Opinión

Malvivir del arte

Los actores y actrices, ya sean excelentes o solo correctos, son trabajadores como todos

En shock por Paloma PEDRERO
Paloma Pedrerolarazon

Nuestro gran Emilio Gutiérrez Caba, ahora presidente de la Fundación AISGE, entidad que gestiona, dando enorme importancia al carácter social, los derechos de imagen de actores, bailarines, directores de escena… presentó hace unos días los resultados de un informe sobre las condiciones de vida de estos artistas que nos hacen disfrutar de películas, series, documentales, espectáculos…

Tomen nota: se estima que en España hay unos 8.500 profesionales que trabajan en los sectores audiovisuales. Pues bien, solo un 9 por ciento de ellos, tiene unos ingresos anuales que oscilan entre los 18 y los 30 mil euros. La mitad de nuestros intérpretes gana con la actuación unos 3.000 euros al año. Y el 44 por ciento de la profesión se sitúa por debajo del llamado umbral de la pobreza. Demoledor.

Todos tenemos la imagen de las alfombras rojas, del glamour de la vestimenta, casi siempre prestada por firmas; o de las sonrisas infinitas que regalan nuestras actrices y actores a su público. Porque los intérpretes son sobre todo seres que desean comunicarse con los demás a través de la expresión de todos sus sentidos. Y para hacerse visibles tienen que ir a eventos, festivales, estrenos y demás actos, no todos entrañables.

A menudo hay que fingir en estos lugares en los que te preguntan qué estás haciendo, para cuándo tu próximo proyecto, qué pasó con aquello que me contaste y que nunca se supo. Hay que hacer el paripé, besar y abrazar a los colegas con ímpetu amoroso, arrimarte a aquellos que pueden darte un papelito… Y al día siguiente el teléfono seguirá tan callado como el mudito de Blancanieves.

No es justo ni merecido, no lo es. Los actores y actrices, ya sean excelentes o solo correctos, son trabajadores como todos que, además, viven para maravillar a los otros. ¿Recuerdan la pandemia? Este mal vivir que sufren solo demuestra la miseria moral de una sociedad cuyos poderes no valoran el empeño humanista de sus gentes.