Sociedad
María del Mar no puede entrar en la casa que le han asignado porque está okupada
La desgracia de María del Mar: vive en 35m2 con su pareja, cuatro hijos y dos nietos. Lleva diez años esperando una casa digna.. Tras publicarse su caso en LA RAZÓN, el Ivima revisó su situación y le adjudicó una vivienda social, pero cuando se trasladó a su nueva casa se encontró a una pareja de 22 años con tres hijos.
Tras publicarse su caso en LA RAZÓN, el Ivima revisó su situación y le adjudicó una vivienda social, pero cuando se trasladó a su nueva casa se encontró a una pareja de 22 años con tres hijos
Aaron, de 13 años, no se despega de su balón. ¿Te gustaría convertirte en Cristiano Ronaldo? Él sonríe, pero lo niega: «No, lo que quiero es ser arquitecto para poder construirle una casa a mi madre». El pequeño vive con su madre, María del Mar Martínez, y con siete familiares más en una casa de 35 metros cuadrados, como ya publicó LA RAZÓN. Mari, como la gusta que la llamen, tiene 44 años, vive con cuatro de sus cinco hijos (Aaron, de 13 años, Johnny, de 15, María, de 17, y Gema, de 24), sus dos nietos (Jesús, de 6, y Lucía, de 2, ambos hijos de su hija mayor) y su pareja, Enrique.
En su casa, cada mes entran menos de 500 euros. «Y con eso nos tenemos que apañar». 400 ya se van para el alquiler del «miniapartamento» en el que viven todos juntos. Pero hace dos semanas, tras la publicación de su caso en este diario, Mari recibió la llamada de su trabajadora social: «Isabel me dijo que habían revisado mi caso, tenía una copia del reportaje, y que me habían encontrado una casa de 70m2 con tres habitaciones. No me lo podía creer», recuerda. Ella vive en el madrileño barrio de Entrevías, pero la casa que le ofrecía el Ivima (Instituto de la Vivienda de Madrid) está a unos 20 minutos en coche, en Mejorada del Campo. A Mari le daba igual, sólo quería un hogar decente, en el que no tuviera que colocar el tendedero en una de las habitaciones donde los niños hacen los deberes encima de la cama. Hace dos domingos consiguieron que una amiga de su hija mayor les llevara en coche a ver su futura casa. Tenían que buscar el bajo del portal 6 o el del 1. Querían saber cómo iba a ser su nuevo barrio.
Al llegar a las viviendas de protección oficial que se encuentran a las afueras del municipio preguntan a los vecinos por su casa. «No puede ser aquí, le dicen, están todas ocupadas, y los bajos también». Hace dos meses que la casa que le han adjudicado a Mari y a su familia está okupada. En ella vive una pareja joven y sus tres hijos. Sabían que estaba vacía y que la habían reformado hace un tiempo y, tras forzar los barrotes, se apropiaron de ella. La joven justo hoy cumple 22 años y tampoco tiene dónde vivir. «En cuanto entramos llamé inmediatamente a la Policía para avisar de que estábamos aquí dentro. Y ellos se lo dijeron al Ivima», cuenta. Según relatan ella y su pareja, la casa ha estado seis años desocupada. Anteriormente estaba adjudicada a su tía que, al entrar en prisión, la dejó. Fue cuando el Ivima decidió tapiarla con una pared de ladrillo, pero se la había vuelto a adjudicar a otra persona, «a un señor con una discapacidad», cuenta. Fue por eso que la rehabilitaron y la adaptaron para él. «Pero la rechazó, así que cuando nos nos enteramos, vinimos nosotros». Mari entra en la conversación: «Yo no quiero que te vayas, tu tienes la misma necesidad que yo, pero lo que no entiendo es cómo me adjudican a mí una casa que está okupada». Ella le insiste en que muchas de las casas de protección oficial de ese bloque están okupadas. «Es normal, si las reforman y las dejan vacías durante años, ¿qué esperan que vaya a pasar?», cuenta una de las vecinas que vive en el segundo piso. «Pero mi casa me la han adjudicado a mí, eh», puntualiza antes de marcharse.
