Delincuencia
La banda de la Alcantarilla: «Si tocas la alarma te pego un balazo»
Mañana comienza el juicio de los «Robin Hood de Vallecas». Robaban bancos a través de las alcantarillas.
Inés llegó al banco puntual, como todos los días, a las ocho de la mañana. Al abrir la puerta le golpeó en la nariz el mal olor a alcantarilla. Llevaban días notándolo, pero esa mañana se había intensificado. Una hora después entró la directora de la sucursal. «Este olor es insoportable. Tenemos que dar parte para que vengan a arreglarlo», comentó a las empleadas con cara de desagrado. A pesar de la pestilencia, la jornada transcurría normal y los clientes hacían cola para cobrar sus pensiones. Poco antes de las dos de la tarde, Inés bajó al sótano, donde tienen el archivo de documentos protegido por dos cerrojos de seguridad. «Saqué la llave y cuando fui a abrir la puerta, giré la cabeza y allí estaba. Un hombre con una pistola en la mano se acercó y me puso el cañón del arma en la frente». Inés gritó despavorida. El hombre reaccionó instintivamente tapándole la boca con una mano. «Me sujetó fuerte y me dijo: “¡Tranquila! No te voy a hacer daño. Ahora te quiero agachada junto a la escalera. No te muevas”. Entonces, vi a dos encapuchados más con pistolas».
El grito había alertado a Marta, una compañera de Inés, que fue al sótano a ver qué había ocurrido. Desde arriba pudo ver a los atracadores armados y a Inés retenida. Todos corrieron; Marta hasta el despacho de la directora para avisarla; los atracadores, detrás de ella para que no activase la alarma. Al llegar a la planta baja, los asaltantes, blandiendo sus pistolas delante de los clientes empezaron a anunciar a gritos que aquello era un atraco. A Inés la subió el atracador junto al resto. «¡Todos a la esquina del despacho del fondo! Al que se quede quieto le pegamos un tiro», advirtieron. «Y quiero ver todos los teléfonos móviles sobre la mesa. ¡Todos!». Los clientes, diez, y empleados, cinco, obedecieron como un rebaño. Uno, sin embargo, se quedó anclado donde estaba. «¡Tú! ¡Hijo de puta, muévete ya!», le gritó uno de los asaltantes con la pistola apuntándolo. «Me quiero ir. Yo aquí no me quedo», anunció el cliente nervioso. «Obedece o te meto un balazo». El hombre no se achantó: «Mátame si quieres, el médico me ha dicho que sólo me quedan dos meses de vida». Lo convencieron a golpes.
Con la situación interior aparentemente controlada, los atracadores obligaron a una de las empleadas a que activara la apertura retardada de la caja fuerte. Mientras esperaban, los atracadores, orgullosos, comenzaron a fanfarronear delante de la directora: «Tú nos conoces». «¿Yo os conozco?», preguntó ella. «Somos los que hemos atracado la entidad de enfrente. Hoy has aparcado mal el coche. El Alfa Romeo lo has dejado tirado en un vado». La directora se movió inquieta, la habían estado vigilando. Movió la mano. Los asaltantes interpretaron mal el gesto. «¡¡¿Has pulsado la alarma?!! ¿No habrás pulsado?», preguntaron. «Os juro que no. No he pulsado nada». «Si tocas la alarma, te pego un balazo».
Los minutos pasaban lentos. Algún teléfono móvil sonaba hasta agotar los tonos. Al subdirector le obligaron a cogerlo y responder como si nada estuviera ocurriendo. «Estad tranquilos. No os vamos a hacer daño ni os vamos a quitar nada. Atracamos por culpa de la crisis. Lo entendéis, ¿no?». Los clientes asintieron con la cabeza.
Pasada media hora se abrieron los retardos de la caja fuerte. Uno de los asaltantes abrió una mochila y empezó a meter dentro todos los fajos de billetes. También las monedas de uno y dos euros. Luego desvalijaron los dos cajeros automáticos de la entidad. «Cuando se apoderaron de todo el dinero, hicieron recuento de todo el material que llevaban y antes de huir en dirección al sótano, uno de ellos se acercó a mí y me dijo: «Dile a la Policía que soy el Robin Hood moderno de los atracadores. Y decidle a Gallardón que venga a arreglar este agujero», en referencia al butrón por el que habían entrado, relató la directora. Se llevaron 68.642 euros. Fue el último golpe de la banda de la alcantarilla. La Policía los estaba esperando.
Un soplo a la Brigada de Información de la Jefatura Superior había orientado hacía días a los investigadores hacia los supuestos autores. Agentes de paisano establecieron una vigilancia discreta sobre los sospechosos, todos con numerosos antecedentes policiales por robo. A pesar de que fueron tras sus pasos durante semanas, los investigadores pasaron desapercibidos como las sombras estaban allí, pero no llamaban la atención. El 23 de agosto de 2013 se produce un hecho insólito que dispara todas las alarmas. Los sospechosos aparcan una furgoneta blanca en la calle Mirasierra. Los agentes los imitan y se colocan dos coches más atrás. Nadie se baja de la furgoneta. Los investigadores esperan y por si acaso encienden una cámara que minutos después graba extraños tejemanejes. Cuatro hombres construyen una especie de caseta con trozos de poliespan blanco de gran tamaño alrededor de una alcantarilla y junto a la furgoneta que han estacionado. Buscan que ningún viandante pueda ver qué hacen. Aún así los agentes de paisano detectan cómo levantan la tapa de la alcantarilla y varias personas se cuelan dentro. Uno se queda fuera. Coloca la tapa y desmonta la caseta. Horas después vuelve a repetir el mismo proceso. Uno monta la estructura para que tres personas salgan de la alcantarilla sin ser descubiertos.
La rutina se repitió durante varios días seguidos. Los «topos» preparaban un butrón para acceder al sótano de algún banco de la zona. El 26 de agostode 2013, mientras que varios de los sospechosos están en el subsuelo de la zona de la calle Mirasierra, salta un aviso de atraco en una sucursal bancaria, en la que trabaja Inés. Minutos después salen apresuradamente de la alcantarilla y los policías caen sobre ellos. Llevan encima los 68.642 euros robados, todo el material y las armas. Los modernos Robin Hood cazados in fraganti. Este lunes los miembros de la banda se sientan en el banquillo. Se les acusa de detención ilegal, robo con violencia, tenencia ilícita y uso de armas y lesiones. Se enfrentan a quince años de cárcel.
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