Sucesos
«Los asesinos de mi hijo han sido absueltos por la Justicia»
Tres años han pasado desde que Alberto y su amigo Pablo fueran hallados muertos tras ser intoxicados con estramonio
Ángel llega a la cita caminando rápido, decidido. Lleva un portafolios trasparente de color rosa debajo del brazo. Lo sujeta con fuerza. Sonríe educado, aunque se nota que es un gesto forzado. Estrecha la mano con firmeza y seguridad. Sus ojos, detrás de las gafas, desprenden una profunda tristeza, tanta que parece que siempre están al borde de romper a llorar. Nos sentamos cara a cara en un bar cercano a su casa. No me atrevo ni a preguntarle cómo está. Su cuerpo encorvado y las arrugas de su boca, cómodas en la melancolía, hablan por sí solos. «Mi mujer y yo estamos destrozados», dice de forma espontánea. Cuenta que a la muerte de Alberto, con 18 años, ahora se le suma la absolución de los acusados: «Cuando un toro está herido de muerte, si le das la puntilla, lo rematas. Para nosotros la puntilla ha sido que un magistrado ha dejado libres a esas alimañas que acabaron con la vida de mi hijo».
Tres largos años han pasado desde que Alberto y su amigo Pablo fueron encontrados muertos. Según los hechos probados de la sentencia, tras asistir a una fiesta rave en el Monasterio de Perales, Madrid, «gravemente intoxicados, con delirios y alucinaciones» fallecieron por hipertermia y por la intoxicación por estramonio y alcohol.
«La última vez que veo a mi hijo fue el 20 de agosto de 2011. Estaba durmiendo la siesta. Cuando se despertó le llamó su amigo Pablo. Quedaron para tomar algo. Le acompañé a la puerta y estuvimos fumando un pitillo juntos los dos. Lo último que me dijo, su última frase fue: ‘‘Papá déjame algo de dinero’’. Le di diez euros». Ángel se calla y baja la cabeza. El silencio es espeso. Me pregunto si su reflexión tiene que ver con la intrascendencia de aquellas últimas palabras. Todos deberíamos tener el derecho a despedirnos, a no dejar que un ser amado se vaya sin repetirle una y otra vez cuanto lo queremos. «Mi hijo era un ser humano excepcional, cariñoso, honesto, colaborador. Lo dice hasta una profesora suya en esta carta», rompe Ángel a hablar de nuevo y señala la misiva sobre la mesa. Se emociona. Le tiembla la voz. Respira hondo una y otra vez, buscando algo de sosiego. Da la sensación de que si estuviera solo lloraría desconsolado. Reconoce que el día en que su hijo murió, afloró en la boca de su estómago un vacío y un dolor que muchas veces lo dobla por la mitad y se le irradia a todas las extremidades. Esta vez, trata de mantenerse erguido y continúa con su relato: «Siempre que salía nos ponía un mensaje de que había llegado bien y si se retrasaba también avisaba. Cuando me levanto el día 21, veo que no está en la cama y que no me ha mandado ningún mensaje, ya me empecé a poner un poquitín nervioso. Se lo dije a mi mujer: ‘‘Ana, que Alberto no ha venido y no me ha escrito. A mí esto no me gusta’’. Decidimos esperar un poquitín, pero pasaban las horas, yo le llamaba al móvil, daba señal, pero no cogía. Nos pusimos muy nerviosos. Aquello no nos gustaba un pelo. Así que nos fuimos a la comisaría de Ventas a poner una denuncia».
La falta de respuestas, la inquietud y la incapacidad de esperar con una mano sobre otra, les hizo ir a buscarlos por su cuenta. Dos chicas llevaron a la madre de Pablo, el otro chico desaparecido, a Ángel y a su mujer, a la zona donde se había celebrado la fiesta. «Fuimos incapaces de encontrar el sitio de la rave. Pasamos horas buscándolo. Al final, desesperamos desistimos. En el regreso nos topamos con un coche de la Policía Nacional. Les dijimos que estábamos buscando a dos chicos que no habían a aparecido». Les pidieron que esperasen allí. Poco después les comunicaron que los habían encontrado, pero muertos.
Con el paso de los días, Ángel y su mujer fueron enterándose de todo. Para ellos estaba claro. Iván y Cristina, detenidos por la Policía y puestos en libertad por el juez a la espera de juicio, eran los culpables de la muerte de Alberto. Fueron ellos los que llevaron a la fiesta el estramonio disuelto en una botella de agua y se lo dieron a beber a su víctimas sin advertirles del riesgo ni del contenido: «Estos chicos los intoxicaron de forma deliberada. Sabían las consecuencias del estramonio. Iván lo había probado. Se meó y se cagó encima en una plaza de Madrid, y luego estuvo unos cuantos días muy mal hasta que se recuperó. Sabía que era una sustancia tóxica. Él lo probó en una pequeña cantidad, pero, según se vio en el juicio, puso mucha más en la botella de agua que dieron a mi hijo».
Y llegó el juicio. Tenían todas las esperanzas depositadas en aquel acto formal. Se verían la pruebas y en la cabeza de Ángel y de su mujer, Ana, sólo cabía una opción: a la cárcel. Reconoce que la entrada en prisión de los acusados, aunque hubiera sido por un espacio breve de tiempo, les habría aportado algo de sosiego a los dos, pero no, absolución. Las lágrimas arreciaron. «Estamos destrozados todos, mi otro hijo, mi madre, mi hermana. Quizá mi mujer sea más fuerte que yo, pero estamos destrozados», repite una y otra vez. Resopla, tartamudeada y se le quiebra la voz. «Nuestro hijo era lo máximo para nosotros, y que te lo asesinen», el llanto sale de su garganta mezclado con las palabras. «Son alimañas, No son personas. Me gustaría saber porqué les han absuelto. El estramonio mató a mi hijo y a su amigo. Cualquiera que sepa un mínimo de derecho los habría condenado. Estoy muy dolido con la justicia. Hay jueces imparciales, no lo dudo, pero el que ha dictado la sentencia... ¿Qué quieres que te diga de él?».
Han recurrido el fallo, pero tienen pocas esperanzas de encontrar consuelo en la Justicia. ¿Encontrarán paz y sosiego algún día? «Me levanto y me acuesto pensando en él. Mi mujer también. Los dos lo echamos tanto de menos. Pierdes la ilusión, pierdes las ganas, lo pierdes todo. ¡Y con esta sentencia!», la educación le impide decir palabras malsonantes que ahoga en la garganta. «Mi madre tenía una cartilla para ellos para que estudiaran y los ahorros de Pablo me los he tenido que gastar en su nicho. ¿Qué ilusión vamos a tener? Si leen la entrevista estos delincuentes, que sepan que han segado la vida de dos jóvenes y han destrozado a dos familias. Al absolverlos a ellos nos han condenado a nosotros a cadena perpetua».
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