodo de Peñalara, su cumbre principal. A 2.428 metros. Y eso que los hubo. Por eso una de sus cumbres fue bautizada como el Pico del Nevero.
Las cimas de Sierra Nevada superan esas cotas del cantábrico y la Sierra de Guadarrama en 1.000 metros. Pero aún peor les va más al sur. El último helero glaciar, el del Corral del Veleta, no llegó al siglo XXI. Resistía a 3.300 metros, en lo más recóndito del macizo. En una zona sombría. Se fue y con él desapareció el último hielo perpetuo de Granada, de toda Andalucía. A esas montañas acudían los neveros, un oficio tradicional durante siglos. Cargaban hielo de noche en sus mulas o caballos, en verano, de las partes más altas de la montaña, y lo comercializaban en la ciudad como refresco o para un uso terapéutico.
Más al sur, pero ya en África, reina el Toubkal, cumbre cimera del Atlas africano. Supera los 4.100 metros. La mitología griega afirma que Atlas era quien sostenía la bóveda Celeste. Hoy, ni por esas, en el Atlas no resiste ni un sombrío helero. Ni tan siquiera un nevero, nieve acumulada que resista todo el verano. En el Atlas hay estaciones de esquí. Aunque sean un caos, con un cuidado y mantenimiento que deja mucho que desear. Aún así de enero a marzo se abre una temporada breve que en los Pirineos se mantiene desde el Puente de la Purísima a Semana Santa. Y que en Marruecos puede ser toda una experiencia.
Donde sí sobreviven neveros, heleros y glaciares es en Pirineos. Aunque menguando aceleradamente. Languidecen. Una sombra de lo que fueron o de lo que vio y pisó el Conde Russell cuando hoyó la cima del Vignemale, en la vertiente francesa. Norte. Russell enloqueció con su montaña. Y la convirtió en su refugio, su guarida. Era 1861 cuando se subió por primera vez a la cima de la que sería su montaña. Suya porque la compró, dispuesto a vivir para siempre en ella. Para ese cometido decidió excavar una gruta debajo de la cima. A golpe de pico y dinamita. Al final serían siete. La cuestión es que hoy para alcanzar la cueva hay que escalar 10 metros. No es solo el movimiento de uno de los glaciares más impresionantes del Pirineo. Es también producto de cómo se ha reducido el espesor de ese glaciar. Si en el siglo XIX se accedía con un brinco ahora hay que escalar una pared para adentrarse en la cueva buscando cobijo. O para pernoctar en ella como si de un refugio libre de alta montaña se tratara. Russell se enamoró a tal punto de su montaña que planeó vivir para siempre en su seno. La más grande de sus grutas fue bautizada como Villa Russell.
En el Pirineo de Navarra no queda ninguno. En el de Cataluña, algo en la vertiente Occidental. El modesto glaciar rocoso del Besiberri, a casi 3.000 metros de altitud. Pero por su orientación, con menor erosión que sus glaciares vecinos del Pirineo aragonés. Aunque en sentido estricto no es un glaciar propiamente dicho si no un glaciar negro: derrubios y hielo que siguen fluyendo hacia abajo por su propio peso.
En Aragón es donde están la mayoría, verdaderos glaciares aquejados de mala salud. En fase terminal como tales. Pero siguen ahí, resistiendo los albores del tiempo. Los del Aneto y el Monte Perdido son sus máximos exponentes. No es casualidad, son las dos cumbres más altas. En las laderas orientadas al norte siguen sobreviviendo contra viento (menos precipitaciones) y marea (aumento de temperaturas).
Las cuentas oficiales cifran en 19 los glaciares del Pirineo. En realidad, a lo sumo, son una decena porque el resto son más bien grandes heleros. Esto es, masas de hielo que han perdido el movimiento. Porque la aportación anual de nieve es inferior a su erosión. De hecho, solo hay única lengua glaciar. La de la vertiente francesa del Glaciar de Ousseau (Vignemale) que no llega a 50 hectáreas. Y cada año algo menos. Retrocede su extensión sin cesar mientras su espesor pierde decenas de metros. Con lo que ese hielo milenario se evapora. Se funde el legado del cuaternario, de la última edad de hielo.
Somos de las últimas generaciones que podrán gozar de ese espectáculo ancestral en la Península Ibérica. A lo sumo les pueden quedar 25 años de vida al paso que vamos. Con una belleza que se marchita. Y no se puede decir lenta e inexorablemente. Solo esto último. No es un fenómeno local. Es global. Los imponentes glaciares de los Alpes van cediendo terreno.
