Salud

Implantes de electrodos en el cerebro para sentir deseos de comer

La Razón
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Un grupo de médicos del hospital John Radcliffe de Oxford ha iniciado un tratamiento experimental con el que tratan de combatir la anorexia nerviosa de una ciudadana británica mediante estimulación cerebral profunda. Esta técnica, probada en otras enfermedades, como el párkinson, consiste en la implantación de electrodos en el cerebro que, potenciados por un neuroestimulador, inciden en las áreas encargadas de producir recompensas frente a estímulos externos. Con esta terapia pretenden aumentar artificialmente la actividad neurológica del núcleo accumbens, una zona situada en la parte central del cerebro que desarrolla una actividad menor en el caso de los pacientes anoréxicos, y consecuentemente crear una sensación de placer ante la presencia de alimento. «Lo que tratamos de hacer es volver a cablear el cerebro para que comer se convierta en una experiencia agradable; la comida es un objeto doloroso para los anoréxicos y su parte del cerebro que hace que disfruten al comer no funciona de la misma manera», señala Tipu Aziz, neurocirujano del centro. Aziz se muestra cauto respecto a la eficacia del tratamiento y clasifica la iniciativa como «una opción que sólo será usada en aquellas personas en las que hayan fracasado otros tipos de tratamiento», ya que al tratarse de una operación de alto nivel invasivo, debe entenderse como «un último recurso debido a los riesgos potenciales que acarrea cualquier intervención quirúrgica en el cerebro».

La apuesta realizada por los médicos del John Radcliffe cuenta con un importante aval, y es que un grupo de investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidad de California en San Diego han publicado recientemente un estudio sobre el funcionamiento cerebral con el que han demostrado la naturaleza neurológica de la anorexia a partir de las diferencias neuronales entre personas sanas y enfermos de anorexia. Para su experimento contaron con un total de 40 mujeres, 17 de ellas totalmente ajenas a la enfermedad y otras 23 que habían sufrido anorexia nerviosa. Estudiaron la muestra tras someterla a dos situaciones totalmente opuestas: después de mantenerse en ayunas durante 16 horas y tras haber realizado una comida habitual. Compararon la actividad cerebral de ambos segmentos y observaron que el sistema de recompensa de las mujeres sanas se mostraba muy activo justo después de haber comido, todo lo contrario que sus compañeras de estudio. Asimismo, otra de las conclusiones extraídas del experimento desveló la hiperactividad del lóbulo frontal, zona encargada de las tareas de autocontrol, de las mujeres que habían padecido el trastorno alimentario, lo que añade un nuevo factor al desorden cerebral de la patología.

No obstante, la estimulación cerebral profunda, aunque parece aventurar grandes resultados, también esconde varios inconvenientes. Una de las principales inquietudes que despierta es la necesidad de un consentimiento previo por parte del paciente, una cuestión obvia a priori pero que puede complicarse en aquellos supuestos en los que el sujeto no acepta ser tratado debido a la concepción que tiene de sí mismo como una persona sana y libre de cualquier patología. Además, la capacidad de regular la cantidad de estímulos recae sobre el propio paciente, un hecho que puede provocar el abandono del tratamiento o, en el caso contrario, derivar en un uso excesivo en busca del placer y del deseo artificial, lo que alteraría el comportamiento natural del paciente.

El detalle

Distintas perspectivas

Neil Levy, experto en neuroética y trastornos, achaca el origen de patologías como la anorexia a un exceso de autocontrol por parte de quien la sufre, lo que saca a relucir el aspecto más social de una enfermedad que tradicionalmente se ha tratado desde la psicología. Sin embargo, los recientes estudios científicos publicados están sacando a relucir la dimensión neurológica de la anorexia y la bulimia.