Gonzalo es otro de los vecinos que vive en el bloque y aunque insiste en que «en este barrio hay muy buena gente» también reconoce que la necesidad puede más que la legalidad, en algunos casos. Él vive en la casa que le adjudicaron a su abuela y ahora está arreglando, con Servicios Sociales de Mejorada, su alquiler para poder seguir viviendo ahí. Es joven, no supera los 25 años, pero ya es un parado de larga duración. «Muchas personas de aquí son analfabetas, yo por suerte no, pero tampoco me he formado lo suficiente como para poder salir de aquí», reconoce.
Mari habla con los vecinos, les explica su situación: «Llevo diez años reclamando una casa, pero no me hacen caso. Incluso le he escrito varias cartas a la Reina», dice con cierto orgullo. «¿Y de qué me ha servido? De nada». Los que la escuchan lo tienen claro: «¡Da la patada!». La animan a que haga lo mismo que algunos desus vecinos, a los que ya les han asegurado que es muy difícil que les echen de ahí. Pero ella no quiere: «Yo siempre lo he hecho todo por lo legal y si pego la patada me ponen, otra vez, al final de la lista». No la convencen. «Yo sólo le he dicho a la asistente social que me busque una nueva casa por Arganda. Allí sé que hay casas vacías, una amiga mía que vive por allí me lo ha dicho». Se ilusiona al pensarlo. «Las de allí son muy bonitas y de mejor calidad». Y es que los vecinos de este bloque de Mejorada aseguran que las calidades de sus casas no son muy buenas. «He tenido que quitar la calefacción porque cada mes me llegaba una factura del gas de 510 euros. Yo sólo cobro 400, ¿cómo quieren que lo haga? Estas casas pierden el calor por todos lados», denuncia Gonzalo.
Aaron y Johnny siguen jugando con el balón, mientras su madre habla con los vecinos. Lamentablemente, están acostumbrados a que las cosas no les vayan muy bien. «Este mes de abril me han bajado 70 euros la RMI (Renta Mínima de Inserción). Me dicen que como cobro 100 euros por la pensión de cada uno de ellos, ya que su padre no me pasa un duro, que me la reducen». Esta familia de ocho personas ahora tiene que subsistir con menos de 500 euros al mes y lo que el novio de Mari obtiene de recoger chatarra. Que no es mucho. Pueden ser unos 20 euros más cada semana. «Nuestra dieta se compone de tres alimentos que voy alternando: macarrones, arroz y pollo», cuenta. Ayer todos comieron macarrones.
Mari deja la que podría haber sido su casa esperando que Isabel, la trabajadora social, no se olvide de ella y la llame cualquier día para darle la buena noticia. «¡Ojalá nos vayamos a Arganda!». Aaron también sigue soñando. Ya en el coche, de vuelta a sus 35 m2, se fija en una zona de chalés adosados: «¡Ya nos podrían dar una de esas, máma!». Se vuelve a su madre y añade: «Ahí sí que podría montar un huerto o, si no, ‘’okupo’’ un trocito de terreno que haya al lado». No se le escapa una.
Cómo viven ocho personas con 500 euros
Mari dice que pasa hambre. Ella y sus cuatro hijos, sus dos nietos y su pareja. Todos viven en un piso alquilado de 35 metros cuadrados en el madrileño barrio de Entrevías. En su casa nadie trabaja. Mari recibe una ayuda de 500 euros, casi lo mismo que paga por el alquiler. Por la noche, el minúsculo salón se convierte en dormitorio para la pareja y el resto de hijos y nietos duerme en literas que se abren hueco de forma casi «milagrosa». Enrique, la pareja de Mari, sale cada noche con un carro a buscar comida en los cubos de basura.
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