Dos factores son determinantes. El aumento de las temperaturas y unas nevadas en mínimos históricos también. Y encima de lo que antes era nieve hoy es a menudo lluvia por encima de los 3.000 metros. Incluso de los 4.000 metros en los Alpes. Ya no es extraordinario que llueva a esa altura. El glaciar vive del frío y de la nieve. Y ambos son requisitos ya tan escasos que solo logran paliar en parte un retroceso glaciar que da buena cuenta del calentamiento global y de sus consecuencias.
Pánico glaciar
La temporada 2022 escenificó como nunca la merma y degradación de los glaciares por el cambio climático. El calor sofocante, la falta de nieve y las lluvias a 4.000 metros forzaron el cierre del esquí de verano en glaciares.
Los suizos, en particular, están muy preocupados por su futuro. Tanto, que llevan años tomando medidas drásticas para evitar que sigan perdiendo superficie y espesor. Entre otras medidas, han optado por proteger la parte más expuesta de los glaciares con inmensas lonas blancas para mantener el frío y evitar la exposición solar. Hasta el punto de cubrir 120.000 metros cuadrados del glaciar Presena, al norte de Italia. Los pioneros fueron los pueblos suizos alrededor del Glaciar Ródano que es un gran atractivo turístico de la zona. Alarmados por su deterioro lo cubrieron con mantas térmicas.
No todo son malas noticias. Pese a todo se mantienen vivos los glaciares y los deportes de invierno en pleno verano. El acceso al glaciar de Zermatt, desde Italia, se puso este año en marcha el 24 de junio. Sigue haciendo mucho calor. Pero la primavera fue generosa en nieve. Y va a seguir abierto con toda la atención puesta en descenso de la Copa del Mundo prevista para inicios de noviembre, que se va a disputar en un paraje de la frontera entre Suiza e Italia.
El glaciar Plateau Rosa italiano abrió con 25 kilómetroa de pista esquiables para gozo de los 1.600 esquiadores que acudieron ya el primer día de apertura. Nada que ver con la temporada de verano de 2022, cuando una tras otra cerraron a mediados de julio todas las estaciones de esquí en todos los glaciares alpinos. Excepto uno en Austria, el Glaciar Hintertux. En el Tirol. Ahí se sigue esquiando todo el año. Por ahora.
Esquiar en verano en los glaciares alpinos
Para los fanáticos del esquí la temporada sigue en verano en los glaciares de los Alpes. También para los deportistas que compiten. No pueden colgar los esquís seis meses si quieren mantener un óptimo nivel de forma para competir. Las estaciones de esquí más populares de los Alpes ofrecen la posibilidad de esquiar en julio e incluso bien entrado agosto gracias a unos glaciares que permiten seguir esquiando sin interrupción.
Es tal la cantidad de nieve y la longitud de los glaciares alpinos que algunas estaciones ofrecen la posibilidad de aprovechar su superficie para esquiar. En las cotas altas. Francia, Suiza y Austria tienen multioferta. Mientras en Italia suele haber un solo destino, justo en la frontera con Suiza, al amparo del mítico Cervino.
El glaciar de La Lauze (Les 2 Alpes - Francia) es el glaciar con más superficie esquiable de Europa. Ofrece 20 kilómetros de pistas. Este año ha abierto sus pistas entre los 3.600 metros y los 3.200. Abrió el 2 de mayo y cerró a finales de julio. También para no castigar en exceso un glaciar que como todos sus parientes europeos sufrió lo indecible en 2022.
Pero hay en Suiza glaciares que se mantienen abiertos todo el verano y que no cierran hasta primavera. Es el caso de Saas Fe. Luego está Zermatt, a los pies del Matterhorn-Cervino, y su glaciar Theodul con un dominio esquiable, en verano, entre los 3.899 metros y 2.921. Un paraíso que en la cota superior ofrece condiciones de invierno. No es raro disfrutar de nieve fresca a esa altitud.
También está Noruega. Un complemento ideal a la temporada convencional. Pues abren en Semana Santa. Con algunas diferencias. Pistas más cortas, menos kilómetros esquiables. Y una notable peculiaridad. Sólo abren en primavera y verano, como también ocurre con el glaciar italiano de Passo Stelvio. En invierno la nieve lo colapsa todo, tal es el manto helado que cubre la zona que no se puede acceder. Frente a la altitud y la oferta alpina, las estaciones noruegas destacan por la cantidad y calidad de la nieve, un paraíso blanco.
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