Abusos a menores
La pesadilla que duró siete años
"Al principio era un secreto entre nosotros. Yo tendría 7 años. Me obligaba a restregarme y me besaba la boca pero no lo veía raro. Empecé a darme cuenta después, en una charla sobre abusos a menores en el colegio..."
"Al principio era un secreto entre nosotros. Yo tendría 7 años. Me obligaba a restregarme y me besaba la boca pero no lo veía raro. Empecé a darme cuenta después, en una charla sobre abusos a menores en el colegio..."
Ella creía que era su padre. Comenzó a abusar de ella siendo tan pequeña que su mente nunca clasificó esas experiencias como algo negativo y, simplemente, lo incorporó a su vida como una rutina más. Algo que no le apetecía hacer, como recoger la habitación, como lavarse los dientes. Franco Israel Álvarez nunca empleó la violencia con ella; no le hizo falta. Primero se lo pintó como un juego infantil –unas simples «cosquillitas»– pero, a medida que pasaban los años y la niña iba mostrando su incomodidad, comenzaron las amenazas y las coacciones. Por supuesto, estaba totalmente prohibido abrir la boca. Y desgraciadamente ésta fue la lección mejor aprendida por la niña. No habló de su infierno con nadie porque estaba convencida de que no la creerían, incluso que ella tenía la culpa. Así ha vivido Zaira (nombre ficticio) más de la mitad de su vida hasta que una amiga de su madre consiguió sonsacarle a duras penas su secreto, una losa con la que cargaba en silencio desde que tenía sólo 7 años. La confesión de la menor se produjo hace un año, cuando ya tenía 14, hablando con esta amiga íntima de su madre, llamada María José. En un momento de la conversación, salió el nombre de Franco Israel y Zaira cambió por completo su actitud. Pasó de «estar relajada, desinhibida» a mostrarse «nerviosa, tensa y cortada», según declaró posteriormente esta mujer ante el magistrado del Juzgado de Instrucción número 1 de Leganés –que ha instruido esta causa–, Javier Abella López. «Pero ¿qué te pasa con él? ¿por qué os lleváis tan mal?», le preguntó esa tarde la mujer. La adolescente se bloqueó y guardó silencio. María José asegura que entonces se «temió lo peor» y por eso insistió hasta que la chica le dijo que su madre «no sabía lo que pasaba cuando se quedaba a solas con Franco». «¿Te pega?», sospechó entonces la mujer. «No, peor que eso», contestó la menor.
Con delicadeza, María José logró arrancar la confesión de la pequeña y descubrió entonces que la pareja de su amiga y, a la postre, el padrastro de la chiquilla, le pedía que le hiciera «cosquillitas». Durante un buen rato, la niña no salió de ahí hasta que la tensión pudo con ella y, finalmente, rompió a llorar. El uruguayo de ahora 38 años la obligaba a masturbarle, a practicarle felaciones y a mantener sexo completo desde que Zaira contaba sólo con siete años, aunque fue desde los 11 cuando las agresiones se convirtieron en algo frecuente, «más de una vez a la semana», según explicaría a posteriori la menor. Estas agresiones semanales se producían en la casa de Navalcarnero, segundo hogar de esta familia, que primero se asentó en Villanueva de Perales y finalmente en Leganés, donde se denunciaron los hechos.
La triste historia comienza hace doce años, un mal día en el que la madre de Zaira decide iniciar una relación sentimental con Franco. La mujer tenía sólo 21 años y aportaba a la pareja una hija pequeña, fruto de una relación anterior. Él, tenía 25. Zaira apenas contaba con dos añitos cuando comenzó la relación por lo que, desde que tiene uso de razón, ha visto a este individuo en su casa y nadie le hizo saber que no era su padre. Poco después, la pareja tuvo otras dos hijas –de 12 y 5 años ahora– y formaron una familia aparentemente normal, a excepción de la falta de trabajo del uruguayo; motivada, en parte, por su estancia en situación irregular en España los últimos 9 años. Esa falta de trabajo unido a los horarios de su madre (trabaja 12 horas diarias de cocinera), facilitó que Franco pasara «demasiado» tiempo a solas con la pequeña Zaira. Empleo no consiguió hasta poco antes de ser detenido (explicó que hacía labores de ayudante de cocina), pero Franco sí sacó tiempo y maña para animarse a perpetrar algún robo con fuerza. Así, le constan cinco reseñas por este motivo e infracciones a la Ley de Extranjería. Pero ha sido la sexta detención, y por un motivo bien distinto, por lo que Franco no ha vuelto a pisar la calle. Ocurrió una semana después de esta confesión de Zaira a la amiga de su madre. Madre e hija se presentaron en la comisaría de Leganés y se activó el protocolo establecido para este tipo de casos. La menor fue trasladada al Hospital Severo Ochoa de la localidad para someterla a un reconocimiento médico. Sin embargo, como la niña refirió que la última agresión había ocurrido un mes atrás, no recogieron las muestras pertinentes que hubieran podido demostrar la presencia de ADN del hombre en la menor. Zaira inició el tratamiento que marca el protocolo de abuso infantil y, tras el informe médico y su testimonio en comisaría, la Policía Nacional procedió al arresto de Franco Israel Álvarez Sosa. Él ya había acudido a las dependencias policiales y reconoció haber abusado de la menor aunque «sólo» desde hace dos años y no desde los siete, como asegura la niña. Una vez le fue asignado un abogado de oficio, el sospechoso dijo que «creía» que tenía un «problema mental» y que está «dispuesto a someterse a un tratamiento psiquiátrico»; es más, que le «gustaría». Tras pasar a disposición judicial, el juez instructor acordó su entrada en prisión provisional. Ingresó en la cárcel de Soto del Real por un delito continuado de abusos sexuales a menor de 16 años, pero después fue trasladado al centro penitenciario Madrid III de Valdemoro, donde se encuentra a la espera del señalamiento del juicio oral en la Audiencia Provincial de Madrid.
El testimonio de la menor ante el instructor de la causa es demoledor por el relato en sí mismo y porque reconoció haber vivido siempre con el temor a que su padre hiciera lo mismo con sus hermanas pequeñas. «Era habitual restregarme, ponerme encima de él o yo debajo. Me besaba la boca pero entonces yo no lo veía raro. Empecé a darme cuenta poco después de una charla en el colegio sobre abusos a menores». La joven, que califica a su agresor de un tipo «muy listo» recuerda que, si los abusos tenían lugar en el baño, el ahora encausado «siempre ponía algo en la puerta para atrancarla o se apoyaba para que no pudieran abrirla desde fuera» sus hermanas. Después de las agresiones, la niña sentía «asco y repugnancia». Solía «lavarse» y era «frecuente» que vomitara. Zaira recuerda una ocasión en la que Franco ganó 20 euros en una casa de apuestas y se los ofreció a Zaira a cambio de una felación. El silencio continuado de la niña degeneró en un sentimiento de culpa y vergüenza, según describieron posteriormente los forenses del juzgado que valoraron su estado. De hecho, le diagnosticaron TDA con 8 años y repitió dos cursos, probablemente por la pesadilla que vivía en casa. Los expertos le han pautado un tratamiento psicológico durante dos años y han detectado en Zaira (que tuvo conocimiento de que Franco no era realmente su padre tras denunciar estos hechos) un «estado de hipervigilancia que expresa en términos de temor porque el denunciado pudiera aparecer en su cama, como sucedía con frecuencia».
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